1.- Un arduo trabajo de investigación

Emelda Ramos (1948) es nativa de Salcedo, provincia Hermanas Mirabal, ha resultado ser una trabajadora de las letras, dejando huellas de su pasión investigadora desde su temprana preocupación de entrevistar a una serie de personas, sobre todo mujeres, agricultores campesinos, personajes y personalidades de la comunidad urbana, ofreciendo Burn the river! ¡Quemen el río!, esta novela que comentamos, asombrando  su precocidad literaria.

PORTADA-DE-LA-NOVELA
Portada de la novela

2.- Nuestras palabras en el acto

Nuestra presentación, que fueron bien leídas, nos dicen, por Rafael Peralta Romero, director de la Biblioteca Nacional en el acto formal la noche del 7 del presente mes. Que concluyen como veremos al final que prometimos un artículo con el título de este. Empero, al recibir las palabras de Emilia Pereyra, las del historiador salcedense Alejandro Pichardo, y las de la autora, que citaremos, con  sus aportaciones han hecho innecesario redactarlo. He aquí el texto nuestro:

«Cuando supe que mi admirada escritora Emelda Ramos tenía un texto titulado ¡Quemen el río!, lo más lejos que tenía frente a mi perplejidad por lo bilingüe: Burn the river!, que me parecía una más de esas novelas exotistas que se desarrollan en Estados Unidos o Inglaterra, que por suerte no abundan demasiado.

Ella no me develó su secreto. Al abrirlo y hojearlo, luego de leer la contraportada: «En esta novela breve, los nombres de los personajes son reales, todos vivieron, incluso algunos muy cerca de quien ha cosido estos testimonios inéditos, de la época de la primera Intervención norteamericana de 1916».

Me dispuse a tomar en serio lo que dijera. Una novela testimonial, sobre una temática que parecía muy explotada literariamente hablando, solo la salvaba, como a Pedro Páramo de Juan Rulfo, la literatura. Y en verdad, ella lo hizo como pude comprobarlo y al comenzar con deleite a saborear despacio, página por página, este manjar literario histórico.

Conocía algunos textos sobre ese luctuoso acontecimiento histórico, habiendo padecido la segunda Invasión gringa de 1965 con persecuciones y cárcel, pero estaba lejos de conocer detalladamente algunos hechos históricos que nadie había tocado y que no habían preocupado a otros escritores de Salcedo, como no han preocupado a los jóvenes de San Francisco de Macorís para detallar los acontecimientos de esa ciudad, tan combatiente y combatida.

Señoras y señores, puedo decir, que esta ¡Quemen el río! debe leerse con pasión nacionalista para disfrutar los testimonios inéditos que Emelda nos ofrece.

Primero, se trata de una preocupación por la oralidad, esa investigación escuchando de viejas mujeres, especialmente a su protagonista principal que es Fredesvinda Portorreal, la segunda es la Invasión, que la motivará para anotar esos recuerdos difusos que poco a poco se constituyeron en una obsesión literaria.

Conocíamos algunas referencias, sobre todo las torturas a Cayo Báez por aparecer su foto llena de muestras en la portada de la Revista Letras No. 177 del 7 de noviembre de 1920, a consecuencia de lo cual fue perseguido,  encarcelado y expulsado su director, el venezolano  Horacio Blanco Fombona, y la publicación tuvo que cambiar su nombre por L.. , dirigida valientemente por un puñado de periodistas patriotas

De esas torturas, ella cita también a otro mártir anónimo: Rosendo Infante, cuyo nombre hay que agregar en ese martirologio, que a pesar de todo, les conservaron la vida, suerte que no tuvieron otros, víctimas de paredones y todos tipos de torturas imaginables.

Empero, la acción de guerra que da título a la narración: La VI Parte con el título de “La batalla jamás contada” es el alarde mayor de revelaciones inéditas de esta formidable novela.

Como Fredesvinda, La Viuda, Evarista, y otros personajes referenciales serán objeto de los comentarios, tanto de Emelda como por Emilia Pereyra, esa peralteña azuana, figura estelar entre las féminas historiadoras, posible ganadora del Premio Nacional de Literatura, igual que Emelda Ramos, que sabe de esos afanes y ha dejado testimonios históricos importantes de hechos históricos, les hablarán, solo diremos para concluir nuestra presentación, ya que ofreceré en un artículo pormenores que los presentes conocerán, pero no el gran público ausente, solo diremos lo que encabezará esa Revelación:

«¡Quemen el río! de Emelda Ramos es una gran novela testimonial digna de ser leída por los nacionalistas».

Emilia Pereyra, Rafael Peralta Romero y Emelda Ramos en la puesta en circulación.

3.- Notas de la presentación de Emilia Pereyra

«Para escribir esta novela, Emelda se ha sumergido histórica y emocionalmente  en el período y gracias a esa honda inmersión en el pasado nos ofrece un fresco literario vivaz, pincelado con destreza y gracia literaria, por lo que consigue transportarnos a esos espacios y tiempos en que se le  hizo muy  difícil la vida a la población sometida,  debido a los constantes abusos de los invasores, que como muchos sabrán, con su presencia e imposiciones, se proponían cobrar deudas contraídas por el mal gestionado país de entonces con la banca estadounidense, por lo cual los gringos se apoderaron de las aduanas dominicanas, para hacer los saldos  correspondientes».

«La narrativa de nuestra autora está poblada de personajes extraídos del pueblo sufriente. Y muchos de ellos dan cuenta del heroísmo de tanta gente que se opuso a los interventores del 1916 y del accionar de los “gavilleros” con   batalladores como Magdaleno Gutiérrez.

Un personaje protagónico de esta narrativa es un ser  singular y dominicanísimo. Hablamos de Fredesvinda Portorreal o la Vinda, como cariñosamente la llamaban sus familiares y vecinos, la atractiva mujer del camafeo, que  solía montar su  yegua Güenamoza y llamaba la atención por su seductora estampa, que solo se prodigaba con su esposo Juanico Ramos».

«La prosa de Emelda también se distingue porque se fundamenta en una investigación histórica exhaustiva,  que  se refleja en  los relatos  y descripciones de episodios y paisajes y en las pláticas de los personajes, e igualmente en las referencias a individuos destacados del período como lo fueron H. S. Knapp, mandamás de la ocupación, el capitán Buckalow y otros marines o el doctor Francisco Henríquez y Carvajal, elegido presidente en ese período, el exquisito poeta Fabio Fiallo, que dio con sus huesos en prisión por oponerse a la intervención, y Gregorio Urbano Gilbert, héroe guerrillero de esas luchas contra “los pavos”, como la gente del pueblo llamaba despectivamente a los americanos invasores, ya que caminaban lentamente porque cargaban mochilas muy  pesadas».

«Como decía, la novela se enriquece con el expresivo el lenguaje popular dominicano, con sus simpáticos y sabihondos giros, con  el cante de décimas y con dichos del pueblo  como “no dejes camino real por vereda”; “como la jonda del diablo”, “de pelo empecho”, “salga pato o gallareta”, y se engrandece con  el relato de leyendas y tradiciones, como la que se cuenta acerca del Cerro de la Cruz, a través  de  Juanico, el esposo de Fredesvinda. “Ese monte tiene un origen de leyendas y tradiciones. Una de ellas, la que me parece más creíble, vincula su nombre al de dos hermanos monteros que en tiempos de la ocupación haitiana, huyendo de la feroz persecución de una patrulla, galoparon sin mirar atrás, hasta que sin saber se metieron en la falda del costado nordeste, que desde aquí es la espalda del cerro, y ascendieron por ella día y noche, sufriendo hambre y frío, pernoctando a la intemperie, aterrados por los perros de los haitianos, el tropel acezante de las jutías o el misterioso jipido de las ciguapas».

«A la par, la obra rememora las olas de destrucción y muertes causadas por los “pavos”, sus crímenes, violaciones, abusos e incendios y su brutal  e innecesario ataque al río Aguas Frías, que causó un gran daño ecológico y mucho dolor a los habitantes cercanos a ese afluente.

«Además, se da cuenta de las prácticas de tortura empleadas por los marines, como el tormento del agua o los inclementes martirios con fuego, con los cuales obligaban a  los campesinos  del Este a denunciar a los gavilleros.

Con su particular obra, Emelda engrandece el registro sobre el pasado  y la narrativa basada en hechos pretéritos, porque como reflexiona la voz narradora “… la historia como los ríos, lleva en su cauce el légamo que van dejando las luchas de los seres humanos a través de los tiempos”.

Enhorabuena, Emelda Ramos. Gracias por este regalo que entregas a la comunidad de lectores de nuestro país como muestra palmaria  de tus dones y  talentos».

4.- Del historiador Alejandro Pichardo

Este médico e historiador, autor entre otros libros uno sobre las calles de Salcedo, entre otras cosas, en una nota a la autora, señaló: «Posee un contenido histórico valioso de los primeros momentos de la invasión militar americana de 1916. Es didáctica, bien hilvanada, amena, recreativa.  En síntesis: para mí es la mejor producción de Emelda. Disfrutemos su lectura, aprendamos con su contenido, elevemos, por sus mensajes, el amor a la familia, al terruño y a la Patria»

Emelda Ramos joven, entrevistando a Pablo Torres

 5.- De las palabras de la autora

Emelda Ramos, hizo señalamientos orales, que lamentablemente no podemos copiar, empero, de sus palabras escritas,  he aquí unos detalles:

«No es este un reportaje coyuntural. Ay no, se trata del humilde río, del que muy cerca de sus orillas nací y aún vivo. Cuando digo en el 2do cap que esta novela no es más que “el fragmentado trayecto vital de una mujer y la singular existencia de un río”, en verdad, su singularidad es que a sus aguas no le llega un rayo de sol por lo tupidas de sus boscosas orillas, de ahí su nombre: Aguas Frías. La frase viene del verídico relato de una anciana Evarista, que cuando contaba  unos 13 años, presenció el hecho que se desarrolla en el cap VI: La batalla jamás contada. La entrevisté en la misma casa de la cuesta del rio Aguas Frías, donde la columna de marines de la fuerza de ocupación norteamericana, fue enfrentada por un grupo de patriotas gavilleros y, como no veían a nadie, pero que los tiros venían desde el rio, “el jefe rabioso  dio una orden en americano, que uno que no era rubio, con una bocina voceó en dominicano: ¡Quemen el río!”.  Yo no pude evitar exclamarle, ay ¿y qué hicieron entonces? Ella, con esa vivacidad del español dominicano cibaeño, me contestó:

¡Ah Dio, que lo queman!

Fue un momento de esos que Faulkner llamaba epifanías. Ahí no tuve duda alguna: Quemen el río, tenía que ser el título. Pero, tenía que incluir el grito visceral del invasor, la orden implacable del militar: Burn the river! Y así lo hice, porque debo dar fe de que no fue solo el territorio, las aduanas, el libre tránsito de la gente por calles y caminos, la censura de los periódicos, no. La cultura, la lengua, también sufrió el  impacto, nuestro español dominicano también fue intervenido.

En tal sentido les dejo una clave: en esta novela la oralidad, la palabra, la lengua, juega un papel primordial, y jugó también un rol de resistencia. Desde la palabra gavillero, su verdadera semántica  denotación y su origen, que nos permite decantar lo que era un gavillero defensor de la dignidad patria, de quien era un alzado, hasta un asaltante de camino».

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Cayo Báez, Revista Letras No, 177 del 7/11/1920

6.- Conclusiones

Este año, al escritor Alex Ferreras le publicó el Archivo General de la Nación un libro sobre este acontecimiento con el título de Imágenes de la primera intervención militar de los Estados Unidos (1916-1924), en la que incluye poemas, artículos y otros textos, en especial los poemas de Juan de Jesús Reyes, el gran poeta  de Mao: de modo que el tema está en el tapete 99 años después.

Respecto al que estamos comentando, como hemos dicho, la materia a tratar con los detalles prometidos en el título que encabeza, al ser tan bien tratado por las presentadoras del texto, lo hemos sustituido por algunas notas de los citados protagonistas.

Solo nos faltaría agregar dos cosas que desconocía la autora, relacionadas con Pimentel. La primera es de las tropas norteamericanas que venían desde Sánchez en un tren, que cuando cruzaban sobre el río Cuaba, un humilde carnicero llamado Quintino Castillo, apostado entre el cacaotal y los helechos en la cabeza del puente, descargó su revólver disparando a los gringos, que detuvieron el tren y barrieron con ametralladoras el boscaje, siendo quizás el Cuaba el “primer río quemado a tiros en el Cibao”. Quintino se salvó, porque después de los disparos se atrincheró detrás de unas enormes amapolas centenarias. La segunda es la de un personaje de la historia nacional, el coronel César Lora, que tenía un restaurant–billar al lado de la Estación del Ferrocarril, en la hoy Avenida Tonino Achécar esquina Mercedes, que tomando la decisión contraria, se unió a los americanos y se dice que fue de los torturadores de Cayo Báez, y quién sabe de qué otras “hazañas”. César fue asesinado en Santiago por un marido celoso. Aunque se dice que el asesinato fue tramado por el también el futuro Jefe, ya que Lora sonaba como posible Jefe de la Guardia Nacional.

Así, como se describe en la noveleta de Emelda Ramos, se han comportado algunos dominicanos. Como Quintino Castillo y César Lora, como Magdaleno Gutiérrez y los que en Salcedo se unieron al enemigo.

Parece que siempre habrá buenos defensores de su tierra convertidos héroes o mártires anónimos, y traidores, a veces gratuitos, de la patria de su nacencia.