La complejidad de la mente humana no solo es materia de estudio para la psicología y psiquiatría, también es inspiración para la ficción. Juan José Millas en su novela Que nadie duerma la toca como a una masa energética que estalla conforme a cada onda con la que choque. Su lectura provoca ciertas interrogantes sobre el ser humano ¿Cuántas personalidades pueden habitar un solo ser? ¿Hasta qué punto es bueno o malo? ¿Qué tanto pueden el ego y el placer nublar la razón? ¿Qué son límites y extremos en el pensamiento, ante determinadas circunstancias?  Estos tópicos no parecerían propios de la ficción, sin embargo, ubican la novela en el más genuino valor de la literatura; no dar respuestas, sino, abrir preguntas.

Juan José Millas crea el personaje de Lucía, una joven española programadora de profesión, muy de este tiempo, pero con un extravío en su mente; un doblez de su personalidad junto a otras obsesiones. Según la historia, en su infancia vio morir a su madre fruto del picotazo de un pájaro. Entre ficción y realidad, el ave tiene presencia en distintas facetas de la vida y en otros hechos de la historia.

Lucía queda desempleada y decide trabajar como taxista, es en el ejercicio de este oficio donde se tejen los hilos de la trama. Mientras trabaja como tal, estalla una tormenta provocada por los desvaríos de su mente y las distopias del mundo del presente. La falsedad es la base de su autoconcepto, la chispa de su imaginación y la realidad exterior que le sorprende. Se asume como la princesa de la ópera Turandot de Puccini y mujer pájaro, esta última personalidad se la endilga a otros personajes en la historia. En su trabajo la cuenta a una pasajera dedicada a la actuación, quien la hurta y lleva a las tablas, teniendo como cómplices, su amante y el actor de quien Lucía se había enamorado y obsesionado. Lucía al descubrir la traición y la burla se indigna, de tal manera, que termina dando muerte a los traidores.

Por medio de una narración diáfana, cargada de humor, el actor mantiene al lector expectante frente al contraste de los hechos. Se contraponen la magia, la fantasía y lo maravilloso de la mente de Lucia a la perversa superficialidad del estilo de vida contemporáneo. En la cabeza de Lucía conviven lo cotidiano y lo surrealista, los límites y los extremos, lo indiferente y lo compasivo. Dos personalidades atizadas por las epidemias del presente; ansiedad, soledad, banalidad, el culto al cuerpo, la superficialidad de las relaciones y la inseguridad sobre el propio ser. Dos personas diferentes; la común que trabaja para mantenerse, respeta las leyes y se concibe como un ser social, sujeta a las costumbres ciudadana, la ética y un mínimo de consideración sobre el otro y la que fantasea con el amor, el milagro, la esperanza de encontrar el amor idealizado.

Los demás personajes actúan conforme al estilo de vida actual, una realidad cimentada en el engaño, el éxito basado en el robo de autoría, la amistad fingida, el sexo casual; no hay sinceridad ni siquiera ante la muerte. No hay límites, no se conocen los extremos. De todo esto, Lucía termina siendo víctima y victimaria, puesto que su segunda personalidad se sobrepone a la básica, a la humana y lleva la violencia y la cólera hasta el extremo de terminar con las vidas de sus verdugos y la propia.

Resulta impresionante, el hecho de que este autor transforme hechos tan cotidianos en una madeja de ficción y recursos estilísticos de alto nivel creativo. Este relato no deja huecos en la imaginación, pues las descripciones de cómo pasa la vida se convierten en acciones que le dan sentido a la historia. Se puede afirmar que en ella se confunden la vida y la historia, se entrecruzan de tal forma que no existiría la una sin la otra.

Finalmente, esta novela contiene un personaje ficticio dentro de la propia ficción, pero que convive con una realidad de un pragmatismo de la más baja ralea. Las actuaciones de los personajes tocan los instintos más básicos y primitivos del ser humano, aunque disfrazados de civilidad. Lo lamentables es que dichos comportamientos son cada vez más normalizados. Son perdonables en la ficción, pero asqueaste en la realidad. Juan José Millas, logra fundirlos en esta novela, en una compleja y macabra personalidad.