La codicia y la ferocidad del genocidio perpetrado por los invasores españo-cristianos contra los pueblos originarios de Abya Yala, encontraron resistencia no sólo en el terreno de las guerras, sino también en el pensamiento y la memoria del sujeto histórico aborigen y su conciencia emancipadora, expresada, desde las entrañas más íntimas del alma, a través de las manifestaciones artísticas del relato y de la expresión poética altamente metaforizada.

De la literatura Náhuatl, en efecto,  atesoramos el espléndido Canto de angustia de la Conquista: la visión de los vencidos, donde se revela uno de los testimonios de aflicción más conmovedores con relación a cómo las hordas católicas españolas, en expedita extensión de Las Cruzadas, derrumbaron el mundo de los antiguos mexicanos con la caída de la capital azteca, el gran Tenochtitlán.

Y todo esto pasó entre nosotros.
Nosotros lo vimos,
nosotros lo admiramos.
Con esta lamentosa y triste muerte
nos vimos angustiados.

En los caminos yacen dardos rotos,
los cabellos están esparcidos.
Destechadas están las casas,
enrojecidos tienen sus muros.

Gusanos pululan por calles y plazas,
y en las paredes están salpicados los sesos.
Rojas están las aguas, están como teñidas
y cuando las bebimos,
es como si bebiéramos agua de salitre.

Golpeábamos, en tanto los muros de adobe,
y era nuestra herencia una red de agujeros.
Con los escudos fue un resguardo,
Pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad.

Hemos comido palos de colorín,
hemos masticado grama salitrosa,
piedras de adobe, lagartijas,
ratones, tierra en polvo, gusanos…

Comimos la carne apenas,
sobre el fuego estaba puesta.
Cuando estaba cocida la carne,
de allí arrebataban,
en el fuego mismo, la comían.

Se nos puso precio.
Precio del joven, del sacerdote,
del niño y de la doncella.

Basta: de un pobre era el precio
sólo dos puñados de maíz,
sólo diez tortas de mosco;
sólo era nuestro precio
veinte tortas de grama salitrosa.

Oro, jades, mantas ricas,
plumajes de quetzal,
todo eso que es precioso,
en nada fue estimado.

En ese orden de ideas, la invasión perpetrada por los dzules, cristianos españoles extranjeros, en los territorios de Abya Yala, quedó asentada, igualmente, en El libro de los Libros de Chilam Balam, obra literaria de los pueblos maya-quiché, donde se recobran relatos históricos y proféticos de extraordinaria complejidad simbólica. Tal este fragmento de la narración Los dzules:

Esto es lo que escribo: en mil quinientos cuarenta y uno fue la primera llegada de los dzules, de los extranjeros, por el oriente…Medido estaba el tiempo de la bondad del sol, de la celosía que forman las estrellas, desde donde los dioses nos contemplan. Los buenos señores de las estrellas, todos ellos buenos.

Ellos tenían la sabiduría, lo santo, no había maldad en ellos. Había salud, devoción, no había enfermedad, dolor de huesos, fiebre o viruela, ni dolor de pecho no de vientre. Andaban con el cuerpo erguido. Pero vinieron los dzules y todo lo deshicieron. Enseñaron el temor, marchitaron las flores, chuparon hasta matar la flor de los otros porque viviese la suya. Mataron la flor del nacxit xuchitl.  Ya no había sacerdotes que nos enseñaran. Y así asentó el segundo tiempo, comenzó a señorear, y fue la causa de nuestra muerte. Sin sacerdotes, sin sabiduría, sin valor y sin vergüenza, todos iguales. No había gran sabiduría, ni palabra ni enseñanza de los señores. No servían los dioses que llegaron aquí. ¡Los dzules sólo habían venido a castrar al sol! Y los hijos de sus hijos quedaron entre nosotros que sólo recibimos su amargura. (Negritas nuestras). 

Bien visto el punto, ese es el hilo de la historia que no se ha roto, a pesar del famoso maestro de generaciones, entre otros, Domingo Faustino Sarmiento, quien, bajo la égida de la violencia civilizatoria occidental, escribió, textualmente, en su libro Facundo, civilización y barbarie, lo siguiente: “Es providencial que un tirano –refiriéndose a Rosas, dictador argentino- haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana”. (Negritas nuestras)

Pero lo escrito, asimismo, escrito está en El Libro de los Libros de Chilam Balam: “…se desatará la casa, se desatarán las manos, se desatarán los pies del mundo al terminar la codicia…” Más aún, y después de todo, el soberano de Texcoco, el rey poeta originario Netzahualcóyotl, en un canto íntimo y filosófico, proclama:

¿Es que en verdad se vive aquí en la tierra? ¡No para siempre aquí! Un momento en la tierra, si es de jades se hace astillas, si es de oro se destruye, si es plumaje de ketzalli se rasga. ¡No para siempre aquí! Un momento en la tierra.

Escritos de Luis Ernesto Mejía en Acento Cultura