Todos los pueblos “tienen su propio mundo”, su idiosincrasia y sus particularidades, en todos es común la religión como expresión de espiritualidad en una relación con lo sobrenatural, conceptualizada en la división entre lo finito y lo infinito, lo profano y lo sagrado, expresada a través de la cultura que define su identidad. De esta manera, cada pueblo tiene su propia cultura y sus propias creencias religiosas.
Históricamente, los pueblos han vivido entre la paz y la guerra porque no son perfectos sino integrados por seres humanos, débiles y con defectos, aunque con osadía para hacer “guerras santas”. Cuando estos pueblos crecen económicamente la envidia y la ambición irrespetan a los demás cuando la tentación geopolítica de la dominación se hace realidad, inventando misiones mesiánicas para crear un “orden”, santificado por sus deidades.
Los imperios se tornan insaciables, sádicos e inhumanos. Asumen el complejo de propietarios, “dueños” y se creen con derecho de asesinarlo todo impunemente incluyendo a la cultura. Desarrollan un complejo de superioridad, para justificar el control de la dominación. El Poder se torna juez. Siempre, tratan de eliminar la cultura, la lengua y la religión durante la ocupación que a la larga es imposible de conseguir a la fuerza, porque la cultura la hace el pueblo y la religión contiene las más profundadas intimidades de sus esencias, creencias y espiritualidades.
En el ejercicio de la dominación durante la ocupación, la cultura se torna también un espacio de resistencia, en un bastión de lucha popular y en un instrumento de liberación. Tal ha sido el caso actual de Puerto Rico con el español en el proceso de convertirlo en un Estado Norteamericano, lo mismo que en nuestro país con el español y la religión durante la ocupación haitiana de 1822-1844 o con nuestra lengua popular durante intervención norteamericana de 1916-1924.
Aunque Carlos Marx proclamó que “la religión era el opio del pueblo”, yo no tengo dudas que el aseguró esto cuando la misma se liga, es parte y cómplice del Poder de las minorías o del imperialismo de turno y no cuando es un arma de lucha del pueblo, tal como ocurrió con la iglesia de las catacumbas contra el imperio Romano o cuando la lucha antiimperialista, antiesclavista y anticolonialista que parió a la revolución haitiana con el vudú.
Cuando Constantino se apoderó del Poder en Europa glorificó el nombre del Dios cristiano y oficializó la legitimización institucional en el sistema social a la iglesia católica. Entonces la religión no solamente pasó a santificar el “orden” establecido, sino también a sectorizarse y excluir a todas las demás, enfatizando que era el único camino de salvación. Cuando esto ocurre, la religión se torna adversa a la cultura popular y cómplice con la cultura de dominación.
Históricamente el catolicismo más conservador ha renegado de sus orígenes catecúmenos y reivindica el Contantinismo, para ser hipocráticamente cómplice con todas las dictaduras de todos los últimos años, deteniéndonos, como ejemplo, en la dictadura Trujillista de 30 años de tortura, explotación y muerte, santificada institucionalmente por una iglesia católica cómplice, donde todavía tiene vigente un Concordato de privilegios y exclusiones.
Cuando la iglesia se torna parte del Poder y del “orden” establecido se convierte en sectaria y excluyente, incluso con un desprecio hacia la cultura popular, satanizándola, pero eso es parte de otro error, porque la misma es creada por el pueblo, Es más, yo soy de los que cree que la Revolución Cubana está en pie, gracias a la sustentación espiritual y las esencias de la religiosidad popular de su pueblo, que ha sido fundamental para poder soportar un embargo criminal rechazado y condenado por casi todos los países del mundo en las Naciones Unidas.
Pero en esta complicidad institucional de la iglesia católica no ha tenido históricamente unanimidad, siempre se han multiplicado los Cristos, el compromiso con el pueblo ha sido valiente y el respecto por la cultura popular ha sido sagrado. América Latina es un ejemplo de lucha en esta odisea. Modernamente esto comenzó con el aparecimiento de las Comunidades Eclesiales de Base del Concilio Vaticano II (1962-1965), la Conferencia Episcopal de Medellín, Colombia (1968), inaugurada por el Papa San Pablo VI, la III Conferencia de Puebla, México (1979), con la presencia de Juan Pablo II y el Documento de Aparecida, resultado de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano realizado en el santuario de Nuestra Señora de la Aparecida, realizada en Río de Janeiro, Brasil, en Mayo del 2007.
Pero lo más significativo y trascendente de este proceso, donde se predica que “el evangelio exige la opción preferencial por los pobres y una interpretación de la biblia desde la clave de la liberación”, fue el surgimiento del movimiento de la Teología de la Liberación, en la que creo válida, una corriente integradas por esencias católicas y protestantes donde la opción religiosa en para la liberación de pueblos para que sean libres de persecuciones, racismos, exclusiones, explotaciones y puedan interrelacionarse con su Dios de justicia, solidaridad y amor.El profeta Isaías, Lucas 4:18-19, proclamó: “El Espíritu del Señor está sobre Mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio de los pobres. Me ha enviado para proclamar a los cautivos y la recuperación de la vista a los ciegos para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año favorable del Señor”. Esta afirmación del profeta Isaías, es una de las variables teológicas para el nacimiento del movimiento de la Teología de la Liberación en América Latina en diversidades de interpretaciones, unificadas por la entrega y el compromiso con los pobres.
Por eso, a pesar de la respuesta de una parte de la iglesia al movimiento de la Teología de la Liberación en la Conferencia de Puebla, en su inauguración el Papa Pablo II, entre otras cosas expresó: “Es condición indispensable para que un sistema económico sea justo, que propicie el desarrollo y la difusión de la instrucción pública y de la cultura”.
Y en el marco de esa Conferencia de Medellín, en el Seminario Palafoxiano de Puebla, el Papa Juan Pablo II señaló que: “Hay un creciente interés por los valores cristianos y por respetar la originalidad de las culturas indígenas y sus comunidades”. Esto quiere decir, que las iglesias, cuáles sean, deben y tienen que respetar a las culturas populares. En la Teología de la Liberación, la fe y las creencias religiosas se expresan a través de la cultura popular.