La humanidad desde sus inicios, hasta la actualidad, siempre ha buscado la manera de explicar la razón de su existencia, a través, de la expresión creativa y de la observación objetiva. Esta simple, pero a la vez eterna idea, conjuntos a sus prerrogativas, ha provocado en todos los campos de la ciencia, la necesidad de reconocer e investigar nuestras propias huellas en la fábrica del tiempo. Esto ha creado un sinnúmero de teorías para poder proveer las respuestas de nuestro propio propósito como especie. Estas teorías, que se han construido a lo largo de los milenios de nuestra historia, muchas veces se han visto distanciadas entre ellas, para poder aislar su explicación y respuesta, y crear un sentido sólido en el vasto marco de las infinitas posibilidades que nos ofrece nuestra realidad palpable.
No obstante, este paralelismo solo nos ofrece la antinomia de una respuesta que sea verdaderamente absoluta. Pues, desde la lógica matemática, una misma respuesta puede generarse de distintos problemas, creando distorsión para la mente humana en el momento de seleccionar el camino a seguir, -aunque la respuesta sea evidentemente correcta-, sin importar la opción. Sin embargo, en este renglón el absolutismo matemático poco puede ofrecer a la hora de enfrentar la psicología humana, y su libre expresión. Pues, aunque la dualidad es en principio una ley de la observación física, y del plano abstracto. No puede conferir, o relatar al estado emocional del ser humano, (principalmente de manera individual) una explicación que satisfaga la instintiva curiosidad de nuestra propia naturaleza. Dado que la expresividad humana, conjunto a su propia necesidad de auto-referencia a su entorno, cuál es constante y perpetua, no puede ser medida. Sin embargo, sí puede ser observado, y estudiado de manera secular.
Este fenómeno puede tomar muchas definiciones, tanto en su nomenclatura, como en sus aplicaciones. Un ejemplo férreo es el viejo y agotado debate entre la ciencia y la religión (que, como ya hemos explicado), mantiene la misma dinámica de disposición en la búsqueda de una respuesta absoluta. Sin embargo, esto crea el camino a la bancarrota moral, tanto del individuo, como de su colectivo. Si pudiésemos echar un vistazo en la ventana del tiempo, y observar a nuestros antepasados, y observar su naturaleza en el comportamiento de sus interacciones social, quizás entenderíamos desde la perspectiva emocional, en la soledad de un mundo hostil, y en el doloroso progreso. Y observaríamos su resiliencia a no ser silenciados por el paso del tiempo. Ese rasgo es la gran influencia que hemos tenido sobre nosotros mismos aún en nuestros días. La necesidad de expresarnos, y de dar continuidad a nuestras ideas, es la verdadera evidencia de nuestra propia existencia; desde los pictogramas de las cavernas, litografías antiguas, manifiestos de divinidad superior, maravillas arquitectónicas y ciencias del desarrollo. No es casualidad, o causalidad, como los grupos humanos, y sus civilizaciones, sin importar su punto geográfico e histórico, llegan a similares conclusiones, en sus hallazgos arqueológicos y sus respectivas mitologías.
Nuestra cultura no tiene parámetros, ni en la paz, ni en la guerra. Es enervantemente autónoma.
Esto lo traduzco, a que el verdadero camino de nuestro mundo es indudablemente la cultura. Pues, refutarla es el primer paso a legitimar su propia veracidad. Y que aceptarla, es legitimar que existe un rechazo, por ser irrefutable. Por ende, en este contexto de psicología y antropología, la religión no es más que una expresión cultural, de la necesidad del individuo a buscar su libertad en la respuesta de un creador. De igual manera que la racionalidad y la ciencia, que busca en su libertad la respuesta de la creación.
Más, seguimos destacando las dudas, como sociedad frágil, y tolerante, al no tener un sistema que aplaque lo fortuito de la “tradición” de la comunidad científica y teológica. Un modelo anacrónico aunque eficiente. Aun así, tenemos las pistas a disposición, para desarrollar y mejorar nuestro modelo de existencia. Siempre que busquemos este concepto de anomalía en el alma, o la conciencia humana. Por esa razón, el verdadero conocimiento no es cuantificable, al igual que la indiferencia a las respuestas no observables.
En conclusión, nuestra cultura no tiene parámetros, ni en la paz, ni en la guerra. Es enervantemente autónoma. Una esclava sin cadenas de la dualidad humanas, y universal. La utopía de nuestro propio futuro a descubrir.