En el prólogo de su libro ¡Basta de historias!: La obsesión latinoamericana con el pasado y las 12 claves del futuro, el periodista argentino Andrés Oppenheimer relata la euforia que vivieron varios países latinoamericanos al celebrarse el bicentenario de varios procesos independentistas. Corría la primera década del presente siglo. Se despilfarraron millones de dólares en celebraciones y el avivamiento de las historias oficiales servía a varios gobernantes populistas como cobijo idóneo para su monólogo ¨antiimperialista¨. Oppenheimer añade que, en sus viajes por países de tradición milenaria, como los de Asia, nunca había observado esa fijación con la historia tan común en América Latina. ¨¿Es saludable esta obsesión con la historia que nos caracteriza a los latinoamericanos? ¿Nos ayuda a prepararnos para el futuro? ¿O, por el contrario, nos distrae de la tarea cada vez más urgente de prepararnos para competir?¨, se preguntaba.
La revisión del pasado latinoamericano es necesaria, pero no como una afirmación compulsiva de un espíritu de victimización. Ese discurso retrospectivo ha sido una plataforma política utilizada para las más groseras manipulaciones culturales y para eludir la formulación de propuestas de desarrollo a largo plazo. Ninguna bandera ideológica está libre de culpa. En América Latina la ideologización de los discursos populistas ha partido frecuentemente de fenómenos coyunturales que justifican el amparo de los liderazgos nacionales bajo determinadas columnas internacionales del binarismo ficticio izquierda/derecha. La precariedad de los instrumentos institucionales ha permitido un veloz acomodamiento del aparato burocrático a la ideología que se quiera proyectar como consigna sagrada. Mientras América Latina ardía en el furor y el orgullo del bicentenario, en los albores del siglo XXI el mundo empezaba a ser trastocado por el auge de una revolución digital que en pocos años supondría una nueva configuración global en los órdenes geopolítico, comercial, tecnológico y social. Mientras Hugo Chávez ordenaba desenterrar los restos de Simón Bolívar para que se conociera si fue asesinado en una conspiración supuestamente liderada por Estados Unidos, el mundo asistía a los avances en la nanotecnología, la inteligencia artificial, el internet de las cosas, la robótica y la biotecnología. Empezaba la cuarta Revolución Industrial.
La mención de Chávez no significa responsabilidad exclusiva sino destacada. Han pasado los años. Se han alternado liderazgos en la mayoría de los países latinoamericanos. Con luces y sombras, la democracia liberal prevalece en la región. Sin embargo, ha seguido echándose de menos en los despachos oficiales una visión prospectivista. La profesora ecuatoriana María Fernanda Noboa González define la prospectiva ¨como disciplina estratégica para construir múltiples futuros; es una brújula que desde el presente permite iluminar proactivamente el diseño de política públicas mutisectoriales sostenibles¨. El mundo moderno sufre evoluciones incesantes y aceleradas. ¿Cómo se prepara América Latina para las eventualidades del porvenir? ¿Diversifica sus economías para adaptarse a las tendencias globales, donde las materias primas y la manufactura no pueden competir con los productos hipertecnológicos? ¿Se está invirtiendo en investigación y en calidad educativa o han envejecido las escuelas y universidades, totalmente desconectadas del escenario actual de globalización del conocimiento?
En un panel al que asistí recientemente en Madrid, varios académicos subrayaban que se necesita una mayor participación de los expertos en las instancias de tomas de decisión para poder aplicar una visión prospectivista, toda vez que el cortoplacismo está arraigado en las mentes políticas. Pienso en el caso de la República Dominicana, donde la Estrategia Nacional de Desarrollo 2012-2030 ha estado fuera del debate político y mediático. La calidad de la conversación pública es un buen signo del avance de una comunidad y en toda la región prevalecen las descalificaciones personales en la clase política en lugar de discutir el modelo de sociedad que queremos en las próximas décadas.
El discurso decolonial resulta simpático en América Latina por la historia de esclavitud, saqueo, invasiones, dictaduras teledirigidas, por todos los embates de la colonización. Desde este enfoque, todos los problemas de la región se derivan de una búsqueda de su soberanía que ha sido boicoteada por las grandes potencias. El gran riesgo de esta mirada al pasado es que nos exime de responsabilidad. Salvo casos puntuales, la región ha gozado de periodos de crecimiento económico, paz, alternancia democrática y, con tropiezos, de espacios multilaterales importantes. El problema de América Latina no es su historia sino su futuro. El Índice de Percepción de la Corrupción recientemente publicado por Transparencia Internacional muestra la permanente opacidad de las administraciones públicas. Todavía hay tiempo y oportunidad para una visión prospectivista en el diseño de políticas públicas que permita prever y modelar el futuro, y que depare nuevas oportunidades para una región que se queda innecesariamente a la zaga en las transformaciones contemporáneas.