Aunque muchos de ustedes lo conozcan como novelista y poeta, Manuel García Cartagena es un intelectual de una larga trayectoria académica. Luego de obtener su doctorado de Letras francesas en 1992, ocupó en Francia los puestos de Lector y de Agregado Temporal a la Enseñanza y la Investigación en la Universidad François Rabelais de Tours. En nuestro país, ha ejercido la docencia en las áreas de Lengua y Literatura francesas y en la de Comunicación y Redacción en lengua española. Sin embargo, desde hace casi tres décadas se ha dedicado a la autoría y la edición de libros de texto para la educación nacional en el área de Lengua en distintas empresas nacionales y transnacionales. Como escritor, su obra abarca todos los géneros, contando hasta la fecha con un total de veintisiete libros publicados: ocho novelas, tres libros de relatos, nueve libros de poesía y siete libros de ensayo, aparte de este que esta noche se presenta.
Más que como Pólemo, padre del Grito de Guerra, quisiera pensar en Manuel García Cartagena como Critilo. En El criticón de Baltasar Gracián, el personaje de Critilo reúne la agudeza, el ingenio y la crítica mordaz, frente a los diversos fenómenos culturales que analiza (Una salvedad: el discurso epidíctico es válido cuando el autor tiene los méritos del tamaño del elogio). Obvio juego verbal por parte de Gracián, Critilo (juicio, razón) es el crítico par excellence. Pero, ¿qué es un crítico? Bien, la palabra “crítica” proviene del latín crisis, tomada del griego krísis “decisión”, derivado de krínō “yo decido, separo, juzgo”. Luego, un crítico es aquel que ejerce la capacidad de discernir y analizar los discursos políticos y culturales, sin ningún tipo de coerción y ésa es la función que asume García Cartagena en el libro que tendrán en sus manos.
En el campo cultural dominicano, muchas veces, la respuesta a la publicación de un libro es el silencio. Pero, la respuesta al silencio no debe ser el silencio, sino el pensamiento crítico. Frente al silencio, a la “crítica impresionista”, diletante y coercitiva, Edward Said propone la libertad y la reflexión en el pensamiento. García Cartagena, opuesto a lo que él mismo denomina “crítica de opinión”, escribe contra ese conocimiento coercitivo que predomina en la República Dominicana, pero también contra conceptualizaciones desgastadas y repetidas hasta el cansancio; escribe, a contrapelo de las ideologías epocales.
La aparición de un libro de ensayos críticos en la República Dominicana debería celebrarse como un magno acontecimiento. Esto así porque, como muy bien apunta Manuel García Cartagena, la crítica se muestra en nuestro país como un “producto discursivo marginal”, como consecuencia de la no sistematicidad de la reflexión universitaria y de la ausencia de revistas académicas especializadas. El quehacer crítico dominicano se reduce a reseñas periodísticas interesadas que responden más bien al compadrazgo o al mecenazgo de las instituciones del Estado. Asimismo, algunos de los escasos libros de crítica publicados en el país carecen de rigor académico y constituyen vulgarizaciones sociologistas, calcos teóricos o improvisaciones impresionistas. Lo anteriormente dicho lo traduce el autor de este libro, mucho más elegantemente, de la siguiente manera: “La crisis de la crítica literaria dominicana puede ser entendida como la crisis de la racionalidad dominicana. A esto se le agrega la desarticulación que caracteriza el estado actual en que se desarrolla el ser sociocultural de nuestros autores, atacados por los mismos males que afectan a sus homólogos de la mayoría de las sociedades hispanoamericanas: el desconocimiento mutuo, la desconfianza, el recelo, la marginación, la parcelización más o menos sectaria de las zonas discursivas en las que se inscribe su Hacer, etc.” (Énfasis en el original).
La crítica tradicional dominicana es saprófita. Se alimenta de ideas descompuestas o de prestigiosos autores muertos. Es una crítica de alabanzas, elogios, apologías, panegíricos y ditirambos que pretenden apropiarse de la “esencia” de los escritores canónicos, para vivir así, vicariamente, el pensamiento de esos autores como si les fuera propio. La crítica dominicana es performance (teatral): lo importante es convertirse en celebridad: salir en la prensa, la televisión, estar presentes en ferias del libro o en homenajes ditirámbicos.
Entonces, ¿cuál es la apuesta crítica que propone García Cartagena en este libro? Verse, pensarse y saberse dominicanos rompe el silencio acerca de tabúes y deconstruye estereotipos y esencialismos en la Republica Dominicana; así como también destruye el “pensamiento único” de la cultura oficial. García Cartagena cuestiona ese “pensamiento único” que trata de imponer un canon oficial. Por eso, expresa: “Así, cualquier ‘conquistador’, cualquier Hitler o cualquier tiranuelo tropical suele aprender tarde y dolorosamente que no basta con ‘eliminar’ a quienes sustentan un discurso para suprimir sus efectos sobre el sentido de lo social…” (97). En una versión dominicana de la película Fahrenheit 451 de François Truffaut, los libros no serían quemados, sino marginados u olvidados, pero no podrían ser borrados los “efectos sobre el sentido de lo social”, como refiere el autor.
El libro de García Cartagena se divide en tres secciones: 1. “Verse dominicano: ensayos sobre cultura y sociedad”; 2. “Pensarse dominicano: ensayos sobre historia, literatura y sociedad”; y 3. “Saberse dominicano: ensayos sobre crítica literaria y sociedad”. Los conceptos de “verse”, “saberse” y “pensarse” que inician cada sección le plantean un reto al lector, que consiste en la deconstrucción de conceptos que se han tornado axiomáticos en el discurso cultural dominicano. El autor nos propone asociar metodológicamente “toda percepción de sí (Verse) con un dominio (Tenerse) y con un conocimiento (Saberse) de ese Sí Mismo capaz de concebirse como ser pensable”. (13)
En la primera sección, García Cartagena analiza una serie de discursos culturales dominicanos, tales como la familia, la Virgen de la Altagracia, la codificación animal y, sobre todo, el más sobresaliente de los ensayos, “Para leer Cartas a Evelina de Francisco E. Moscoso Puello”. La segunda sección comprende un ensayo sobre la situación de educación y la cultura dominicanas durante el siglo XIX, otro sobre la dominicanidad profunda de Franklin Mieses Burgos, otro sobre los cuerpos mutantes de la narrativa dominicana y, finalmente, otro acerca de la relación entre literatura e historia. En la tercera y última sección de su libro, García Cartagena analiza la figuración problemática de Pedro Mir como poeta nacional, la de Domingo Moreno Jimenes como poeta metafísico, la de Juan Sánchez Lamouth como poeta negro dominicano y la de José Alejandro Peña como poeta de los ochenta.
En sus ensayos, Manuel García Cartagena exhibe una desenfadada erudición y solidez intelectual en cuanto al conocimiento de la filosofía, el sicoanálisis y la teoría literaria. Llaman la atención la mirada aguda y la palabra precisa en estos ensayos. Para sólo mencionar dos ejemplos, en “La codificación animal del imaginario dominicano”, García Cartagena analiza cómo en su discurso, los dominicanos representan una serie de valores, a través de imágenes referidas a animales que conforman una especie de “bestiario” o “teratología”; en el ensayo “En busca de la familia dominicana”, el autor se remonta a la encomienda del siglo XVI para explorar, a través de la familia, como “grupo doméstico”, las articulaciones de raza, clase social y género sexual en la cultura dominicana.
Para el análisis de los discursos literarios y culturales dominicanos, García Cartagena propone el concepto de “figuras”, en lugar del de “representación”. En el apartado “Figuras, no representaciones” de la “Introducción”, entre otras razones, el autor aduce que el concepto de “figuración” permite “aislar por todos los medios a nuestro alcance, como lo proponía Richard Kearney, ese ´hacer creativo´ que ya se encuentra sugerido en el sentido etimológico del término figuración (fingo-fingere-finxi-fictum)(22). En tal sentido, García Cartagena, siguiendo a Richard Kearney, se plantea desmontar, no ya las “representaciones” imaginarias en los discursos literarios y culturales dominicanos, sino el análisis de las “figuraciones”, tal y como las entiende Kearny, para quien “No es solamente la imaginación (fenomenológicamente descrita) la que se despliega como figuración extática, sino toda actividad intencional del hombre” (23). De modo que, al carácter mimético de la representación se le opone la “estructura extática de la existencia humana”. En el ensayo “Para leer Cartas a Evelina…”, García Cartagena propone descartar la noción de “representación social” y articular un “proyecto de figuración de las instancias de la vida social y cultural del país” (102) para analizar, más específicamente, lo que el autor entiende como la construcción de “figuras del ser y del saber” (105).
Este análisis crítico del discurso literario y cultural es novedoso y actualizado en la crítica dominicana. No podría terminar esta presentación sin exponer lo que el autor denomina los efectos alucinogénicos del “fundamentalismo intelectual” dominicano: 1. la ilusión de saber, 2. la ilusión de poder, 3. la ilusión de ser, 4. la confusión entre el ser y el parecer, y 5. el desprecio de sí (despectio sui). No voy a entrar en detalles acerca de cada uno de ellos. Sería más alucinante que Uds. compraran el libro y se deleitaran con estas revelaciones.
Para finalizar, diré que Verse, pensarse y saberse dominicanos de Manuel García Cartagena es un libro de incalculable valor para la crítica dominicana y latinoamericana. Cada uno de estos ensayos se encuentra avalado por una extensa investigación bibliográfica que busca establecer el contexto histórico, social y cultural en el que fueron escritos los textos analizados. En estos ensayos, llenos de imaginación y agudeza, Manuel García Cartagena rompe con paradigmas establecidos y arriesga nuevas hipótesis con respecto a la literatura y la cultura dominicanas.
Felicitaciones a la Editorial Universitaria Bonó por tan importante publicación y al autor por convertirse en un “autor Bonó”, lo cual implica no solo un honor, sino también una responsabilidad.