Todo el vasto movimiento nostálgico que presupone la mirada de Orfeo que caracteriza la escritura de las tres primeras partes del libro parecería contrastar con lo que inaugura la cuarta sección, titulada, paradójicamente: “Presente en la memoria”. Obsérvese, sin embargo, que esta apariencia se encuentra enturbiada por el juego retórico de la polisemia que marca el término presente, el cual funciona como un sustantivo cuando se habla acerca del “presente” por oposición al “pasado”, como un adjetivo cuando se dice: “te tengo presente” o como un verbo, cuando se dice: “presente la tarjeta ante la ranura”. La paradoja que marca ese título presupone, pues, una crítica al lenguaje común, ya que no sólo es un contrasentido lógico decir que algo o alguien está “presente en la memoria”, sino que, como se ha dicho, las tres secciones precedentes del libro están marcadas por ese gesto nostálgico por definición que es recordar, es decir: mirar hacia atrás.

Y en efecto, a lo largo de esta sección, el lenguaje común le proporcionará al poeta leña para quemar y tela para cortar, es decir, simultáneamente el combustible y la materia prima de la escritura. Por haber escuchado hace relativamente poco alguien que se burlaba de la escritura de un poeta dominicano diciendo que “un poema no es lo mismo que un juego de palabras” me adelanto a señalar que, precisamente, el primer síntoma de incultura poética que exhiben muchos escritores contemporáneos es la incapacidad de ubicar correctamente el valor de la exploración expresiva de las palabras en los anaqueles donde parecen apilarse y empolvarse los recursos poéticos en nuestra época.

En esta sección de su libro, por el contrario, Odalís vuelve a quitarse de encima la piel de cordero de la retórica para mostrarse tal cual es, es decir, no como el “lobo” de Caperucita, sino como el León del Cumajón, monstruo casi mítico al que yo imagino experto en símbolos y emblemas. Y ahora agregaré algo que sé por experiencia propia: lo que impide a muchos reconocer el valor de las aliteraciones fonéticas, el eco, el consonantismo, los pareados léxicos, las homofonías y las paronimias en la escritura poética es esa superstición que consiste en creer que estas pertenecen al arsenal exclusivo de las vanguardias y, ¡cáspita!, como la ignorancia es siempre coja, el tino apenas les alcanza para asociar vanguardia con revolución y revolución con marxismo, y de ahí a ese cliché que consiste en afirmar que el marxismo es igual a la revolución, y de esta a la vanguardia francesa sólo hay un paso, al menos para ellos.

Y claro, quienes así piensan no hacen más que demostrar que nunca leyeron ni a Rubén Darío, ni a José Asunción Silva, ni a Edgar Allan Poe, ni a Julio Herrera y Reissig, ni a Oliverio Girondo ni al mismo Vicente Huidobro quien, si ciertamente bebió en francés de la teta de las vanguardias francesas, escribió en español la mayor parte de su obra, de la misma manera en que Góngora y Quevedo bebieron las formas y temas de sus poemas en la lengua latina en que las leyeron en los poemas de Persio, Ovidio, Pacuvius, Séneca, Juvenal y otros autores latinos cuyos escritos proporcionaron la mayor parte de los modelos considerados “clásicos” entre los siglos XVI y XVII. Que las vanguardias artístico-literarias han sido definitivamente desactivadas por la sociedad del hiperconsumo y la frivolidad posmodernas es una verdad tan grande como que la actual quiebra de la educación secundaria en el período contemporáneo ha convertido en ilegibles a lo mejor de poetas como Góngora, Quevedo y, ya que estamos, también al resto de los poetas.

Portada del libro Simientes de Babel.

Para que puedan hacerse una idea de aquello a lo que me refería cuando hablaba hace un rato de “juegos de palabras” les leeré el siguiente fragmento de esta cuarta sección:

Allá la mano

Aquí el espasmo vítreo

transvítreo

levadizo

tránsfuga dolido en órbita y temblores

pasadizo y sombra

en mi vislumbre

motivo

aleteo del sentido

boca troca soca loca dota poca linfa

mira

y seduce

mancha

mata

y

solo

pierde

coca y roca.

La quinta sección del libro retoma el tema de la Babel bíblica y tiene por título “Palabrero: origen de las lenguas”. El poema del mismo título que allí se nos presenta es, con mucho, el más “ochentoso” de todo el conjunto, tanto por su forma como por su intención. En efecto, a la manera de muchos otros textos que se escribieron en aquella década, este poema arranca con dos menciones al gran polímata rumano Dimitrie Cantemir al que únicamente se le menciona en el segundo y en el noveno versos para luego desaparecer completamente, sin haber llegado a convertirse ni siquiera en el tema del texto. Por esa razón, tal vez convendría señalar la existencia de vínculos formales entre este y varios de los textos incluidos en poemarios anteriores de Odalís Pérez, aunque en particular los de los libros que publicó entre la segunda mitad de la década de los 80 y el año 2000.

La densa acumulación de mitemas y culturalemas que marcan el texto de este poema constituye tal vez uno de los referentes que permitirían dar cuenta del título que Odalís le dio a este libro, en el sentido de que dichos mitemas y culturalemas podrían ser las “simientes de Babel”. En efecto, el lector de este libro podría ejercitar su competencia cultural a través de la identificación y el reconocimiento de símbolos y emblemas pertenecientes a la cultura universal. Por ejemplo, solamente en la doble página 106-107, mi lectura detecta los siguientes: jeroglífico, unicornio, el gran árbol, la gran obra, sello mántico, la tabla de esmeralda, pentáculos, la sibila, el hades, y el laberinto. Al campo léxico que así se sugiere se le podría agregar uno o varios campos semióticos particulares, según se opte por proponer una hermenéutica de los símbolos mágico-alquímicos o un análisis de tipo greimasiano de las acciones enunciadas y sus agentes.

Una sola pregunta permea la lectura a lo largo de estas cinco partes: ¿cuál es el lugar de donde emana esta enunciación poética que parece asumir su función como si estuviese ajena a toda marca de actualidad espacio-temporal? Por supuesto, a menos que uno pretenda meterse en primera persona con todo y ropa en alguna historia de tipo nazi, siempre será más sano dejar que sea el mismo poeta quien nos responda este tipo de preguntas relativas a su ethos. Y precisamente por eso es que resulta inevitable dejar que la lectura alcance la primera estrofa del último poema del libro, titulado: “Palabrero en vida”, en la cual leemos lo siguiente:

Fabricador de espesos escrutinios

hacedor de enigmas

transgresor de sombras

puede confesar que el flujo de la nada

es tema de la auriga

puede pensar que piedra y hueso nacen en la tos del signo

logógrafo que impone desventura

en los abismos.

Cualquier lector del primer Barthes recuerda que este semiólogo llamaba el “sistema de la persona” al hecho de que tanto los sistemas narrativos como la lengua únicamente conocen marcas lingüísticas asignadas a la persona (Yo) y a la no persona gramaticales (él). Siendo el poema un contexto discursivo sui generis, se han observado numerosos usos que transgreden este “sistema de la persona”, pero no es esto lo que me interesa destacar, sino el hecho de que la aparente impersonalidad de los versos que acabo de citar  no es el resultado de la “ocultación” o de un “Yo Fingidor” como decía Pessoa, sino probablemente el efecto semiótico de esa acumulación de “epítetos homéricos” que se le asignan al “Palabrero” (término que, en realidad, no es más que otro epíteto). Debido a esto, la tentación de establecer una lectura personal de este poema gravita de manera casi permanente hasta que la lectura alcanza la altura de la quinta estrofa. Y allí, en el séptimo verso, vuelve a presentarse ante nosotros ese Yo que, cual pasajero clandestino, ha viajado todo el tiempo disimulado entre tanto bagaje poético:

Qué líneas moribundas qué vuelo

diminuto en cuerpos de la noche revertida.

Asombros planetarios

regados en la espesa concha mineral

corredizo del hueso y la distancia;

invisible bordón que no permite acceso a la ventisca.

Muere de placer mi plexo, en combatida llama,

racimos de fulgores y crápulas nocturnas abren paso.

Queda expuesto de ese modo ese Yo que, cual ánimula vágula blándula, tantas mutaciones textuales conoce en los poemas de Odalís pero que, me precipito a decirlo, sólo es personal desde el punto de vista gramatical. Ese Yo-poético no es nunca, en efecto, ni un yo autobiográfico ni un Cogito hermenéutico, sino un núcleo semiolingüístico que permite agrupar los sentidos textuales en torno a una matriz generadora. De ese modo, como suele suceder con los escritos de Odalís, para que los textos de este libro sean consumidos como poemas, se hace necesaria la intervención activa de un lector de amplias competencias semióticas y culturales, o por lo menos, dueño de un pensamiento articulado en los campos de la historia literaria, la retórica, la estética, la poética y la filosofía.