¡Qué gentes estas que no saben lo que dicen! ¡Perdónalos, Señor, pues no saben lo que escriben! Son como aquellos otros que leen, pero no comprenden! Unos dicen que “la poesía se hace con palabras”, pero, ¿quién sabe de dónde salen todas esas palabras? Otros dicen que “la poesía es arte y que por eso es forma”, y si alguien pregunta qué le da sentido a esa forma viene otro y te dice que sólo hay un sentido, que es el ritmo, y que el poeta es su profeta, y tal vez sí, aunque, ¿sabe alguien cómo se baila ese ritmo que no es ni el de la lectura ni el de la escritura? ¿Y qué pasa con esa otra historia que no es la que teje el ritmo, sino aquella en la que el poema, apenas hunde la punta de su pie, quebrado o no, queda preso, atrapado o mordido por el caimán de la política?
Si fuera fácil, la poesía estaría al alcance de todos los inconscientes, como decían los surrealistas; si fuera fácil, la poesía la haríamos todos y no uno solo, como decía el montevideano Isidore Ducasse; si fuera fácil, la poesía sería cualquier cosa, y cualquier cosa sería un poema, como dicen algunos en esta época de mercaderes destemplados, pero no. Ni la poesía ha sido nunca hija de la facilidad, ni basta con declarar poético al amanecer para que amanezca en un poema. La rosa de Huidobro nunca estuvo en Alma Rosa, y no por falta de ánimas ni de ánimo, sino porque es más fácil pedirle a un camello que pase por el ojo de una aguja que hacer que el Estado se percate del estado en que ha dejado a esa poesía que nadie lee menos porque no la comprende que porque ya no le importa a casi nadie, siendo tal vez esta indiferencia la más añosa criatura bastarda de todas las que ha parido la política politiquera, neoliberal y cascabelera.
Ahora bien, si es así, cabe preguntarse quiénes hacen la poesía si no son los poetas. ¿Y quién les da permiso a unos sí y a otros no para considerarse a sí mismos o ser considerados poetas por otras personas? Este misterio es tan profundo que ni siquiera Jacques Cousteau pudo explorarlo nunca. Tal vez por eso muchos han intentado buscar en la biografía de los poetas las pruebas del nacimiento de la poesía, aunque claro, todos ellos terminaron fracasando. No es, pues, que Rosa no sea una rosa no sea una rosa no sea una rosa, digo yo sin querer contradecir a Gertrude Stein, sino que un poeta es un poeta es un poeta es un poeta. Sólo hay, en efecto, un inefable mayor que la poesía y ese es el poeta.
Por suerte para mí, a Odalís Pérez Nina lo conocí primero como poeta en 1987 en los pasillos de UTESA en donde ambos éramos profesores. Estoy seguro de ello porque ese mismo año me entregó un ejemplar de su libro titulado Habitácula, con el cual había ganado el premio de poesía de Casa de Teatro correspondiente al año anterior. Como aquellos eran años en que los libros, sobre todo los de poesía, todavía no adquirían la costumbre de envejecer antes de ser leídos, leí de un tirón aquel que había puesto en mis manos el poeta que acababa de conocer y lo primero que me sorprendió fue lo admirablemente bien pensados que estaban aquellos versos que parecían emanar de una profunda preocupación metafísica y teológica, y lo segundo (¿o fue esto lo primero?) la cantidad de símbolos culturales que parecían estallar a medida que iba leyéndolos.
Digo esto precisamente porque, al parecer, muy pocas personas de esta época peripatética e hiperapantallada se detienen a pensar en lo pueriles que resultan todas esas confesiones autobiográficas y soliloquios testimoniales que hablan más de la imposibilidad en que se encuentran sus autores de superar sus traumas personales que de su capacidad de trascenderlos por medio de un trabajo paciente y consciente de los símbolos.
De 1987 a 2024, el poeta Odalís Pérez ha engordado su bibliografía con decenas de títulos en prácticamente todos los géneros discursivos. De hecho, a mí mismo me ha confiado en más de una ocasión el honor de presentar públicamente algunos de ellos. Por eso, el libro de poemas que esta noche nos convoca tenía ya para mí, antes de comenzar a leerlo, un historial genético indisociable del posicionamiento particular que ha asumido el poeta Pérez Nina en la escena literaria dominicana en el curso de las últimas cuatro décadas.
De ese modo, lo primero que considero necesario decir aquí es que no solamente este nuevo libro de Odalís está a la altura de su producción poética anterior, sino que, por un lado la enriquece y por el otro lado la problematiza, lo cual, en el caso de un verdadero poeta, más que un factor de preocupación, constituye la marca de una búsqueda incesante de escapar del cliché.
A mí, personalmente, no se me había escapado observar cierta recurrencia formal entre los modelos enunciativos de varios libros anteriores de Odalís: el que se titula Perro no come perro, publicado en 2016, el titulado Planetario, de 2017, y otro libro menos conocido en nuestro país ya que se publicó en 2013 en Puerto Rico y que vendría a ser algo así como el ancestro común de los dos que acabo de mencionar, cuyo título es Tímpano terrestre. En estos tres libros la intención poética saca la lengua de sus goznes: el decir se hace intransitivo y el poeta abandona toda referencialidad al hacer que su texto parta del proyecto de convertirse en escritura pura. Y como debería saberse desde Foucault o desde Deleuze y Guattari, todo intento de escapar del sentido social no puede ser otra cosa que político.
Evidentemente, por muy encantador que pueda parecer este tipo de elaboraciones textuales, su peligro principal es que constituye una trampa de la que pocos poetas han logrado escapar a tiempo, y por eso sus obras respectivas han quedado encasilladas en los moldes de un espejismo puramente formal de muy escasas e intrascendentes variaciones. Es por eso que vale la pena saludar este inteligente esfuerzo de sacudirse de encima aquellos étimos con los que nuestro poeta venía trabajando, esfuerzo que terminó concretándose en el libro que esta noche nos ocupa, es decir, Simientes de Babel.
Sobre este último, lo primero que hay que decir es que Odalís no ha claudicado en su búsqueda de posicionarse como poeta neobarroco. En ese sentido, es necesario decir primero que los poemas que en esta ocasión nos entrega Odalís no son ni “conceptistas”, como los de sus libros anteriores, comenzando por el ya mencionado Habitácula (1987), La pirámide en el hombro de Dios (1988), Papeles del Eterno (1999), ni “culteranos” como los ya mencionados Tímpano terrestre, Planetario y Perro no come perro, sino una sabia fusión de ambas concepciones de lo poético. Nos encontramos así ante una síntesis simultáneamente formal y conceptual por medio de la cual el poeta enuncia su entrada definitiva a esa zona a la que, a falta de un nombre mejor, me permito designar como el ámbito de la consagración poética. En esta ocasión, no obstante, el barroquismo que se observa en los poemas de este libro es puramente de diseño, es decir, abiertamente manierista, y tiene al menos dos orígenes bastante ostensibles.
En la próxima entrega me detendré a observar algunos aspectos de ese barroquismo.