El Instituto Profesional reabrió sus puertas en agosto de 1895, luego de una pausa de cuatro años. Para la ocasión, Fernando Arturo de Meriño, arzobispo de Santo Domingo, asumió la rectoría convencido de que, desde el Instituto, elevaría el sentimiento patriótico dominicano. Le acompañaron Manuel de Jesús Galván, vicerrector y catedrático de Derecho Civil; Apolinar Tejera y Federico Henríquez y Carvajal, de la misma cátedra; Juan Francisco Alfonseca y Francisco Henríquez y Carvajal, de Medicina y Cirugía; Leopoldo Navarro, de Matemáticas y Salvador Otero Nolasco, como secretario. Hasta 1901, las facultades o ramos de estudio fueron Farmacia, Medicina, Derecho, Matemáticas, Cirugía Dental, Bachillerato en Letras, Ciencias y Odontología. Las titulaciones se limitaban a la licenciatura, agrimensor público, cirujano dentista y comadrona o partera. Los estudiantes, oficiales o libres, iniciaban el año académico en octubre y tomaban sus exámenes (ordinarios y extraordinarios) en julio.

Por razones históricas conocidas, la participación de la mujer fue limitada en el Instituto Profesional. Según sus Anales de 1905-1917, destaca la reinscripción de Evangelina Rodríguez, en Medicina; Alicia Cohén, Adela Morcelo Colón y Ana Teresa Paradas, en Matemáticas, Carmela Quírico y Ana Teresa Paradas, en Derecho; Mercedes Medrano, Mélida Morales y Victoria Oliva, en Cirugía Dental; Dolores Niese, Victoria Oliva, Luisa Sánchez, Melanea Pichardo, Isaura Martínez, Adriana Mascaró, María Castellanos y Melanea Zaleta, en Obstetricia; las maestras normales Argentina y Urania Montás, Clara E. Brache, bachiller Isaura Martínez Eduvigis Rosa, Flor de Ma. Piñeyro y María Francisca Mallén, en Farmacia. De estas, cuatro tenían 17 años, tres 19, dos estaban entre 20 y 24, y para el resto no se especifica la edad. Durante 1914-1915, dicha fuente registra tres nuevas inscritases, y una durante los dos años siguientes. Crece el  asombro al saber que durante 1913-1917, el promedio anual de estudiantes fue de 271. Junto a esta inequidad destacan las trabas para ejercer la profesión. Evangelina Rodríguez, nuestra primera doctora, no pudo hacer la Medicina que quería; mientras que Ana Teresa Paradas, primera abogada, tuvo exequatur porque los yanquis invasores se lo aprobaron en 1918, cinco años después de graduada. Afortunadamente, al día de hoy, todo es distinto.