Día doce. Mes del teatro. Año 2024. Las misivas digitales se acumulan. Algunos de los contactados dicen que luego, pero nunca contestan. Otros, me dejan en visto. Cada uno a su estilo y forma responde.

Cada mensaje, quiérase o no, transmite una idea. Sin saberlo o no, son una respuesta confesional, un manifiesto, una carta, un credo que refleja a su emisor.

Cual soliloquio teatral, la actriz y psicóloga, Wendy Alba, se desbordó sutilmente. Solo se le dijo: “Dime en una oración o frase corta, ¿por qué teatro? No te compliques, algo fluido, así, sin pensarlo mucho.” Después de un rato, llega esta inspiradora misiva whatsappiana:

«¿Por qué teatro?

Miro la pregunta, [sonrío, suspiro, hacen tapón en mis memorias rastros de calles de pueblo]. ¿Por qué teatro? Porque el teatro es (mí) rebeldía, el teatro es mi reencarnación, el lugar donde puedo ser mil veces otros yo, donde hay felicidad, donde hay duda, un lugar, un estar. El teatro me salvó y sé que es una verdad muy popular entre quienes hacemos este oficio, sin embargo, el teatro protege de la aridez, de lo tosco y lo hace vida, lo devuelve provocando sentipensar. Es donde siempre supe que pertenecía, es ese susurro asertivo que desde mucho tiempo viene conmigo. El teatro es una conquista, una seducción, aquello que me habita. El teatro supo de mí antes de que yo misma supiera quien soy, ahí se dijo teatro. El teatro es un sábado, una mañana, una madera que huele a tiempo [huele a teatro]. Es la línea dulce de la deriva donde saltar para caer en los brazos de los ojos de tu espejo [el público]. Porque vuelve a ser un olor de madera de un sábado, un pequeño pueblo de cuatro calles convertido en un ensayo. Porque me ayuda a crecer, a esperar. Porque el teatro es libertad. Entonces es ¡sí, sí porque es teatro, y ya!»

Mientras leía, imaginé algo poético, filosofal, íntimo, con vestuario sobrio y una luz cenital, teatral. De aquí sale un micro-monólogo a lo Bodden.