Séptimo día del mes del teatro. La suerte está echada, ¡elegimos el teatro! ¿Fue suerte esta elección, o él nos eligió? ¿Se hace o se nace teatrista? Yo diría que, indistintamente, ambos pueden ser al mismo tiempo y a la vez. He ahí el dilema.
Contra un piélago de males, calamidades y el infortunio de la airada suerte de haber nacido o no, de ser o no ser elegidos, hay quienes levantamos el espíritu y asumimos el teatro como un estilo de vida. Y pensar que no todos tienen la suerte de encontrar al teatro.
Ser afanoso teatrista requiere de mucho valor, algo de locura y alta dosis de esperanza, de fe. Así, la argentina Lorena Oliva, cargada de sueños, devotamente asumió la empresa y torció su curso hacia esas tierras del gran teatro del mundo.
Haciéndole frente a las injusticias de migrar y a los desdenes del tiempo, con “Vaina” y amor, acabó teatralizándose también como dominicana. Esta hermana teatral, encarna con dignidad su “aplatanamiento”. Aceptó su destino en esta ignorada isla, de construirse en forma teatral.
Dijo sí al teatro. Y lo dice con acento bonaerense-capitaleño, “soy teatrista”.
Entonces le pregunté, Lore, pero ¿por qué teatro?
«Porque desde siempre me ha acompañado y ha sido vientre, hogar y patria.
Porque es resistente y resistencia, es rebelde y revolucionario.
Porque a través del teatro puedo comprender mejor lo humano, lo sagrado, lo divino…
El teatro es servicio, la mayor manifestación del amor.
Porque aún creo en él y él siempre creyó en mí.
Porque me sigue enamorando y seduciendo.
Y porque solamente en el teatro puedo ser tan necia, tan terca, tan obstinada y tan apasionada.
En ningún otro lugar me aplaudirían por sentirlo todo con tanta intensidad. Sobre todo, en estas épocas tan inexpresivas e impersonales…
El teatro ha sido lo más generoso con lo que me topé en la vida, no me basta esta vida para agradecerle.
Nacería teatrista mil veces más…»
¡Yo también! Porque ser o no ser ya no es la cuestión, porque se es o no se es teatrista.