Al igual que el teatro, pero salvando las distancias, el mundo digital se ha convertido también en un lugar de encuentro. Entre tanta información e híperconectividad, nos buscamos, encontramos y perdemos.

Tomar el celular y abrir aplicaciones de redes sociales, es de las acciones que muchos realizamos repetitivamente a lo largo del día. Así, nos topamos con emoticones de la noche anterior, frescas publicaciones noticiosas, dejamos mensajes sin responder, se llena la memoria con fotos del grupo familiar que ignoramos, vemos el chat del trabajo a escondidas y ya antes de finalizar la jornada, perdemos unos minutos más entre Instagram o Facebook, averiguando quien sabe qué. Indudablemente buscamos algo en este maremágnum de mensajes.

¿Lo mismo sucede en el teatro? ¿Qué hace que nos busquemos en ese lugar de encuentro llamado teatro? En apenas unos años vemos que las maneras de interacción social son tan distintas y distantes. Sin embargo, seguimos siendo biológicamente seres sociales, gregarios, que requieren necesariamente del intercambio y cercanía con otros seres de nuestra misma especie.

Esa necesidad instintiva de comunicarnos, nos lleva a la adictiva imposición de abrir el celular a cada instante para revisar los mensajes de quienes sean y que llegan por donde sea. Entonces, es cuando veo una nueva notificación y hago lo propio, sucumbir ante el embrujo de otro mensaje. Abro el chat de WhatsApp que tengo con la crítica Gilda Matos, quien también contestó a la pregunta, ¿Por qué teatro?:

«Porque es necesario comunicar nuestros conflictos, psicológicos, sociales y políticos.

Porque con el teatro se puede difundir la esperanza.

Porque se puede representar nuevas miradas a las acciones del hombre en la sociedad.

Porque es una diversión y ejercicio de catarsis.

Porque él encierra el mejor ejercicio crítico de hombres y mujeres en todos los tiempos.»

Ahora el día dos de marzo, mes del teatro, antes de cerrar el chat con Matos, releo y asimilo el mensaje reflexivo sobre teatro recibido. Luego copio y reenvío a otros contactos con la certeza de que, si me dejan en visto, es que seguro les tocó el alma y harán lo instintivamente predecible, repostearlo.