En los últimos veinte años la ética occidental se ha decantado por la condición humana en situaciones donde su dignidad como persona está en riesgo. De ahí, términos al uso y al abuso como “ética del cuidado”, “ética ciudadana”, “educación para la ciudadanía” … el centro de estas reflexiones lo ocupa un concepto polémico, pero que en los últimos dos decenios se ha ido posicionando como concepto clave para interpretar la existencia humana. Nos referimos al concepto de vulnerabilidad.

La vulnerabilidad es una característica inherente a la condición humana y se refiere a la capacidad de una persona para ser herido, dañado o afectado negativamente por situaciones o eventos adversos. Muchas veces internos o externos. Extraños o comunes. En todo caso, existen diferentes aspectos en los que podemos ser vulnerables y muchos motivos por la cual caemos bajo dicha condición.

Empezando por la naturaleza física y biológica. Como seres humanos, estamos sujetos a enfermedades, lesiones y debilidades físicas que nos hacen vulnerables a diversos problemas de salud. Por ejemplo, la caída de una persona de edad avanzada puede ser fatal para su estado corporal. Un joven de 23 años que tenga un accidente mortal, provocado un conductor imprudente, puede ocasionarle daños irreparables, incluso la propia muerte.

En ese sentido, podríamos continuar con aspectos emocionales y psicológicos. Nuestras emociones y estados mentales influyen significativamente en nuestra vulnerabilidad. Los desafíos emocionales, como la ansiedad, el estrés y la depresión, pueden afectar nuestra capacidad para enfrentar situaciones difíciles. Una persona con problemas laborales es vulnerable a situaciones que, una vez ocurridas, pueden desprestigiarle como profesional.

La otra parte es la dependencia en la sociedad. El reconocido filósofo escoses Alasdair MacIntyre, en su libro Animales racionales y dependientes nos describe bajo esta lupa y entiende que aquello que nos hace humano no es más que nuestra necesidad de recurrir a otros; que necesitamos al otro para vivir y lograr nuestros proyectos de vida.  Como seres sociales, dependemos unos de otros para satisfacer necesidades básicas y alcanzar objetivos.

Esta interdependencia puede exponernos a riesgos en función de la confianza y cooperación que tengamos con los demás. Por ejemplo, ante la amenaza de una tormenta a la persona que se le termina el botellón de agua y la solicite al colmado de la esquina y se le haya agotado, su capacidad de vulnerabilidad se incrementa en comparación con esa situación. Tener agua depende de si el proveedor la posee para vendérsela. Seguramente, esta persona tendrá que recurrir a otro para pedir ayuda.

Igualmente, dentro de la condición vulnerable hay que incluir los cambios y eventos inesperados. Algo que he convenido en llamar “lo trágico de la vida y la inversión de los papeles”. La vida está llena de incertidumbres y cambios imprevistos que pueden afectarnos de manera negativa. Desastres naturales, crisis económicas, conflictos políticos, entre otros, pueden tener un impacto directo en nuestra vida cotidiana.

Todo esto nos enseña sobre la falibilidad y errores humanos, en el sentido de que todos cometemos errores, dando lugar a consecuencias no deseadas. A veces, nuestras decisiones y acciones pueden resultar en situaciones de vulnerabilidad.

¿Y qué decir de la tecnología y los sistemas complejos? La creciente dependencia de la tecnología y la interconexión de sistemas pueden exponernos a vulnerabilidades cibernéticas y problemas de seguridad. Recuerdo en una ocasión cuando celebrábamos un seminario muy importante, a través de una conocida plataforma de conexión, que fue arruinado por un hacker. O pensemos en algo mucho más simple, como la caída de la red mientras se está buscando información a través de internet. Tenemos la creencia que la tecnología nos hace titánicos, cuando la verdad es que nos convierte no solo en dependientes sino, además, en frágiles y vulnerables, precisamente por esa dependencia que hemos creado.

Podríamos seguir detallando situaciones, como los factores socioeconómicos que involucran desigualdades sociales, la pobreza y la falta de acceso a recursos básicos pueden hacer que algunas personas sean más vulnerables que otras frente a situaciones adversas.

La vulnerabilidad, nuestra condición vulnerable, es una realidad con la que debemos convivir, que no significa que no existan medidas para “reducir” su impacto y que debemos cada vez impulsarlas, como, por ejemplo, la educación, la preparación ante desafíos conocidos, la construcción de redes de apoyo, el acceso a servicios básicos, la mejora de la resiliencia emocional y el fortalecimiento de la cohesión social. A todo esto, la ética le está prestando atención, ayudándonos a la reflexión colectiva sobre nuestra vulnerabilidad y a crear más conciencia de que somos animales dependientes, aunque racionales.