Hace ya unas semanas que señalamos que la principal falencia de nuestra educación era no enseñar a los niños a aprender y convertirse en aprendedores autónomos.
El maestro no está para enseñar, sino para facilitar el aprendizaje. Nadie puede enseñar a nadie, solo puede facilitarle u obstaculizarse el aprendizaje que es una construcción de conocimiento a través de la experiencia.
Eso significa que el rol del maestro cambia. Su tarea tiene que ver:
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Con generar el ambiente de aprendizaje que promueve en el aula.
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Con aplicar el estímulo al aprendizaje en sus alumnos.
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En modelar cómo se aprende a través de su ejemplo.
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En mostrar dónde y cómo se obtienen información y referencias.
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En fomentar dinámicas que conviertan la experiencia en amena y gratificante
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En emplear los distintos tipos de aprendizaje: individual, en equipo, colectivo, etc.
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En guiar a cada participante a aplicar sus talentos y dones particulares, su manera o vía cerebral de aprender
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En aportar reconocimiento, apoyo, atención, aprobación y aprecio incondicional a los estudiantes.
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En proveer un ejemplo de cómo practicar la resiliencia, el aprender de los resultados, aplicar repetición mejorada, el kaizen y aplaudir el riesgo y el atreverse.
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En facilitar y suplir recursos que apoyen el aprendizaje de sus alumnos.
Y una de las principales tareas es ocuparse de desarrollar en sus alumnos la comprensión lectora, ya que ninguna otra materia podría abordarse con éxito si se es deficiente en comprensión lectora, ya que es a través de libros, documentos y materiales escritos como mayormente nos apropiamos de las informaciones, hallazgos y avances logrados por las mentes más brillantes de la humanidad. Lograr que cada alumno se relacione con las grandes mentes de la humanidad es la tarea principal del docente.
La función del maestro no es suplantar esa relación, sino propiciarla, compartir el aprendizaje con sus alumnos, celebrar los hallazgos, las iluminaciones, los momentos ¡Ajá!, modelar cómo se pregunta, se cuestiona, se interroga a un autor a través de su texto y cómo encontrar las respuestas.
El desafío de la comprensión lectora
La comprensión es un proceso. Se produce en distintos niveles y va de lo superficial a lo profundo.
Nunca terminamos de leer un libro y extraerle toda su riqueza, porque establecemos un diálogo con sus páginas en que aportamos nuestras experiencias, intereses, saberes, creencias, proclividades, vocaciones e inclinaciones del momento.
Esos elementos que aportamos al momento de leer cambian. Quien vuelve a esas páginas tiempo después es otra persona, con más mundo, otros entendimientos y experiencias, y probablemente con otros intereses, creencias, proclividades e inclinaciones.
Como escribe Juana R. Pinzás en su libro Leer pensando:
“La lectura, pues, es interactiva porque la información y el conocimiento ofrecidos por el texto dialogan con las experiencias o información previos del lector. Ambos participan, se encuentran y relacionan, se integran y se combinan, para producir un significado particular en base a esa combinación.”
Y el libro, aunque el mismo, será un libro distinto.
De ahí que, leído en distintos momentos de la vida, el libro conecte con intereses y propósitos distintos y nos abra el acceso a tesoros que, en su momento, no estábamos preparados para ver y justipreciar.
Si cambiamos, el libro cambia.
Guiar, entusiasmar, promover y modelar ese diálogo fecundo entre el libro y el alumno es la tarea docente.
Inducir a que los alumnos investiguen, contrasten, analicen, deduzcan, infieran, conecten, relacionen, descubran, evalúen y desmenucen la información que el autor aporta, sean capaces de resumirla, sintetizarla, reelaborarla, y por igual, descubrir los flancos no cubiertos, las áreas insuficientemente tratadas, los agujeros en la argumentación, los espacios a rellenar con otras lecturas, análisis y conclusiones.
Es decir, que aprendan a desarrollar conciencia crítica.
Reapropiar al alumno de su capacidad de imaginar
Toda escritura empieza en la imaginación. El autor visualiza. Ve en su mente.
Luego, traduce lo que ha visualizado en palabras, codifica su visualización y elabora un texto.
Ese texto ya escrito y publicado es el material con que entramos en contacto.
¿Qué significa leerlo? Que somos capaces de penetrar en la selva de letras y otros signos para conectar con el sentido, con la visión que originaron esas palabras, y cerrar el bucle de comunicación.
Vemos en nuestra mente lo que el autor vio, según las palabras con lo que nos lo comunicó. Pero a la vez, vemos más, porque añadimos nuestras propias experiencias, interpretaciones, percepciones, entendimientos e inferencias.
De ahí que dos lectores, leyendo el mismo texto, no lleguen exactamente a las mismas conclusiones.
Incluso una persona, leyendo el mismo texto en momentos distintos de su existencia, leerá dos textos distintos, porque su aporte, como explicó la maestra Pinzás en la cita que reprodujimos de su libro, es distinto.
¿Cómo empezamos a comprender?
La comprensión lectora es un proceso que no se agota fácilmente.
Hay, pues, niveles de comprensión.
La simple repetición de lo leído no implica comprensión alguna.
La comprensión empieza con la capacidad que demostremos de replicar en nuestra mente las imágenes que el autor creó para escribir, deduciéndolas de su texto.
¿Qué ves en tu mente? es la pregunta clave al momento de que hablemos de comprensión lectora.
Es imposible entender un texto sin que lo visualicemos. Tenemos que cerrar el bucle de la comunicación.
Si cuando leemos la mente se nos queda en blanco, no entendimos.
El propósito de todas las palabras, oraciones, párrafos y páginas era estimular en nuestro cerebro las imágenes correspondientes, de forma que replicáramos el proceso mental que el autor desarrolló.
Y enriqueciéndolo con lo que aportamos a partir de nuestra experiencia, talento, gustos, creencias, intereses e inclinaciones.
La tarea no es imponer una interpretación o una forma de ver, sino ayudar a que cada persona elabore la propia y aprender de las distinciones y personalizaciones que cada alumno hace.
Un autor proporciona indicios, ninguna descripción es exhaustiva. Cada lector llena con su propia imaginación los datos faltantes y, de ahí, nacerán distintas comprensiones.
Crear películas mentales al leer
Tenemos cerebros proclives a reaccionar a las imágenes. La vista es nuestro principal sentido, el que más activa distintas áreas del cerebro, al grado de que el cerebro mismo, por la única vía que sale del cráneo en que está encerrado y se relaciona con el exterior, es a través del nervio óptico, auténtica prolongación del cerebro.
Las imágenes detonan reacciones emocionales, sean gratas o no tan gratas, excitantes o amenazantes. Que nos provoquen un grito de júbilo o un aullido de terror.
Aun el tema sea abstracto, siempre lo podemos concretizar en imágenes, porque es por las imágenes que podemos entenderlo.
Esa capacidad de excitar imágenes en la mente, Ernest Hemingway, cuentista y novelista norteamericano, premio Nobel 1954 de Literatura, la verbalizó de esta manera:
“Todos los buenos libros se parecen en que son más reales que si hubieran sucedido de verdad y que cuando acabas de leer uno sientes que todo eso te ha pasado a ti y a partir de entonces te pertenece; lo bueno y lo malo, el éxtasis, el remordimiento, la tristeza, las personas y los sitios y el tiempo que hacía.”
Todos los pensamientos los generamos como imágenes y sensaciones. Es un proceso inconsciente, tan natural, que en muchas ocasiones no sabemos que lo hacemos.
Los escritores de ficción saben eso y elaboran sus historias apelando a nuestros sentidos, para hacernos vivir de manera inducida, vía lo que nos incitan a ver, oír, sentir, oler, palpar, etc., una experiencia a través de la imaginación, tan intensa que nos substrae al momento y lugar en que estamos, para mantener nuestra atención cautiva en lo que nos cuentan.
Y los personajes se nos vuelven vívidos, cercanos, conocidos. Es su magia, como autores. Quienes lo logran, se ganan el corazón de su audiencia.
Leer ficción es un excelente medio de desarrollar la comprensión lectora a través del proceso de convertir en imágenes y películas mentales lo que leemos.
Y eso fue lo que Hemingway expresó en la cita que reprodujimos de él.
Involucrar todos nuestros sentidos
Al leer no solo vemos imágenes, también conviene que involucremos todos nuestros sentidos. Podemos imaginar, vía el recuerdo, los aromas, las sensaciones térmicas de frío, fresco, tibieza o calor, los distintos sabores, los sonidos, desde los melodiosos hasta los ruidos, las texturas y sensaciones táctiles. Colores, formas, volúmenes, peso, maneras de moverse, niveles de luz… todo es pasible de ser amplificado por nuestras experiencias sensoriales, enriquecido por nuestra imaginación.
Mientras más sentidos involucremos, mejor.
También podemos emplear nuestra imaginación para hacer suposiciones, crear expectativas, deducir posibilidades, inferir información no dicha, pero que se sugiere, y por igual, exponer nuestra opinión sobre lo que leemos.
Toda lectura es un diálogo, un intercambio, entre el autor y el lector. Así conviene entenderlo.
Al autor, vía su texto, podemos hacerle preguntas, plantearle nuestra opinión, hacer explícita nuestra discrepancia, aportar una contribución que expande, corrige, añade o refuta un criterio o dato.
Leer no es algo pasivo y mucho menos debe ser asumido con un concepto de sumisión a la autoridad.
Es una conversación mutuamente respetuosa entre dos inteligencias, acerca de un tema de mutuo interés.
Entendemos a través de nuestra mente y experimentamos nuestra mente como una película
Uno de los más agudos desarrolladores de la programación neurolingüística, PNL, el doctor L. Michael Hall, en su libro MovieMind: Directing the Theater of Your Mind (Película mental: dirigiendo el teatro de tu mente), escribió lo siguiente:
“Experimentamos nuestra "mente" como una película. No es que nuestra mente sea una película, es sólo que experimentamos las actividades de nuestra mente de pensar, sentir, conocer, decidir, valorar y representar como una película.
"¿Sorprendente? ¿Por qué es esto sorprendente?"
Es sorprendente porque no hay una "pantalla de cine" literal en nuestras cabezas. Nuestros cerebros están llenos de materia suave y carnosa y sustancias neuroquímicas, redes y vías neuronales, pero no hay pantalla de cine.
Simplemente parece que vemos cosas en nuestra mente, que oímos cosas en nuestra mente, que sentimos, olemos, saboreamos y experimentamos plenamente cosas en nuestra mente. Cerramos los ojos mientras dormimos y todos podríamos jurar que volvemos a ver lugares de nuestra infancia y escenas de nuestro hogar y lugar de trabajo actuales y escuelas y que vemos, oímos y sentimos un mundo de personas, amigos, amantes y niños. Sin embargo, ese es el truco. Sólo parece que estamos viendo, oyendo y sintiendo ese mundo. No somos. No precisamente.”
Permanentemente estamos viendo cosas en nuestra mente. El ver situaciones, personas, proyectar posibilidades, anticipar eventos, es algo que siempre estamos haciendo y que nos prepara para lo que podría acontecer.
Esa competencia, que ya poseemos y que empleamos, es la que los maestros deben hacer aflorar en sus alumnos para aplicar a la lectura.
Hay que reproducir, no las palabras, sino las imágenes que esas palabras contienen y sugieren, para conectar con el proceso mental que dio origen a esas palabras, para establecer el lazo de cerebro a cerebro con el autor.
Leer es dialogar directamente con las mentes más brillantes
Jorge Luis Borges, en una de esas salidas geniales con las que nos premió, dijo que:
“Cuando los escritores mueren se convierten en libros, que, después de todo, no es una encarnación tan mala”.
Los escritores siguen viviendo a través de sus obras. Siguen hablándonos.
Podemos dialogar con ellos, aprender de ellos, preguntarles y recibir sus consejos, advertencias y recomendaciones.
No estamos condenados a las conversaciones insultas, pedestres o mezquinas de los analfabetos funcionales y los alérgicos a pensar y a aprender. Podemos codearnos con las mejores mentes del mundo, nutrirnos de ellas, encumbrarnos a sus alturas y empinarnos sobre sus hombros para ver más lejos.
Eso es lo que la lectura nos permite, escapar a la chatura y chabacanería que puede rodearnos para conversar y trabar amistad con los genios y cultivar su trato.
Y para entenderlos, empecemos por convertir esas palabras en las imágenes que inicialmente fueron, para cerrar el bucle de la comunicación.
Conectemos esas imágenes con nuestras experiencias.
Actualicemos y enriquezcamos ese diálogo con otros puntos de vista, autores, aportes.
Y apropiémonos de ese tesoro que nos legaron esas mentes para nuestro provecho. Y si es posible, abramos a otros esa oportunidad, haciéndole nuevos amigos a nuestros amigos que habitan en los libros.