“Ayer español nací, /a la tarde fui francés, /en la noche etíope fui, / hoy dicen que soy inglés, / ¡no sé qué será de mí!” (Padre Juan Vásquez)
Esta quintilla del Padre Vásquez es quizás la que mejor nos define como un pueblo mestizo, donde el indio, el europeo español y el negro africano se entremezclan y crean al dominicano, identidad resultante de esas batallas de las potencias europeas en su lucha por controlar y mantener la hegemonía en El Caribe, controlar los mercados y trazar las directrices futuras de dichas naciones.
Nuestra historia colonial está marcada por la llegada de los europeos y la colonización del territorio por parte de España, con el Almirante Cristóbal Colón a la cabeza, quien llega el 5 de diciembre de 1492 en su primer viaje.
Nuestra primera nacionalidad fue española hasta 1795 cuando España entregó a Francia, la parte Oriental de la isla Santo Domingo mediante el Tratado de Basilea, Suiza, pasamos a ser franceses.
Meso Mónica, poeta popular, poco conocido de los dominicanos, sólo se sabe que nació en Santo Domingo y que vivió en a fines del siglo XVIII en el barrio de Santa Clara y falleció a comienzos del siglo XIX lamenta la CESIÓN DE LA PARTE ESPAÑOLA DE LA ISLA DE SANTO DOMINGO HECHA POR ESPAÑA EN FAVOR DE FRANCIA EN 1795
El diez y ocho de octubre/las cuatro el reloj tocó/ y en un bando me descubre, / que ya el rey me abandonó. /¿Quién jamás se persuadió/ que siendo yo la Primada/ciudad la más celebrada,/como rosa entre las flores,/ me quitaran los honores/ con que me vi tan honrada?…
íAy, de mí, qué situación! / Para mi mayor tristeza, / servir la nación francesa/ me afligirá el corazón. /Puertas, ventanas, balcones, /salones, calles y plazas, / chozas, bohíos y casas/en un continuo lamento/ me servirán de tormento /todas las horas que paso// Triste ciudad, desgraciada, /tus penas yo considero, /y aunque consolarte quiero/no puedes ser consolada.
...í Oh! qué pena qué dolor, /cómo lo podré sufrir / al llegarme a despedir/ de mi arzobispo y pastor;/ quedarme tan sin señor …
El poeta se lamenta del abandono del rey a Santo Domingo, la ciudad más celebrada, actual capital de la República Dominicana, que siempre ha sentido el orgullo de ser la primera ciudad permanente del Nuevo Mundo, tener la Primera Catedral, la Primera Universidad del Nuevo Mundo, fundada el 28 de octubre de 1538, ser la sede del “Sermón de Adviento”, primer grito de justicia que se escuchó en el Nuevo Mundo, escrito por Fray Pedro de Córdoba y pronunciado valientemente por el dominico Fray Antón de Montesinos. denunciando la explotación a que eran sometidos los indígenas trabajando muy duro para cumplir con las Encomiendas unido a las enfermedades que trajeron los conquistadores prácticamente fueron diezmados en menos de cincuenta años, este contundente discurso es precursor de los Derechos Humanos.
“¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido?”
El gobierno de México nos obsequió una estatua gigantesca colocada frente al Mar Caribe como símbolo de la denuncia de la esclavitud, de la opresión y el maltrato a que estaban siendo sometidos los aborígenes los cuales fueron exterminados.
Ante la disminución de la población indígena los españoles comenzaron a importar esclavos africanos para trabajar en las plantaciones de caña de azúcar y otros cultivos.
Tuvimos también la presencia de piratas y ataques de corsarios en nuestra isla, incluidos nombres famosos como Francis Drake y Henry Morgan.
José Francisco Pichardo (1837-1873) era un poeta destacado de la segunda mitad del siglo XIX, le dedicó un poema “A la Palma de la libertad: Indignamente derribada en la noche del 9 de mayo de 1864”,
La Palma de la libertad era un símbolo de la abolición de la esclavitud que se había producido el 9 de febrero de 1822, en la parte Este de la isla Hispaniola. En cada parque central se realizó había una palma, en la Plaza de Armas de Santo Domingo, (actual parque Colón) la palma, se mantuvo por más de 40 años, hasta la primavera de 1864 en medio de la anexión a España, cuando una noche de manera furtiva la misma fue derribada.
«Dejad correr vuestro llanto, /Dejadlo correr sin tregua, /Que el árbol de vuestras glorias /Derribado está en la tierra».
«Dominicanos valientes/ ¿porque sufrís tanta mengua? / ¿por qué vuestra boca muda/ no lanza el grito de guerra? //Por qué sufrís que el Ibero/ lleno de arrogancia necia, /insulte así vuestros lauros/os haga así tal afrenta?
…..
«Ya no verán vuestros ojos, /Ya no verán la palmera/ Que vuestros padres plantaron/ Allá en la infancia serena…»
«Dominicanos valientes, /volad, volad a la guerra, / que el árbol de nuestras glorias/ derribado está en la tierra».
La Guerra de la Restauración (1863-1865), también conocida en España como Guerra de Santo Domingo, fue una guerra llevada a cabo entre rebeldes dominicanos separatistas y las autoridades españolas de Santo Domingo.
Salome Ureña (1850-1898), Madre y Maestra, la más excelsa poeta del siglo XIX en su poema ‘A mi Patria’ manifiesta un patriotismo puro, hace un llamado a levantar del polvo la frente ensangrentada.
“Desgarra, Patria mía, el manto que vilmente, /sobre tus hombros puso la bárbara crueldad; / levanta ya del polvo la ensangrentada frente, /y entona el himno santo de unión y libertad. //Levántate a ceñirte la púrpura de gloria /¡oh tú, la predilecta del mundo de Colón! / Tu rango soberano dispútale a la historia, / demándale a la fama tu lauro y tu blasón. // Y pídeles a tus hijos, llamados a unión santa, /te labren de virtudes grandioso pedestal, /do afirmes para siempre la poderosa planta, / mostrando a las naciones tu título inmortal”.
El poema Ruinas escrito en 1876, Salomé Ureña evoca el pasado glorioso de nuestra isla, específicamente al inicio de la colonización, comparándolo con el estado desastroso en que se encontraba el país en ese momento.
«Patria desventurada! ¿Qué anatema cayó sobre tu frente? / Levanta ya de tu indolencia extrema/ la hora sonó de redención suprema/ y Ay si desmayas en la lid presente!»
Héctor Incháustegui Cabral le dedicó un ‘Canto triste a la Patria bien amada’, Rafael Valera Benítez, poeta de la generación del 48 en «Balada para la Patria» que se le dedicara a la gran poeta Aida Cartagena Portalatín, Abelardo Vicioso en su ‘Canto de amor a la ciudad herida’, Juan José Ayuso elevó su ‘Canto sin tregua (Elegia definitiva)’.
“…porque es bueno saber/ que no ha tenido paz esta tierra amargada/ en un solo minuto de cuatrocientos años/ ni en un niño de tantos biennacidos,/nacidos mal/ nacidos regular,/nacidos niño y hombre para el hambre y la angustia/ porque es bueno saber que de rodillas,/ esperando de arriba,/solo consigue el hombre bisagras en la espalda/ para inclinarse a gusto, la palabra perdón/ y el ansia masoquista de un castigo/ que nadie se ha ganado por llegar a la vida”.
Nuestra Patria ha sido ocupada en dos ocasiones en el siglo XX por los Estados Unidos, en 1916 y en 1965; la generalidad de los poetas y escritores levantaron su voz en contra de esa ignominia, comparto algunos versos:
Miguel Alfonseca, 1942-1994, poeta, narrador y filósofo nos legó su poema «Coral sombrío para invasores»
Morirán sin los abetos de Vermont.
Morirán sin los grandes pastos rizados por el viento,
sin los frescos terrones de California
ni la cordillera del Oeste,
donde el cielo es un pálido patriarca en mansedumbre.
Morirán sobre una tierra que no es suya,
entre unos hombres de distinta lengua,
ojos diferentes y distinto corazón.
Porque son invasores.
Destrozan nuestros niños
y aúllan las raíces del planeta.
Matan nuestras madres
y el mundo gime pateado en los ovarios.
Morirán sin la sana harina del labriego
cocida en el fuego saludable de los árboles.
Morirán sin los cánticos de la campiña,
sin la ronda amorosa de la escuela,
sin el jubileo de los pájaros en la ventana
cuando la edad sitúa el mundo lejos,
en el marco de madera tibia labrada con las manos.
Morirán sin el cedro, sin el olmo, sin el roble,
que escucharon el vagido de su nacimiento.
Porque son invasores.
Porque matan al hombre que defiende su heredad,
la tierra en que nacieron sus padres
y murieron,
la tierra en que nacieron sus hijos
y morirán.
Porque vienen sin el amplio corazón de Lincoln.
Morirán lejos de los grandes bosques de Oregón
donde el aire es una canción silvestre.
Morirán sin los dulces brazos de sus ríos,
sin las cálidas palmas de sus madres,
sin los besos temblorosos de la amada,
sin la risa de sus hijos.
Porque son invasores.
Porque no defienden su patria
sino que agreden la nuestra.
Patria pequeña de tierra.
Patria inmensa de hombres.
Porque vienen a enterrar
el alba que subimos con huesos y con sangre
con pólvora y con llanto
y con amor.
‘Con plomo y árbol cantando’ de Pedro Caro recuerda la hazaña de Manolo:
“…yo resucito el timbre de tu verbo/ para decir canción/ y mar/ y patria nuestra/ De lleno en el dintel/ purísimo del pueblo. / De lleno con el rifle de Manolo/ y el grito clamoroso del obrero/ De lleno/ en el trigo de los libres/ que se hace pan en las entrañas de los pueblos/ De lleno con las manos repartidas/ traslado a nuestro sitio tu jilguero…”
Canción antes del odio, de Mateo Morrison
“…desde hace poco/ mis versos tienen un rastro de llanto recrecido/ un crujir de dientes, un odio almacenado/ desde que la siembra quedó trunca/ – o sea-/ la muerte prematura de los niños/ la fábrica creció alimentada/ por el sudor y por la sangre/ y la madre enlutó de lágrimas mi pecho/ desde entonces/ y a pesar de que antes que el odio fue el amor/ mis versos tienen un rastro de llanto recrecido”.
Alexis Gómez Rosa hizo su ‘Crónica Gris 1j4-1959′, el poeta, ensayista Andrés L. Mateo, 1947- en su ‘Portal de un mundo’ con un epígrafe dedicado a Julius Fucik:
He vivido por la alegría, / por la alegría he ido al combate/ y por la alegría muero. / Que la tristeza nunca sea unida a mi nombre. J. F.
Dejaremos el cielo a las palomas.
Iremos por la vida sublevados
a levantar el reino de este mundo.
Quien busque mi garganta
encontrará la tuya.
Quien apenas te roce con su aliento
empañará mis ojos.
Y no será tu nombre una tarjeta
con fechas retorcidas.
O algún simple papel de timbre muerto.
-Yo no diré:
este candado es mío,
o este martillo
y sí podré decir:
esta sonrisa
-la que me veis ahora-,
me pertenece toda.
O bien mi canto,
ya no es canto tan solo
de los pájaros.
II
Lo que vendrá,
será como una casa sin puertas ni ventanas.
Una morada común sin contraseñas.
-Pongamos,
es un ejemplo, que llegue yo a una casa
y me despoje
con muchísimo amor de mi sombrero;
enseguida, esa casa es ya mi casa
y en ella vivo
como por ella muero.
III
Habremos de llegar
cómo se llega siempre;
con un poco de polvo en las orejas.
con muertos hechos raíces
que callan sus hazañas.
Con límpidas muchachas sonreídas.
Porque, es bueno saber,
que no siempre la muerte tendrá
la última palabra.
Y así como los ríos
la vida tiene
su corazón saltando.
Construiremos aquí
el reino de los cielos.
Orfeos amordazados,
levantaremos bien alto la guitarra.
¿Quién podrá entonces utilizarnos a gusto?
Decirnos que el hombre más feliz
es el que no tiene camisa,
porque ellos están encamisados.
O darnos de patadas por las nalgas
mientras nos dicen:
«Bienaventurados los que sufren…»?
– ¡Yo no soy Job!
Y, además,
hay suficiente pan sobre esta tierra
para todas las criaturas humanas…
Un día me dije:
«Caminaré este mundo.
Me iré por sus ciudades condenadas.
Besaré con amor el cántaro gris de mis hermanos.
Y luego subiré como carta empujada por el viento.»
Dije:
-«Sea la hermandad para nosotros».
Y rodó la hermandad por los caminos.
Canté dulces canciones
y como un ramillete
rompieron la guitarra en mi cabeza.
Amé la vida
como a una adre pobre
y el tugurio me dieron por morada.
Esto aprendí:
Quien habla de amor
dice la guerra.
Quien toma su bastón
y se coloca del lado de su pueblo,
dice la guerra.
Quien reclama su puesto en este mundo
dice la guerra.
VI
Por eso,
cuando las mordeduras del reino agonizante
levante sobre ti su organizado fuego,
y tu propia grandeza sumergida
avance hacia la guerra necesaria,
¡que no tiemblen tus manos!
Que por toda esta sangre que ha caído,
vamos a hablar nosotros.
Es tuya la verdad.
Tuyo es el pueblo.
Y tuyo es este mundo que he pedido
y que golpea con amor todas las puertas.
Cuanto tuvo dolor, que se derrame.
Que busque sobre el fuego,
el follaje que nunca ha conocido.
Cuanto fue soledad,
golpeo,
cárcel:
que marche contra el odio saltando,
venciendo
hasta que tú, que navegas conmigo en la jornada,
encuentre lo que eres,
lo que te han negado en el nombre del padre,
del hijo y de los hijos del hijo,
que a fin de cuentas son
el mismo padre.
¡Qué no tiemblen tus manos!
Que en medio de la noche,
como un hijo dulce,
este mundo sin puertas ni ventanas nos ocupe.
Para que oigamos su melenudo amor.
Su fuerza encaramada.
Andrés L. Mateo
nos deja una nota de esperanza al igual que el poeta Franklin Mieses Burgos con su Paisaje con un merengue al fondo
Por dentro de tu noche
solitaria de un llanto de cuatrocientos años;
por dentro de tu noche caída entre estas islas
como un cielo terrible sembrado de huracanes;
entre la caña amarga y el negro que no siembra
porque no son tan largos los cabellos del agua;
inmediato a la sombra caoba de tu carne:
tamarindo crecido entre limones agrios;
casi junto a tu risa de corazón de coco;
frente a la vieja herida violeta de tus labios
por donde gota a gota como un oscuro río
desangran tus palabras,
lo mismo que dos tensos bejucos enroscados
bailemos un merengue:
un furioso merengue que nunca más se acabe.
https://www.youtube.com/watch?v=PjbS0DQ1dwo.