La condición femenina es de interés permanente en esta colección de poemas, aunque se muestra en su mayor complejidad en la medida en que el libro avanza, cuando se aborden las relaciones amorosas juveniles, la exploración de la sexualidad y la inserción en la vida ciudadana. En el poema Kim K. acaba de compartir una publicación, uno de los cuatro que tienen título, dirigiéndose a los hombres que la desean, dice:

Vosotros queréis un pedazo de mí.

Aquí estoy, cogedlo,

Pero no os cortéis con los añicos.

*****

Por eso me corté las tetas y os las ofrecí

en una bandeja de plata.

Pureza, merecedor del accésit del Premio Adonáis 2022.

Convertirse en una mujer, caminar por el campo minado de la realidad donde se reconoce sola, codiciada por el apetito de los otros que quieren ¨saquear mi cuerpo¨, muñeca rusa, matrioska ¨que todo el mundo desea abrir¨: esa es su situación terrible. Irene Domínguez es capaz de entenderse como mujer entre las mujeres y ante su espejo, de cantar el dolor de sentirse cosificada sin que su creación degenere en el discurso panfletario. La matrioska quiere permanecer cerrada, invulnerable al ataque, y durante todo el libro esta referencia a la muñeca rusa se muestra desde una disidencia: a lo convencionalmente magnético de ser mujer se sobrepone lo arduo de existir como ser humano. La pérdida temprana le hace consciente de su propia muerte:

No soy esa niña porque muero cada día

un poco más, porque paso por la fecha

de mi muerte todos los años sin saberlo.

A tenor de la inquietud de género, los pendientes se mencionan frecuentemente como recurso de matización de la feminidad de la que se empieza a tener conciencia en el tránsito a la adultez, donde se explora la materialidad carnal y la abstracción amorosa desde nuevas revelaciones, amenazas, desdichas y placeres: ¨Muchos pendientes cayeron durante esas noches…/Tiene mi expositor de pendientes tantas/historias que contarme¨.

Y después,

Me tapé los pendientes con las manos frente al espejo.

Le dije a mi padre: mira, ¡soy un niño!

Pero temía llegar a clase y dejar de gustarte,

Que mi feminidad no fuese feminidad suficiente,

Que me dejases por otra niña y jugases a los papás con ella…

Este último poema reviste una importancia especial porque se empiezan a conjugar en él los dos grandes temas del libro: los recuerdos del padre y los amores infantiles. Y añade, como se ha dicho, el despertar a una conciencia de género. Aparecen los celos, insoportables; nace la adultez envenenada por la competencia, pero la presencia del padre disuelve el crecimiento -¨me besó en la frente, me cogió en brazos¨-, detiene el dolor. Cuando el padre ya no esté, el río de la amargura fluirá libremente sin dique de contención.

Como ocurre con los pendientes y su pertinencia simbólica, la memoria poética asocia –y se produce varias veces esa connotación- los desengaños, impulsos y reflexiones que abrieron los ojos espirituales de la niña con algunos incidentes específicos de la infancia, como ¨Arrastré una bici rota hasta casa/porque no quise necesitar la ayuda de nadie¨. La anécdota de la bicicleta averiada se menciona en varios poemas y concluye en un desastre. La niña, la ¨cría que todavía no comprendía el significado del/ amor y las mentiras¨ se ¨había peinado todo el pelo esa mañana…/por si me encontraba contigo¨. Se cae de la bicicleta y vuelve a casa derrotada, herida y defraudada de la humanidad: ¨Un niño que no eras tú, al verme necesitada/me miró las bragas y pasó de largo¨.

Irene Domínguez ha escrito un memorable libro donde la voz temblorosa de una niña que empieza a descubrir el mundo se eleva con ternura y escepticismo. El asomo de los primeros amores le hace ver que la identidad que le asignan los otros no tiene que ser compatible con su mirada sobre sí misma. Frontera infinita entre miradas divergentes. Ruptura con el jardín y el regazo paterno. Incertidumbre vital, luego vislumbre zigzagueante de armonía en medio de las tempestades cotidianas de la juventud. Eso se llama Pureza, la abnegación de vivir que permanece intacta, aunque todo se derrumbe con el discurrir del tiempo. La invicta fortaleza de la poesía que Irene Domínguez nos recuerda con su iluminación.