De vuelta a casa, es el título del nuevo libro que presenta Olga Lara. Ya la autora nos había entregado los poemarios Cosas del alma, a la luz de la Psicología (2019) y Tras las barrancas (2022). La artista del canto y la palabra se ha destacado por sus composiciones, utilizando principalmente la décima y el soneto.
Olga Lara es una reconocida artista dominicana del canto que alcanzó gran notoriedad a nivel nacional e internacional. Ha obtenido los principales galardones del arte dominicano por sus interpretaciones, composiciones y trayectoria musical. Muchas son sus pasiones: la solidaridad expresada en el apoyo a los seres humanos en situaciones de vulnerabilidad; la música, la psicología…, y su pueblo natal, Azua.
Precisamente, el poemario De vuelta a casa, es su expresión más alta del apego a los recuerdos, a esos vividos en su terruño de niña y adolescente. Hasta allá va su tren poético para traernos pasajes de un ayer cándido y expresivo, con esa carga de emociones por lo amado. Como ella bien expresa, De vuelta a casa “es un llamado a amar a nuestro acervo cultural, volver la mirada a lo que hemos ido dejando atrás y que representa nuestro mayor tesoro, lo que le da sentido a nuestra civilización: la autenticidad, la empatía, la humildad, el respeto al prójimo, el compromiso y la equidad”.
El texto está presentado en cuatro partes: “Relatos”, “Décimas espinelas”, “Hablan las cosas” y “Sonetos”, y encontramos poemas como: “La casa del zapatero”, “Abuelita”, “Carritos de frío-frío”, “La ñapa”, “Llegó navidad”, “Forro de botones”, “La ermita”, “Los secretos de mi calle”, entre otros. Sus décimas y sonetos, sus versos libres y alejandrinos, recogen con fuerza pasional la inocencia en plenitud y la elevan a los techos de la memoria. Allí se consagran los recuerdos y se transforman en rayos de ensoñación.
Olga Lara busca detener el tiempo, repitiendo hasta la infinitud momentos felices. Además, convierte en forma de fruición, tristeza y nostalgia, las cosas cercanas, como su guitarra, la vellonera, el cafecito de la abuela, la plancha, la escoba… Personajes de su entorno como La muda y Omar se hacen presentes con vuelos de humor, ternura y respeto, en los poemas “Me lo dijo la Muda” y “Nuestro querido Omar”, contando historias de estos seres que llenaron las calles de Azua con sus maneras de ser, enfrentando sus mundos gravitantes en el cosmos de su existencia.
No se queda atrás el espacio vital, formado por la casa, la cocina de madera, el patio del colegio, la glorieta, Playa Blanca, la iglesia, el parque, la Loma de los Tres Colores, su amado río Vía… Lugares forjadores de sueños sobre la base de los valores propios de la época, donde la familia, la religión y el respeto por los demás, eran la base fundamental de su formación.
Encontramos en los poemas esa dosis de humor y picardía, esa manera de contar historias que corrían el riesgo de morir con el desbocado paso del tiempo, con el manto de los olvidos.
De una u otra forma, la artista lo que hace es dar una vuelta a las páginas del ayer, en una evocación pura de una estación acrisolada, la que flota en el vértice superior de su añoranza. Ella llega, irrumpe: “Y aquí estoy, de vuelta a casa / y de vuelta a los espacios / que me han sido tan queridos / y que conozco muy bien” (Pág. 9). Ella ha regresado de donde nunca se había marchado, de esas tardes soleadas, del paisaje sureño de cactus, de la majestad del litoral. Regresó y encontró a su iglesia: “Majestuosa, imponente, inimitable, / cuánta historia atrapada en tus paredes / al mirarte yo siento que tú puedes / transportarme a aquel tiempo inolvidable” (Pág. 166). Llegó a su espacio “donde se ocultara un hechizo de flores” (pág. 59).
A la autora le asalta el paisaje de cactus, las rosas y hasta un vuelo de mariposas: “Entre cactus y unas rosas / sembré mis callados sueños / algunos planes pequeños / y un vuelo de mariposas” (Pág. 41). También, la sorpresa de su vida, una caja hermosa que resulta ser un fonógrafo heredado de su abuelo: “Un fonógrafo precioso / que el buen abuelo tenía / y que algo muy parecido / un ebanista podría / fabricarle de consuelo”. (Pág. 43).
Olga Lara no quiere dejar nada fuera de sus poemas, cada pálpito de sentimiento debe ser traducido en palabras, en versos medidos algunas veces, o en voces sueltas donde suenan los ecos de un ayer hecho presente en sus evocaciones. Es como si dijera que nadie muere si permanecen los recuerdos. La nada ser resiste a habitar en los espacios de la poeta, su gente y sus cosas están vivas y laten en un tiempo, sin que nadie haga mutis del escenario. Y sobre todo, cada recuerdo repite su éxtasis emocional, siempre más intenso. Da vida y preserva la memoria de todas las imágenes. Se arroja en las hojas otoñales de los ensueños, subiendo al lector al culmen de sus pretéritos apegos.
Es que la voz de la poeta tenía una deuda con los ecos de sus sueños, con sus propias pulsaciones de trovadora, capaz de rasgar la guitarra, debajo del laurel del parque imaginado, que era el refugio de tantas travesuras e historias de adolescentes y mayores. Quiso abonarle algo a esa deuda y vació a cántaros sus versos. Fue a la Loma de los tres colores, donde prometió su madre llevarla alguna vez. Ahora, sin ella, apreció los matices del barro tricolor y otra vez la nostalgia montada en yaguacil se presentó. Trajo unos versos que retumban como los truenos en la cueva Martín García: “Cuánto me alegro que al fin / hoy la puedo contemplar. / Es muy hermosa tu loma / te lo aseguro…mamá” (Pág. 56).
¿Qué es lo que conmueve de los versos de Olga Lara? Nadie ha podido compendiar el estadio emocional de Azua o de cualquier pueblo como ella lo ha hecho en De vuelta a casa. No solo ha sido una recreadora de momentos, personajes y cosas, sino que ha sido capaz de revelar las esencias de cada uno de ellos en los poemas escritos. Pone a vibrar los sentimientos, las añoranzas vuelan en medio de las calles, cruzan el río Vía, penetran al patio del colegio, atraviesan cactus y rocas, y se enrumban contravientos hacia la playa Monte Río. Allí, las nostalgias, se acuestan en la playa y miran al cielo azul, tejiendo los sueños más entrañables, de amor y pasión por su pueblo.
¿Qué tiene Azua que hace vibrar a sus poetas y escritores? Todos le cantan, le escriben y hablan de ese pueblo, colocado en el Sur de la República Dominicana, heredero de una historia de héroes y batallas, de una poesía acrisolada en cada aliento. Lo apreciamos en las composiciones de Héctor J. Díaz, Carlos Edgar Agramonte, Héctor Viriato Noboa, Fernando Navarro, Rannel Báez, Apolinar de León Medrano, Luis –Chito- Naut, Rafael Cuello, María Trinidad Sánchez Sabater, Julián Arístides Féliz Agramonte, Ninfa Estrada Imbert, Eddy Noboa, Arístides Estrada Torres, Emilia Pereyra, William Mejía, Alfredo Navarro Campos, Julián Paula, y muchos más.
Lo que tiene Azua lo describe Olga Lara con su voz poética, con su sensibilidad y su ternura: esa azuanía expresada en cada verso, en cada estrofa, en cada poema; salidos del crisol y el diamante primigenio aposentado en su ser.
Olga Lara, a pesar de haberse paseado por la cima de sus éxitos como cantante y compositora, de haber llegado a importantes escenarios nacionales e internacionales, sorprende su sencillez en la elección de los temas, que a otros les hubieran parecido, intrascendentes e irrelevantes. Como por ejemplo al simple acto de barrer: “Barriendo y barriendo / yo me la pasaba, / barriendo tu acera / y muchas calzadas / donde tú querías / que te acompañara / seguía tus pasos / feliz y encantada” (Pág. 121); el caso del poema a tanque de agua: “´Ya se acerca el camión que nos trae el agua´ / escuchaba a la abuela que decía / y corriendo recuerdo que salía / doña Engracia subiéndose la enagua” (Pág. 127).
Como hemos expresado, hay en De vuelta a casa, historias contadas a puro verso. A veces hasta las cosas pueden hablar, como lo hace la máquina de coser: “Yo cosí tus vestidos y también tus heridas / esas que me mostraba tu corazón de niña. / Cosía piezas sueltas, algunas desunidas, / rasgadas o desechas, como nadie lo hacía” (Pág. 115); la plancha: “He planchado muchas cosas / que fueron muy valoradas, / que con celo eran cuidadas / pues eran maravillosas” (Pág. 118); la máquina para forrar botones: “Ni corriente ni pilas necesito / ni atención especial, yo soy sencilla, / me colocan encima de una silla, / de una mesa pequeña, de un banquito” (Pág. 129).
En conclusión, cada una de las composiciones merece una lectura detenida, que el lector se deleite, ría, llore, evoque, sueñe y se estremezca del canto poético de Olga Lara.
Domingo 8 de octubre de 2023