Es un caminante de soledad y aislamiento, por ser él mismo y nadie más. Plantea y defiende sus criterios con la energía de su personalidad. Asimismo, en su poesía, desde su espacio de intimidad, escribe lo que cree, siente y piensa. No necesitó los amuletos poéticos de ninguno de su grupo. Su voz es la suya, y ante tanto vacío, solo le queda la poesía como escarmiento y refugio, para adueñarse de la memoria y el silencio de él mismo; lo expresa en su poema Réquiem.

Es un hombre de mazmorras y pezuñas existenciales, y solo la poesía lo alimenta y lo salva, pero también lo desnuda en sus ansiedades y angustias: «Estos versos están desnudos/ llegan con el viento, apenas sopla. /Estos versos se refugian en mi carne/ en necesidad de algo oscuro. /Arden en mi savia de agravio herida y caen al misterio de la sima». Ante el desamparo de la soledad amatoria, llega a la desconcertada realidad: «Amor al desplante. /A la angustia». En cada uno de sus versos vemos y sentimos a un lírico excavado por las embestidas del abandono y el dolor.

Réquiem

Las voces de los muertos

gritan a distintos corazones.

Una canción de figura lejana;

luz imprecisa sin pasaporte.

Trémula queda la esperanza:

frente a tanto vacío.

Sin salvoconductos.

Sin distancias.

Voz que vuela en la memoria.

En dedos de una brisa tímida.

Solo silencio.

Yo mismo.

Bagajes

Mi amor no tiene lazos de este mundo.

Y solo describe órbitas azules

cuando piensa.

Mi amor está bañado de silencio

y de naranjos florecidos.

Mi amor posee inocencia

en lo profundo de sus ramas

en vigilia constante,

de sus átomos bohemios.

Mi amor corona de azahar

la tibia frente de la amada.

Amor al desplante.

A la angustia.

Mi amor rebosa,

pero el mundo lo impide.

Mi amor abre los sentidos,

pero el mundo se duerme.

Entonces mi amor reinventa

las bondades,

y el mundo palidece temeroso

y no le entiende.

Demiurgos

1

En el principio todo era poesía.

Un canto lúdico

de apretujadas formas

de abigarrados sueños.

Infinita fruta de olvido;

donde la voz de todos

cantó a sí misma

una preñez de versos.

2

Estos versos están desnudos

llegan con el viento, apenas sopla.

Estos versos se refugian en mi carne

en necesidad de algo oscuro.

Arden en mi savia de agravio herida

y caen al misterio de la sima.

Desbrozan mis huesos de ansiedades

y un clamor invade toda altura.

El cielo anuncia una canción,

y quebrado el silencio

se desborda el susurro.

¡Cuánta linfa se derrama!

¿Cuánta duda al propiciatorio?

Llegan con el viento, apenas sopla.

Estos versos están desnudos.

3

Verso convertido en nube

para bendecir el viento.

Verso en la raíz del árbol,

para besar el mundo.

Verso hecho fruto,

para saciar su apetito.

Verso hecho flor

para volar con su perfume.

Recordatorio

Los días vencidos en sus cuentas,

mudos te recuerdan.

Enterrados.

Ya escritos.

Solo tu silencio igualaba tu belleza.

Niña de ojos galanos que ha partido.

A la sombra del mundo, sin decir suspiros.

¡Anocheció en tu cara de repente niña!

El silencio te corteja

invisible sin aliento.

Avenida Yaque

Río recorrido en sí mismo,

como una caricia a lo íntimo de una raíz.

Su voz, atrapada por otras voces

fluyendo en manada con los tiempos. Ruge.

Tu rescoldo, guarda el golpe y la furia.

Allá en la urbe:

sin esperanzas, una madre clama, sufre.

Y de un salto ciego en tus aguas, expira

como una caricia a lo íntimo de tu cuerpo.

alas invisibles… Gravedad.

Fluye sereno y mustio a la vista del público.

Bajo el puente dormido.

Y llegan los vientos con sus ejércitos de venganzas,

árboles ahogándose en la tarde gris.

¡Claman piedad…!

Animales de ojos tristes y hambrientos.

¡Claman piedad…!

Humanos sin almas, de solo apellidos.

¡Olvidan clamar piedad!

La memoria pide imprudencias,

para ser afluente de olvido;

sal ahogada en la boca de estos pueblos.

Sé de un río recorrido en sí mismo,

lo confieso, he tocado su manto.

y he llorado, como una caricia sin fin.

Rodamientos

Avanza un poco lenta la carreta;

avanza poco firme contra el viento;

avanza cabizbajo el carretero,

de agonías ambos van repletos.

El carretero, imbuido de mundo

incuba sus tormentos.

La carreta retiene en su haber,

el peso de los mismos.

Ambos esclavos del camino

de cuerpos poseídos.

Pero solo me importa la carreta.

De remiendos feos y desgastadas ruedas.

No me importa quien le guía,

no me importa quién la empuja.

Está desvencijada… Sola.

Sin ninguna flor que se adhiera

a su destino.

¿Para qué edificar los días?

Si amontonamos tormentos como paga.

¿Para qué ser egoísta con la noche?

Si de estrellas y misterios

está repleta…

Allá  

Navegante

allá donde el hablar

lo abarque todo,

espérame.

Presencia 

Todo sacrificio gira

en torno a lo tierno

y lo preciso.

Así de precisa

ha sido esta prueba,

cercana a este instante

de lo que me es lejano

Siempre.[1]

Partida

Levanto la taza al pensar.

Me abro la conciencia masticando

el pan, el café, las luces y el frío.

entrego mi alma

al camino, a la duda.[2]

 Confusión en mobius  

Vasta es la cinta

que roza el conocimiento

de sí misma.

Inmenso los pasos

y el retorno.

Doble es la luz

que enceguece

al caminante

y a su sombra,

convirtiéndose los pies

en instrumentos eternos

que lamen el origen

de la tierra.

José Almonte Batista

Nació en Santiago de los Caballeros el 22 de agosto del 1973. Estudió Licenciatura en Informática en CURSA-UASD. Trabajó como encargado de hemeroteca y biblioteca, en el "Ateneo Amantes de la Luz". Participó en la Feria Internacional del Libro, año 2002; realizando perfomances, lecturas y declamaciones de textos poéticos dominicanos. Mención de honor en el concurso literario de la Diócecis de Higüey (1997), con el poemario breve: Caminos de silencios.

[1] Batista, J. A. (1996). Allá y Presencia. Voz Literaria, pág. 7

[2] Batista, J. A. (1997). Partida y Confusión en mobius. Voz Literaria, pág. 3