El caso de Edgar Allan Poe, Boston (1809-1849), sigue siendo un hecho singular en la narrativa norteamericana. Aunque murió joven, como mueren los grandes genios, superó a toda la generación anterior y la generación posterior no lo pudo superar a él. A pesar de Nathaniel Hawthorne, a pesar de Ambrose Bierce, quienes también son grandes narradores, Poe, es sin duda, el clásico indiscutible del cuento norteamericano. En breve tiempo su obra cruzó el atlántico y ningún escritor europeo llegó a alcanzar su estatura. Ni los ingleses, ni los alemanes, mucho menos, los franceses. Como señal inequívoca de su romanticismo, en sus cuentos apela también a la nostalgia, al recuerdo y a la melancolía. Sin duda que bebió en las fuentes del Romanticismo Alemán, del cual es su hijo legítimo.
Como sus cuentos obedecen a una lógica filosófica bien concebida por él, muchas de estas historias tienden a desafiar esa consabida sensación de eternidad y de infinitud que procuran las almas. Pues en sus temas se preocupa por el problema del regreso y la reencarnación, como mecanismo de cuestionamiento para la propia conciencia del hombre. Este real efecto se observa en una obra maestra que lleva por título Willian Wilson. De ahí, que sean recurrentes en él, los temas asociados a lo psicológico, como la hipnosis, así como problemas neuróticos y cuestiones relacionadas con la locura y con los sueños. Esto justifica una posible cercanía con el psicoanálisis de Freud.
El método de escritura de Poe tiene una marcada intención científica, gracias al rigor de observación que acompaña sus narraciones, cuyos efectos superan las expectativas de los trastornos mentales. Como su sistema de escritura es muy certero, nunca se detiene en detalles superfluos, ni en ligerezas posibles. Por eso, encontramos en su literatura un sistema deshumanizante que luego convierte en una atroz estética del terror, cuando el remordimiento desborda los estados de la conciencia y de las almas en pena. Pues se apodera de sus verdugos, un constante nihilismo ante el sufrimiento ajeno, que enternece el espíritu y lacera los sentimientos. Una cruel estratagema, que en ocasiones, se consagra en las fronteras de la burla y se solaza en el sarcasmo. De ahí que, explora como ningún otro escritor, las fuentes del dolor y la razón, en función de que el conocimiento y la exploración de lo sobrenatural actúan como fuente de purificación del cuerpo y del espíritu. Por esta razón, la mayoría de sus personajes transgreden constantemente las leyes morales y las normas establecidas, aún, en sus estados de lucidez. Eso indica que en el hombre siempre hay un agazapado espíritu de perversidad, hasta en las almas aparentemente sosegadas. Así que los muertos regresan para tomar venganza de la mejor manera posible. Desde el fondo de lo más profundo de sus hipnosis o enterramientos, se escuchan las voces y los sonidos del más allá: Ecos, gritos, llantos, digresiones mentales y lamentos “de los condenados en sus torturas y de los demonios que se solazan en la condenación”. No hay dudas pues, del tono sarcástico y dramático que se desprende de estas emblemáticas historias.
De ahí que sea permanente en él, una transgresión del orden conductual moral, producto del desasosiego de las almas y de un estado agónico que resplandece el instante y el infierno en el que viven. Por eso, al leer los cuentos de Poe, experimentamos una extraña sensación de ser, la sensación de vivir y de sentir y de saber que hay un mundo oculto que nos aguarda. Un extraño mundo que, en definitiva mueve nuestras fibras interiores.
En los cuentos de Poe, las ejecuciones son misteriosas y exageradas, pues sus verdugos laceran el alma, gracias a los acabados y rigurosos mecanismos que emplean para provocar dolor a sus víctimas. (véase Los crímenes de la rue morgue). Un peligroso e inesperado juego de trampas desconcertantes que crean enfado en los lectores y resignación de los personajes ante la ineludible llegada de la muerte, pues se apodera de ellos un manto de desesperanza y frustración, junto a un inesperado estado melancólico. Por esta razón, la mayoría de los personajes de Poe, son débiles sentimentales que se dejan arrastrar ante la desgracia del destino que le ha tocado vivir.
El mundo terrorífico de Poe se caracteriza por la indiferenciable atmósfera pesada, lúgubre, triste y otoñal. En el mejor de los casos, los hechos transcurren a orillas de lagos solitarios y lejanos, durante las noches frías y tormentosas, en los atardeceres de invierno y en los mares turbulentos y profundos. Así que los ambientes de los cuentos están creados de acuerdo con el carácter fantasmal y misterioso que acompaña las historias.
Gracias a estas categorías, Poe, ha sido calificado como el maestro indiscutible del terror, una variable de la creación literaria muy difícil de cultivar. La mayoría de sus historias provocan, repulsión, miedo, asco, estremecimiento y recogimiento ante los padecimientos y las situaciones descabelladas como las que soporta el protagonista de El pozo y el péndulo. Un hombre que por su condición de hereje, ha sido expuesto a los avatares de una celda subterránea. Para esta víctima, que dicho sea de paso, vive un fatalismo sin retrospección, es más preferible, ver la llegada de la muerte, que soportar el largo trayecto de la tortura. Una muestra cabal de la degradación de la vida y de cómo los seres humanos son arrastrados a los abismos menos insospechados y más extremos de la miseria humana, por causa de las decisiones equivocadas y peregrinas de los verdugos del poder, quienes mercadean con “verdades” obsoletas y sin destino, las que, en cierta medida, fungen como recetarios religiosos e ideológicos, en aras de procurar una supuesta redención espiritual para la humanidad.
Los sofisticados mecanismos de torturas de Poe son altamente tan fotográficos y visuales, que probablemente hayan servido de antecedentes a tantas situaciones de torturas, invasiones y refriegas guerreras del siglo XX. No en vano, sus personajes pertenecen a una raza indefinida de seres humanos, dotados de una exclusiva resistencia para el sufrimiento extremo conjuntamente con la momificación de las almas, como símbolo vital del regreso y la reencarnación y como un irrefutable desafío del tiempo.
El ánima mundi que arrastra los cuentos de Poe se revela dentro de un sistema oculto de la conciencia. Su ethos, funciona como especie de actos cognitivos y enigmas cerebrales que trasvasan las pirámides de los sueños, incoados en los rincones de la corteza cerebral. Dotado de un fino acertijo, el autor impulsa un acabado mecanismo psicológico a través de sus íconos posibles: pesadillas, sueños, y delirios. Las distintas ramas de esta peculiar escritura como la de Poe, establece por demás un rango de dominación interior, en la que se descubren formas estéticas diversas y creativas, superiores a todo acto normal de la creación. Podríamos decir que, un tipo de escritura como la de Poe, se define con rasgos anormales de la creación, cuando alcanza el estado límite de la ficción. Ese estado límite, crea entonces lo que se llama campos de concentración del dolor, sobre todo, para destacar el momento en que su literatura se sumerge, en lo que muchos críticos llaman, una conciencia apocalíptica.
A parte de la fina alegoría, el sarcasmo y el humor negro, que permea todo su andamiaje creativo, podemos rastrear en su obra tres órdenes imaginarios específicos, que definen a campo abierto su inconfundible estética del terror: Primero, el orden de la eternidad, que se manifiesta con su desafío frente al tiempo y frente a la muerte. Para Poe, el hombre es eterno en cuanto desafía el tiempo. Esa búsqueda de la eternidad es una metáfora para justificarse en el universo y una manera sutil de permanecer atado a los ciclos vitales y a la memoria. En Morella, en Charla con una momia y en El retrato oval, es donde mejor se define ese concepto de eternidad e infinitud, sobre todo porque el retrato es un recurso para vencer las edades, así que permanecemos callados mientras nos hacemos eternos y vencemos el tiempo. El segundo orden es filosófico y está relacionado con el eterno retorno y la resurrección de los muertos, quienes regresan como sombras, violando las condiciones de las leyes naturales, ya sea porque han sido enterrados vivos, o más bien, poniendo en práctica las posibilidades del magnetismo científico, como El caso del señor Valdemar o Revelación mesmérica. El tercer y último orden podrías decirse que está compuesto por la superstición y la cábala, que se manifiesta en la idea de los personajes y su afán desmedido por violar los dictámenes de la razón y la creencia en visiones sobrenaturales y en espíritus del más allá: El gato negro, La máscara de la muerte roja, cuentos en los que la evolución de los estados de la materia cobra particularidades científicas. En definitiva, todos estos ordenes, no son más que, simbolismos, resabios de las almas, retruécanos invertidos y huecos por donde se cuela la sombra de la muerte en sus diversas y variadas manifestaciones.
Eugenio Camacho en Acento.com.do