Pregunta por mí, si soy alta gama (¿es mentira?)

Puedo andar en un yate por Las Bahamas (¿eh?)

Puedo tener la que quiero en mi cama (opa, opa)

Me llueve el dinero y también la fama (RochyRD)

 

Imagen de las jóvenes atracadoras.

Le clavó un cuchillo en la espalda sin demasiadas intenciones para asesinarlo. Como para no dejar. Solo un chin  para marcar territorio antes de escapar. Antes le rociaron el rostro con gas pimientas y lo golpearon con un palo en la espalda, todo sin mucho apuro, hasta que una de ellas le gritó a la otra ¡púyalo!  Y todo así, como para no dejar, igual que la violencia que pica y se extiende, cada vez más cerca.

Hasta la manera de empuñar el arma lució poética. Hasta su capucha versión casa de las flores. Pero  fallaron, y además son artistas.  Tres jóvenes de menos de 25 años intentaron atracar a un taxista una noche de éstas en la que la violencia nos sorprende cada vez más.

Abrimos el Twitter de Musk- niño malo y caprichoso- y nos enteramos al segundo de asesinatos, atracos, violaciones, asesinatos, atracos, robos a mano armada a bancos y establecimientos comerciales, y, sobre todo, las desapariciones de personas.

Solo el pasado fin de semana murieron en torno a las diez personas de manera violenta.

Es como si haya desatado varias series mediocres en Netflix en las ciudades, campos, comunidades y barriadas.  Vivimos una serie de agobiante  obviedad,  dirigidas por un  señor aburrido con ganas de meterse en el bolsillo varios miles de dólares sin mucho apuro.

De esas series dos más dos son 4. Muchos tiros y carros por los aires y dos tipas con culo grande y maquillaje exagerado.

En el aire navega una vulgaridad inducida, unas ganas de que el llamado dela muerte nos encierre en nuestras casas tan pronto llegamos del trabajo o la universidad.

Alguien sugiere incluir la cartilla de moral  y cívica en las escuelas. Error. Esa cartilla sería aplastada por la fiebre de sonido, de hacer daño sonriendo y fumando juca, de sentirse poderoso mientras empuña una 45 robada al oficial asesinado una esquina antes.

Fallaron los seminarios, los webinarios de ahora, los talleres, los planes decenales, la educación, falló, más que nada la voluntad de construir un país de verdad con generaciones interesadas en leer libros y amarlos. ¿Hubo un fallo o la codicia del poder durante décadas evaporó la voluntad por construir “un futuro mejor”? Clichés vienen y clichés van. A nadie le importa este país, lo digo yo.

Los wa wa wa están de moda y son los dueños de la calle y de las apuestas culturales. El dembow de Bad Bunny-Titi- es lo más preciado de los Grammy Latinos. El dembow es nuestra marca de identidad en el ámbito global.

La periferia  le arrebató el doble seis y ¡domina! ¡capicúa, coño! El desborde es evidente y creo que no hay nada que hacer. Dejar la bolar correr a ver hasta dónde llegamos. El otro día caminaba por la Rómulo, cerca de la Casa San Pablo. Alguien llamó a mi celular. Lo saqué del bolsillo y mientras contestaba la llamada, un adolescente me colocó un cuchillo en la espalda. Reaccione rápido y el chamaquito que no llega a los 16 años salió huyendo junto a otra de su edad. Noté que reían mientras cruzaban la Rómulo. No pareció vecinos de la zona.

La moralina y la hipocresía decimonónica ya no caben en las mascotas, cuadernos y celulares de las nuevas generaciones  de “dominicanos y dominicanas” como les gusta a los pogres y a la nueva camada de inquisidores.

José Arias en Acento.com.do