Sólo quienes han amado podrán entenderlo: eso que llaman amor, que no se confunde con el producto grosero de la neuroquímica cerebral, no es una religión, ni un “valor”, ni una idea metafísica. Es posible que una fórmula de Octavio Paz sea la mejor manera de sortear la inefabilidad que se le suele asignar a esa noción: el amor es eso que produce la eternización de un instante.  Sí, pero, no de cualquier instante, sino de ese instante único en el que dos personas sucumben al efecto de un encuentro que los transforma devastándolos o los devasta transformándolos. Se trata, pues, no de una “aventura”, sino de una experiencia en la que, como quería Breton, el cuerpo y el espíritu cesan de oponerse. De ese modo, aunque sólo sea por un instante, tu cuerpo deviene la urna de mi espíritu, y tu espíritu asume el contorno de mi cuerpo. Termina la guerra entre tú y yo, y en consecuencia, quedamos absortos, yo en ti, tú en mí. Sólo entonces, es decir, mientras dure ese instante, tiene asiento la palabra amor en el reino de lo real.

Algo parecido parece decirnos Plinio Chahín en su libro más reciente. En esta ocasión, el poeta ha escogido situarse en el dominio de la paradoja, de la misma manera en que antes lo había hecho en el de la imagen (Hechizos de la hybris, 1999; Sin remedio, 2015). Desde su título: Si parece irreal es coincidencia, el trabajo de Chahín incita a desconfiar de las apariencias. En efecto, lo primero que puede decirse acerca de algo que parece irreal es que puede ser real. Esto nos remite al viejo axioma de Breton filtrado a través de la Fenomenología del espíritu de Hegel: “lo imaginario es aquello que tiende a ser real”. Desde este punto de vista, podría decirse tanto que si algo parece irreal es porque es imaginario como que si algo parece irreal es porque es real. De este modo, tenemos que la coincidencia entre estos dos atributos (real/irreal) es lo que se desprende necesariamente de la condición de imaginario de la que ambos participan. Y si es así, puede decirse que la primera paradoja a la que han de enfrentarse los lectores atentos del libro de Chahín viene dada por la insistencia con que la segunda proposición escoge el valor de “coincidencia” para algo que sólo parece irreal. El aforismo así instituido tiene entonces un funcionamiento paradójico, a partir del cual el poema (el texto) puede ser leído como su “comentario”.

Llegado a este punto, debo hacer una aclaración. En todo el Occidente no hay nada más democrático que la lectura literaria (de hecho, esta es una de las razones que han forzado la obliteración de la literatura en esta era de la Mente Única). Tan democrática es que permite (e incluso propicia) la ausencia de lectura como lectura: cada texto, siendo uno, puede ser leído de múltiples maneras sin agotar nunca su sentido. Y si esto es válido para cualquier texto, si aquello que se lee es poesía (es decir escritura y no simple “literatura”), la diversidad de abordajes alcanza un grado infinito.

Dicho esto, si se acepta asumir la perspectiva que aquí propongo para leer el libro de Chahín, se le podría asignar un sentido matricial a la primera oración del texto:

Anochecer, regreso a Ítaca.

Con esta frase, el Yo lírico sitúa su texto en el cronotopo (tiempo/lugar) que fija uno de los valores mejor definidos de la tradición romántica: la hora crepuscular (tiempo) y el Yo como base enunciativa de la intimidad o subjetividad del poeta. En consonancia con esto, cabe señalar el valor imaginario, esto es, simultáneamente real e irreal de la frase que abre el poema. El texto dice y no dice. Dice más de lo que dice pues dice incluso aquello que no dice, que de ninguna manera se confunde con aquello que el poeta “quiso decir”. El verbo regresar traza la pauta de un retorno y, sin embargo, como todo regreso, lo que anuncia es un nuevo encuentro. El mítico retorno de Odiseo a Ítaca es, en este caso, el símbolo o la materia poetizada. Es por eso que la sustancia de esa materia sólo puede ser un Tú evocado, lo cual es confirmado en la oración siguiente:

Comienzas por hilar gorriones invisibles.

Es, pues, el encuentro entre el Tú y el Yo lo que funda el poema. Todo el resto se desprende cual flujo de sentidos de la matriz que abren estas dos primeras oraciones. Sin embargo, apenas el Yo regresa a su lugar de origen, el Tú da inicio a su labor imaginaria, y por eso, resulta inevitable recurrir a la tercera persona para expresar la ficcionalidad. Así se explica que la tercera oración de esa primera secuencia aparezca determinada por esa tercera persona del singular que funda la instancia de un Ella irreal (¿imaginario?):

Y ella huye de los elfos distraídos por su encanto.

El lector atento notará la manera engañosa en que el movimiento narrativo de la prosa se ve torpedeado sintomáticamente por un movimiento equivalente que tiende a desrealizar tanto las instancias narrativas (verbos de acción en pretérito o en presente) como las descriptivas (sustantivos, adverbios y adjetivos) que coinciden en la constitución de eso que no resistiría ser considerado prosa a menos que se cometa el error de confundir la poesía con el verso, de la misma manera que la “escritura no es nunca el «reflejo» de la realidad”, como reza la primera de las citas que Chahín coloca en el exergo de su libro, la cual tiene por referente al filósofo español Eugenio Trías.

En función de lo anterior, resulta posible afirmar que es el mismo poeta quien nos indica de qué manera aspira a ser leído, sin que esto implique de ninguna manera una imposición. Engañosa, la suya es una prosa porosa que se va agrietando progresivamente a medida que avanza la lectura y que, ya a la altura del fragmento número 12 comienza a mutarse en versos. Como si participase en algún ballo in maschera veneciano, el poeta disfruta enmascarando su intención: ni la prosa es prosa, pues no se opone al verso, ni el verso es verso, pues no se opone realmente a la prosa: de los 101 fragmentos que componen el libro, 14 (es decir: el 12, 19, 20, 22 (bis), 23, 24, 25, 26, 27, 29, 30, 31, 32 y el 33) presentan una configuración versificada. ¿Na é na? Al menos, las distinciones entre los géneros del discurso, como todas las fronteras, únicamente existen para ser violadas.

Personalmente, me impactó la manera en que Chahín nos presenta en este libro un mundo figurado como des-figurado por el amor:

2

Escapar, estremecido por un cuerpo, los dedos en cascada para esconder nel rostro, rumores extirpados, mantras en anillo. Un mundo como pasmo, con órganos que laten perdidos en un hilo. Relente preterido de la noche, sólo queda.

Este mundo alucinado, desacatado-desencadenado es un mundo liberado del cepo de la costumbre. No es otro el efecto de la primera devastación que produce la instauración del régimen amoroso en la vida de las personas. Mientras dure ese instante eternizado que es el amor, el mundo exterior, que es la muerte del amor, no tendrá dominio sobre nosotros. De ahí que la vida de los demás resulte incomprensible para aquellos que aman. Los otros, ¿qué pito tocan?

4

Tras excentricidades, pasean otros hombres ajenos a la luna, comen frutos de doncellas despeinadas. Frente al hotel residen, transitoriamente, regresan ebrios de sus éxodos. Y con lascivia de un dolor en nudo, desandan del solar improntas de mujer. Se imaginan templando otras hetairas.

De manera parecida a las anotaciones que los viajeros escriben en sus cuadernos, la mirada que el poeta lanza sobre el mundo circunstante es puramente exterior. Los demás no son más que figuras des-figuradas, ficciones que no merecen ni siquiera la limosna de un aliento. La única parte de la historia que de veras importa se circunscribe a lo que ocurre entre ese Tú y ese Yo ubicados en el centro del poema. Y esa historia, para que sea verdaderamente “histórica”, debe narrarse en tiempo pasado (nostalgia):

7

Quédate conmigo en este ámbito, arrebata el caos al mundo en excesos y tormentos. Te vi en Florencia, después de eclosionar ¿recuerdas? La luna que reptaba sobre el Duomo en arcos descubiertos, furtiva y dolorosa entre ráfagas de agua decisiva. Una ojiva yace rota de la Torre con sus frisos y molinos, como yo: quédate conmigo, y vuelve a germinar, que el mundo nos espera en otro brote.

El recuerdo, como patria del ojo, está poblado de miradas necesariamente anteriores al relato, contrariamente al régimen temporal del presente en la evocación que se practica en otros fragmentos del poema. De ese modo, esta contradicción entre un pasado narrado y un presente evocado constituye uno de los fundamentos del valor de coincidencia que se le asigna a lo irreal, como quienes dicen: ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario.

El movimiento que lleva a la evocación a partir del presente postula un valor del recuerdo como aventura: “Por la ventana abierta del mundo escapo, con un ojo dilatado, al pensamiento que inaugura la materia y la aventura. […] Nos ataviamos de la propia desnudez como un fulcro suspendido de la muerte, posesos de un violín adormecido, los sentidos incorpóreos, tatuados en un cuerpo. Lo adivino porque huyes, sin voltear, al convulsamente hermoso Duomo en llamas de Florencia” (8). Hasta la perífrasis que adverbializa la frase de Breton en el final de Nadja que en el original presenta una forma adjetiva (“La belleza será convulsa o no será”) se inscribe en el dominio de la evocación como esa “estrella intuitiva que sustituye el mundo” que se menciona en el fragmento siguiente (9). “Pienso en ti hasta que duele”, decía aquella canción que los Air Supply quemaron en los 80 (“All out of love”). Y de manera parecida, esta convulsa hermosura de la que nos habla Chahín es el resultado de un amor desmesurado:¡Oh ágiles miembros del dolor! / Tu nombre desdibujo / En el último velo de la culpa” (23). Lo cierto, sin embargo, contrariamente a la idea que el sentido posmoderno de la creatividad parece querer sembrar en el inconsciente de una generación desposeída del gusto por la poesía, es que sólo el amor —y no el dolor— es creativo. Es el amor lo que hace que el cuerpo del poema excave su propia escritura de mi cuerpo de lectura, de la misma manera en que es el amor lo que pone a Chahín a decir: “Tu cuerpo excava de mi cuerpo el tuyo” (25). Sencillamente, si parece irreal es coincidencia.

CHAHÍN, Plinio. Si parece irreal es coincidencia. Editora Búho, Santo Domingo, 2024, 116 pp.