Conocí a Plinio Chahín en 1989 en el marco de un coloquio que organizó Bruno Rosario Candelier, en la PUCMM para hacer un balance crítico y definir a la Generación Poética de los 80. Recuerdo que fue mi amigo y compueblano Eugenio Camacho quien me avisó de este evento. Al llegar, le pregunté cuál es Plinio Chahín y me dijo: “Mira, ese es Plinio Chahín”. Nos saludamos efusivamente como si fuéramos de una vieja cofradía y con amigos comunes. Pero ya lo leía, desde Moca, en las páginas de los suplementos Coloquio, Aquí e isla Abierta. Ya residiendo en Santo Domingo, desde 1990, nos veíamos frecuentemente, lo visitaba a su casa, deambulábamos por la ciudad y el campus universitario. O visitábamos todas las tardes la oficina de Víctor Villegas, y de ahí partíamos, a menudo, con el gran poeta, a la Ciudad Colonial, en un ritual cotidiano, de confraternidad, fiesta literaria, conversación, crecimiento, celebración y aprendizaje.

Desde entonces somos amigos, compañeros de viaje y aventuras intelectuales, de lecturas y libros, de gustos literarios y artísticos, y sigo su trayectoria poética y ensayística, que me honra y enorgullece. Cuando obtuvo el Premio de Poesía Casa de Teatro, con Hechizo de la hybris, en 1998, escribí una reseña, pero sigo en deuda con él, de gratitud, aprendizaje y admiración, desde cuando era mi joven mentor, hasta ahora, que ya no somos tan jóvenes, ni el uno ni el otro. Tras la publicación, en 2020, de Presente intacto (Sobre arte y literatura, Editorial Amargord, Madrid) y antes de Pensar las  formas, en 2017, sus dos últimos volúmenes de ensayo en los que reunió artículos publicados en suplementos culturales y algunos ensayos y conferencias, Chahín, tenaz articulista y ensayista de vuelo filosófico y poético, sorprende y alucina con sus intuiciones filosóficas y sus elucubraciones metafísicas. También, por la penetración de sus ideas como por la erudición, heredadas, sin dudas, de su insólita pasión lectora y de sus búsquedas librescas. “Que otros se jacten de las páginas  que han escrito;  /a mí me enorgullecen las que he leído”, reza un verso de Borges, que define, de los pies a la cabeza, a Plinio Chahín—y que suele citar, de su maestro, y sobre el cual hizo su tesis de grado en letras, en la UASD.  Algunos de mis libros iniciáticos y de formación, de mi biblioteca personal, en mis  búsquedas culturales, tienen o han tenido una inducción o motivación sugestiva suya. Otras veces, ha sido, acaso, recíproca o de vía opuesta.

Plinio Chahín, como Alfonso Reyes como Octavio Paz o como Adolfo Castañón, cultiva una crítica literaria y de arte, entusiasta, “apasionada y poética”, como pedía Baudelaire, el fundador de la modernidad crítica y de la crítica de arte. Los abordajes críticos de Chahín nunca están exentos de un marco teórico. Sus interpretaciones y análisis del poema, el ensayo o la obra de arte visual, siempre están inspiradas (en el buen sentido de la palabra), motivadas y enmarcadas por una reflexión filosófica del hecho literario o el fenómeno artístico. Sus teorías son un desafío: descubre valores estéticos, indaga en la esencia del fenómeno poético, subvierte la tradición y le inyecta, a sus reflexiones críticas, un halo de gracia, lucidez e iluminación. Lector apasionado y espontáneo, antes que un lector académico, que lee por compromiso o tarea académica. Por tanto, siempre ha sido un lector libre: nunca encorsetado ni subsumido, en la rémora de una corriente ideológica de tipo político, sociológico o filosófico. Y eso tiene como razón explicativa, a mi juicio, que sus ideas y su pensamiento ensayístico tengan como centro de gravedad y cuna– o acta– de nacimiento, la poesía misma. Además, porque ha cultivado –o pulido– una sensibilidad, que ha metabolizado –o imantado– con el concurso de la imaginación y afilada con sus meditaciones de un lector, que lee por placer y goce. Un lector que quiere –o anhela–  leer, literalmente, todos los libros del mundo, como un proyecto de una enciclopedia imaginaria y personal, de una Babel libresca, de una utopía de la ensoñación poética y de la ilusión celebrante. Gracias a su sensibilidad abierta y a su apertura estética del buen gusto literario y filosófico, Chahín ha logrado articular un discurso de urdimbre ontológico y un lenguaje de un tejido sensible, fluido y rítmico. Sus artículos y ensayos siempre están decorados por el “lenguaje de la pasión”: poseen un aire poético, que hacen peculiar su estilo y encantada su sintaxis, lo cual le imprime autonomía, independencia y gracia a su prosa, de enorme y espléndido ensayista. Teórico de la poesía y de la crítica, Plinio Chahín escribe, haciendo siempre un elogio al pensamiento y un homenaje de gratitud a la poesía misma, pues en su prosa ensayística, siempre laten y resuenan, a un tiempo, las metáforas y las ideas. Detrás de cada texto, fragmento o frase, están el poeta y el pensador. De ahí que escriba siempre impulsado por la obsesión del pensar y el delirio de la palabra. Nunca escribe si no es desde la magia, la pasión y el hechizo del pensamiento, es decir, escribe obsesionado por el fantasma de la intuición. De modo que nunca escribe desde una experiencia de la “razón pura”, sino desde una razón lírica y sensible, o desde la “razón poética” –a la manera de su lejana maestra María Zambrano.

Como conozco de sus gustos temáticos y autorales, sé de sus atracciones y seducciones; también, de sus rechazos y apologías, celebraciones y desacralizaciones, “homenajes y profanaciones”. El corpus autoral sobre los que escribe conforma una biblioteca personal del gusto y una enciclopedia de la pasión lectora. Por su agudo sentido estético y su interés en la espiritualidad, el misticismo, la teología, las religiones, las ideas, la mitología, el  esoterismo, el ocultismo, el psicoanálisis, la cábala, la metafísica, las corrientes filosóficas, los saberes humanos, las artes y las expresiones de la cultura, Chahín semeja un polímata. Es decir, un hombre de espíritu renacentista y greco-latino por la multiplicidad de fervores de aprendizajes, su voluntad infinita de conocimientos y su apetito de formación. Lo mismo bucea en la metafísica oriental como en la oriental, en el budismo y el taoísmo, en el cristianismo y el tantrismo. Sus teorías críticas van desde la literatura al arte, desde la filosofía a las creencias religiosas y desde la cultura hasta los mitos y los símbolos.

Antiguo seminarista, heredó su pasión por la teología y el misticismo cristiano. De la escritura poética cruza al territorio del ensayo y la crítica de poesía, y desde esta a la crítica de artes plásticas o del microrrelato al haiku. Crítico generoso, pues lo mismo aborda y pondera un autor consagrado como a un emergente. Su pasión crítica le permite ahondar en la “esencia de la poesía” (como Heidegger sobre Holderlin) como en la composición de un cuadro de pintura, en una forma escultórica o un monumento arquitectónico.

Plinio Chahín.

Abanderado, defensor y teórico de la “poética del pensar” ochentista como de la poesía neobarroca de aliento lírico, indagador en el fenómeno poético, en su corpus estructural, Chahín sobresale y se destaca por su entrega al estudio y teoría del arte, la poesía y el poema. En sus últimos años, tras sus estudios académicos en artes visuales, ha incursionado en la crítica de arte, con sorprendente competencia, luminosa capacidad analítica y originales aproximaciones a la obra de arte. Siempre desde la experiencia estética del lenguaje de la crítica, desde la óptica del pensamiento y desde la libertad interpretativa y sensible. Chahín concibe la crítica de arte como una expresión artística y como un “fenómeno de la percepción” sensible de la obra de arte visual. Asimismo, como un género literario o filosófico, que se nutre y enriquece de la poesía y el pensamiento, cuya línea divisoria, ambos, las equilibran y les hacen culto. No ha de extrañarnos, pues la filosofía nace de la poesía, dialogan y se atraen, ya que ambas nacieron del asombro. La crítica de arte se alimenta de la contemplación, de la mirada perceptiva de las obras de arte, y se hace autónoma, convirtiéndose en un género literario, gracias a las contribuciones de los poetas y los escritores. Poesía y pensamiento filosófico, pues, se fusionan en la creación y la interpretación de la obra de arte. Chahín, como poeta, aporta la sensibilidad y la imaginación, que conducen a la formación del acto estético, el cual se crea entre la interpretación y la escritura crítica. La teoría y la crítica de arte, en el fondo, se transfiguran así en filosofía estética, es decir, en una expresión del espíritu, que le imprime dignidad a la práctica crítica del arte. De ahí que se adentre, con enorme fascinación, en el universo simbólico de las obras artísticas, en su “red de signos”, desde su mirada estética, hasta indagar en el espacio de la representación visual: en las líneas, las formas, los colores, las figuras, las composiciones, los planos y los volúmenes de los objetos artísticos. Chahín ve, además, la crítica como una operación sensible e imaginativa de la mirada, en su tentativa por descifrar los códigos y los símbolos de las formas artísticas. De ahí que insta a “pensar las formas” de las obras de artes plásticas. Desde su subjetividad ontológica penetra, con ojo poético, en la representación simbólica del cuadro, el dibujo, la fotografía o la pieza escultórica. “Ver es comprender y comprender es criticar”, afirma, en una suerte de teoría o manifiesto de la experiencia crítica. Su visión poética del espacio de la figuración artística dimana de su concepción teórica del arte, de la crítica y de la historia del arte. Así oímos su definición de  la pintura: “La pintura es un fenómeno polifónico, poético y visual. Cada obra es una totalidad autosuficiente que comienza y acaba en ella. El estilo de una época es una síntesis, un conjunto de reglas conscientes o inconscientes con las que el artista puede decir todo lo que se le ocurra, salvo lugares comunes”. Y sentencia o remata. “Las ideas y los mitos, las pasiones y las figuras imaginarias, las formas que vemos y las que soñamos, son realidades que el pintor ha de encontrar dentro de la pintura: algo que debe  brotar del cuadro. De ahí su afán de pureza pictórica: el lienzo es una superficie de dos dimensiones, cerrada al mundo visual y abierta hacia su propia realidad”.  Su concepción de la pintura como arte y de la crítica como acto analítico e interpretativo de la creación, define el papel del crítico de arte; por tanto, deberá residir o definirse en el intérprete de la voz de la obra, de los colores y de las formas visuales y simbólicas.

Desde sus inicios en la República Dominicana, la crítica de arte siempre carecía de imaginación y libertad expresiva. Le faltaban poesía y pensamiento, aliento y voluntad de estilo. Con Plinio Chahín, asistimos a una ruptura en la tradición, con la inauguración de una sensibilidad, y la nueva y renovadora visión crítica como experiencia no solo del lenguaje literario, sino, además, de la intuición poética, con prosa elegante y fluida. Le hacía falta pues poesía: sustancia poética. Y que la tomara alguien (un poeta) que transfiriera la sensibilidad poética al análisis crítico, y el pensamiento estético, a la crítica. O que lograra el difícil equilibro entre la imaginación crítica y el pulso conceptual. “La pintura es, ante todo y sobre todo, un fenómeno visual. El tema es un pretexto; lo que el pintor se propone es dejar en libertad a la pintura: las formas son las que hablan, no las intenciones ni las ideas del artista. La forma es emisora del significado”, afirma, en un gesto de conceptualización,  y en una visión teórica y consciente, que posee de la pintura, de las artes visuales  y del oficio de la crítica. Chahín concibe, en efecto, la crítica de arte como una pasión, una tarea, una actividad reflexiva de la mirada, del acto de ver, de “saber ver” o “modos de ver” (como decía John Berger), percibir, sentir y establecer un vínculo entrañable entre la obra y el ojo: fungir de agente mediador entre la obra y el público, el cuadro y el campo visual. Su ejercicio crítico es así el producto de un pensamiento estético y filosófico, que sirve de teoría de una experiencia poética, que actúa como agente sensible y creador. Desde su experiencia visual y pasión crítica, Chahín busca hacer visible lo invisible, descifrar los signos de la obra de arte y convertirlos en experiencia crítica, en obra crítica, en un género literario –insisto– como ha de ser la buena crítica de arte. Es un poeta que hace la crítica de arte desde la percepción sensible de lo visual, del hecho artístico, y que imanta las formas y el campo cromático: hace de la abstracción una figuración a la mirada del lector. Así pues, la crítica deviene en él, en un ejercicio, a un tiempo, del pensamiento y la imaginación. En el universo de Chahín, de sus obras de ensayos críticos, sobresalen el análisis, los puntos de vista y los abordajes a las obras artísticas de Ramón Oviedo, Norberto Santana, Danilo de los Santos, HR Suriel, Jaime Colson, Hilario Olivo, Elsa Núñez, Jorge Severino, Iván Tovar, el arte contemporáneo dominicano, las Bienales de Artes Visuales, Dionisio de la Paz, Ana Durán, Pedro Beras, Ramón Segura, Eris Estrella, Juan Elías Morel, Marcelo Ferder, la Puerta del Conde o las Ruinas de San Francisco. Y sobre un pintor universal: El Bosco. Como se aprecia, hay pues, en su mundo de referencias críticas, un mosaico de registros, artistas, estilos, técnicas, géneros y problemáticas del arte actual, entre tradición y modernidad, vanguardia y contemporaneidad.