Que un niño haya sido expulsado de una clase de ciencias por el simple hecho de sostener que solo existen, en su experiencia genésica, las categorías biológicas de masculino y femenino, o que una profesora fuera despedida por llamar Francisco, en vez de Francisca, a un alumno transgénero, conlleva a plantearnos que la predominante llamada ideología de género pudiera corresponder al idealismo platónico y hegeliano de que solamente las ideas constituyen las cosas verdaderamente reales.

En ese sentido, las diferentes identidades de género o autodeterminación de género que un individuo pudiera tener quedarían relegadas, inevitablemente, no al sexo, pene o vagina, que material y ostensiblemente la naturaleza le asignó, previo al nacer, al sujeto, sino más bien a un intricado mecanismo del entendimiento o de la “pura idea” como parte sustancial de una realidad racionalmente confeccionada. De hecho, Hegel había proclamado que “todo lo que es racional es real, y todo lo que es real es racional”.

Bien visto el punto, no existe, desde sus orígenes, innato, un imperecedero sexo masculino o femenino fundamentado en el criterio científico de la biología. En su lugar, percibimos distintas construcciones o giros lingüísticos virtualmente equivalentes a un sistema de ideas al margen de la naturaleza biológica de los órganos sexuales. ¿Acaso, como expresara Simone De Beauvoir, ¿“no hay ningún destino biológico”? En el contexto de la palabra y su campo de relaciones asociativas o paradigmáticas, ¿por qué ambas categorías, sexo y género, no constituyen, entre sí, la misma coherencia o correspondencia semántica en relación al régimen identitario de lo femenino y de lo masculino? Al parecer, en el entorno de la ideología de género, la primera categoría, sexo, queda subordinada al campo biológico, mientras la segunda, género, remonta lo biológico al terreno estricto de la “pura idea”.

En ambos casos, mujer y hombre, tras una resignificación o interpretación distinta al pasado, ¿nacen o se hacen?

En la presente disputa, la identidad de género femenino bien podría coincidir con el aparato sexual o reproductivo de la mujer, mientras que la identidad de género masculino bien podría corresponder al aparato sexual o reproductivo del hombre. Los constructos sexo y género han sido categorizados indistintamente por la ideología de género. No obstante, ambas opciones dependen, en última instancia, del modelo interpretativo pertinente a una misma realidad biológica incuestionable.

Por otra parte, en ciertos estamentos del pensamiento crítico existe la errónea noción en atribuir, fundamentalmente, a la naturalización conceptual de “lo femenino” las exclusiones discriminatorias contra la mujer en lo económico, social, político y cultural. Sin embargo, dicho criterio no reflexiona sobre la responsabilidad que ejercen las estructuras de poder en la creación y el fomento de las  desigualdades sociales que atañen, en general, a la humanidad total, independientemente de la identidad sexual y/o de género.

Finalmente, ¿acaso lo que da significado a las palabras en nuestra lengua es su asociación primariamente con nuestra razón y lógica, tal como lo plantea Platón y Hegel, o esencialmente con nuestros sentidos de la experiencia, según los empiristas Locke, Berkeley y Hume?

De todos modos, aguardamos la propuesta de Simone De Beauvoir, precursora de los estudios de género: “No se nace mujer, se llega a serlo”. De igual manera, aguardamos también la tesis, parodiando a De Beauvoir, de la referente feminista Florencia Abbate: “No se nace hombre, se llega a serlo”. En ambos casos, mujer y hombre, tras una resignificación o interpretación distinta al pasado, ¿nacen o se hacen?

 

Luis Ernesto Mejía en Acento.com.do