Identidad de la tristeza

Tristeza. Ilustración de Virgilio López Azuán.

Es muy difícil precisar si lo escrito por alguien está cónsono con sus verdaderos sentimientos, si es el parto de lo vivido por la persona o es una capacidad de desdoblamiento que se tiene para poder tocar las posibilidades del lenguaje y plasmar sensibilidades como si fuera propias del autor. Es por ello por lo que algunos entendidos en análisis literarios predican sobre el arte como una gran mentira, que el poeta o artista tiene por oficio mentir. No sabremos nunca si estos poetas mencionados con sus desdoblamientos fueron capaces de condensar con tanto acierto esos sentimientos y emociones humanas. Para producir estas obras debe haber un impulso interior avasallante del autor, capaz de irrumpir con imágenes trascendentes y retratar los misterios hondos del ser humano, de su ontogénesis. Estas imágenes no se producen en el momento del trance, sino después, cuando todo ha pasado y se intenta describir o simplemente expresar la naturaleza, las características y las esencias de ese sentimiento o emoción. Nadie produce en medio de la ansiedad, la angustia, la tristeza o la alegría, y si lo hace, entiendo que lo producido no tendrá trascendencia porque esos mismos estados sirven como barreras que impiden la salida de los efluvios o emanaciones que luego se convertirían en obra de arte. Digamos que los griegos a esas emanaciones les llamaban inspiraciones o musas. Eso no importa, lo que interesa es que pienso que algo existe, algo previo, que impulsa la salida de una obra que se convierte en arte.

El individuo humano, y eso lo han dicho científicos y místicos hasta la saciedad, tiene un potencial extraordinario para dominar muchos elementos en la naturaleza, y dominar estados de pena o tristeza no sería ningún acto de supremo sacrificio. Solo debemos conocer las maneras, los caminos que conducen a su dominio. Bueno, dirá usted eso es difícil, eso es como caminar sobre las aguas. Sí, es difícil, pero no imposible, como quizá no lo es caminar sobre las aguas para algunos místicos. Si aprendiéramos algo de esto en la humanidad no hubiera tanto llanto, tanta pena, tanta tristeza, tanto dolor…

Hay un tipo de tristeza que se puede llamar de resignación que está contenida en unos versos de Antonio Machado y hecha canción por Emilio José y otros: “Estoy tan hecho a la pena / que me sirve de compaña; / y el día en que no la tengo / me parece cosa extraña”. Pero hay una tristeza, un tormento que parece no tener causas aparentes: “Y cuan con más terneza / mi infeliz estado lloro, / sé que estoy triste e ignoro / la causa de mi tristeza”, dice Sor Juana Inés de la Cruz en su poema “Este Amoroso Tormento”. Esa tristeza podría ser cuasi patológica, es como una enfermedad por que más adelante en el poema se lee: “Estro de mi pena dura / es algo del dolor fiero; / y mucho más no refiero / porque pasa de locura”. Es un sentimiento tan fuerte, tan grande que va cruzando puertas de otros sentimientos y estados que puede parar a la puerta de la locura, del frenesí.

También ella nos regala otros versos inolvidables: “Toda en el mal el alma divertida, / pena por pena su dolor sumaba, / y en cada circunstancia ponderaba / que sobraban mil muertes a una vida”.

Aunque el milagro poético no se puede tomar de manera taxativa, la poeta coincide con la posible evolución de los estados de melancolía y tristeza que se generan en el ser humano, ya sea por una pérdida o por una enfermedad. 

La tristeza y el acto creativo

No debemos olvidar el poema “Reír llorando” de Juan de Dios Peza, (que he citado en otras ocasiones) que narra el Spleen de un payaso cuando va a un médico famoso en busca de cura. Ese payaso hacía reír a toda Inglaterra y tenía todos los lauros, y satisfechas todas sus necesidades y deseos, pero estaba pasando por una crisis de tristeza, melancolía y depresión que lo hacían infeliz. Pero ¿será necesaria la tristeza? ¿Será la tristeza un estado más apropiado que la alegría para el acto creativo?

Difícilmente el acto creativo emane de un estado de alegría, y aunque así sea, se aprecia que en los estados de tristeza, melancolía, soledad y pena se genera con más facilidad el arte. El sufrimiento puede crear maneras de expresión más que la alegría. El sufrimiento es más duradero, ya lo dijo el poeta haitiano Jacques Viau Renaud: “Nada permanece tanto como el llanto”, y el llanto es la materialización de la tristeza, como lo puede ser también de la alegría. ¿A caso no se llora tanto de tristeza como de alegría? El llanto es la descarga consumada de esos sentimientos, donde parece que las emociones se han condensado y se han activado las zonas lagrimales, para hacer de la persona una expresión resuelta en llanto.

Se observa que las producciones artísticas con más trascendencia, ya sea en la literatura, en la música o en la plástica se producen en situaciones de soledad, tristeza y pena; si no, démosles un vistazo a las producciones poéticas realizadas en la cárcel por el poeta español Miguel Hernández, a las pinturas de Paul Gauguin, a las obras de Beethoven; a las obras de tantos poetas místicos que las hicieron en lugares de clausura. ¿Hasta dónde decir que la tristeza en necesaria sin que se interprete que no es una expresión de tipo masoquista? Ningún parto creativo se ha hecho nunca sin dolor. Todo lo que irrumpe tiende a doler, todos los actos revolucionarios tienden a doler, a generar ese estremecimiento catalogado de inusual al ritmo tradicional de las cosas, aunque después se produzca la catarsis que lleva al placer.

El autor es escritor y educador

Domingo 27 de noviembre de 2022

Virgilio López Azuán en Acento.com.do