Las pérdidas pueden generar estados de tristezas, de leves a profundas, capaces de llevar a la depresión con riesgos de pensamientos y acciones suicidas. Todo esto es evitable siguiendo las pautas terapéuticas de expertos. Esos estados de pérdidas pueden ser provocados por la soledad dejada por un ser querido que haya muerto o simplemente que se haya marchado. En la Biblia hebrea el acto de tristeza que se revela por la pérdida de un ser querido aparece en el libro de Génesis cuando murió Jacob o Israel, el padre de José, quien fuera gobernador de Egipto: “Entonces se echó José sobre el rostro de su padre, y lloró sobre él y lo besó”, (Gn 50:1). Para entonces en Egipto embalsamaban a los muertos y ese acto duraba unos cuarenta días, y los egipcios lo lloraron por sesenta días. Este entierro fue muy concurrido, la muerte de Jacob causó una gran consternación en el mundo antiguo. La pérdida del padre le causó a José una innegable y profunda tristeza.

No creo que la Biblia hebrea registre actos de tristezas, pena y dolor más grandes que los que se aluden a los sentidos por María, la madre de Jesús. Estos actos podrían ser los sentimientos más profundos que mujer alguna sintiera y que las sagradas escrituras no entran en detalles sobre los mismos como pudo haber pasado. ¿Usted se imagina el acto de tristeza sentido por ella al ver a su hijo, traicionado, torturado, y sobre todo muriendo en la cruz, junto a malhechores en el monte de la calavera? O ¿Usted puede suponer ese dolor, esa tristeza, esa honda y amarga tristeza sentida por ella el sábado, al quedarse sin el hijo de sus entrañas?

En la Biblia existen muchísimos actos de tristezas, penas y soledades que han sido objetos de muchos estudios y que, sobre todo, sirven de modelo para la vida cristiana. Pero no quiero dejar de mencionar éste: En el momento de la crucifixión según lo revelan los textos, Jesús pronunció siete palabras cargadas de grandes misterios que sirven de inspiración a filósofos, poetas, religiosos y otros investigadores. Independientemente de las versiones de San Mateo y San Marcos sobre ese diálogo con Jesús, y siguiendo las opiniones de San Agustín en su trabajo sobre la Armonía de los Evangelios, citaremos las palabras de Dimas, el “buen ladrón”: “Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos, más éste ningún mal hizo” (Lc 23:41). Lo que evidencia con estas palabras un acto de pena, de aflicción, de compasión, por la condena del justo: “Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23:43). No debemos olvidar que sobre el “buen ladrón” y el “mal ladrón” existieron libros considerados apócrifos donde estos son mencionados en algún momento de la vida de Jesús, pero como otros personajes bíblicos, de ellos se sabe muy poco.

Al dolor humano se llega por todos los caminos, pero por todos los caminos difícilmente lleguemos al amor. Existe una gama de dolores y sufrimientos que son capaces de hacer sentir placer a ciertas personas. Nadie quiere sentir dolor, aunque existen autocastigos dolorosos para sentir placer, ese tipo de conducta es masoquista. No analizaré el masoquismo desde el punto de vista patológico, ni cultural, ni cuales razones inducen sus prácticas, pero quiero significar que con eso se demuestra que por los caminos del dolor algunos llegan al placer. Y parece que en el mundo místico el sufrimiento, el sacrificio, el dolor, hacen trascender. Entonces ¿habrá un tipo de dolor espiritual? Parece que sí y que antes de llegarse a ese estado hay que atravesar el estadio de la pena o la tristeza. Bueno, en su primera acepción la pena es un castigo, una privación que está referida al confinamiento físico, y por ende al psicológico y espiritual.  En este caso, reiteramos, manejamos el concepto como aflicción. Surge la pregunta ¿Puede el ser humano dominar los estados de pena, tristeza, melancolía y soledad? Creo que sí, primero debe conocer muy bien la naturaleza de esos sentimientos o estados y ser capaz de producir catarsis.           

La tristeza y la poesía de Santa Teresa de Jesús y Fray Juan de la Cruz

La poesía mística de Santa Teresa de Jesús nos deja una enseñanza sobre el dolor, la pena y la tristeza. Ella llegó a estar tan impactada que logró decir: “Tristeza y melancolía / en casa mía, no las quiero”. Daba una orden marcial para que se marchen. Sufría la tristeza en carne propia. Ya sabemos de su gran labor misionera con niñas huérfanas. Ella vislumbraba un mundo mejor, entregada a la suprema vocación de una vida eterna y feliz que le aguardaba en el reino de los cielos: “¡Ay qué larga es esta vida! / ¡Qué duros estos destierros! / ¡Esta cárcel, estos hierros / en que el alma está metida! / Sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero, / que me muero porque no muero”.

Ya podemos imaginar la tristeza y el dolor que estaba sufriendo con su alma metida en el cuerpo físico. Le llego a decir al cuerpo “cárcel”, “hierros”, precisamente cumpliendo como una pena, que ella hasta daba la vida por morir. Pero aquí ella no se expone en su texto un acto de depresión, ni de una tristeza patológica, ella vislumbraba la plenitud del espíritu, de la conciencia cósmica, cuando el alma deje el cuerpo físico.

En sus poemas Fray Juan de la Cruz muestra pasajes de contemplación y también de tristezas: “¿Qué muerte habrá que iguale / a mi vivir lastimero? / Pues si más vivo más muero” o “todo es para más penar / por no verte como quiero”. Aquí la pena es lastimera, dolorosa. O sea que, en el mundo místico, los poetas nombraron la tristeza o la pena de diferentes maneras: unos como que provoca dolor ya sea material o espiritual y otros la nombran percibiendo cierto tipo de goce. O sea, que si trazamos una línea a lo largo de un plano y esa línea es la tristeza, encontraremos que en un extremo hay quienes la sienten con cierto tipo de sublimación y goce, y en el otro extremo está el dolor… Lo mismo pasa con la soledad, con la alegría…, con otros sentimientos y emociones donde el ser humano puede desplazarse de extremo a extremo. Es como si fuera un tren en marcha que se llama tristeza, en el vagón de un extremo se puede encontrar la felicidad y en el vagón del otro extremo se puede encontrar el dolor, pero que por los caminos del dolor se puede volver al otro extremo que es la felicidad,  al éxtasis, o al clímax. Parece que Françoise Sagan, se fue a subir a ese tren por la parte dolorosa y exclamó: “Bonjour Tristesse”. (CONTINUARÁ)

El autor es escritor y educador

Domingo 20 de noviembre de 2022

 

Virgilio López Azuán en Acento.com.do