Al presentar en una sala de Fine Arts Cinema el corto de su autoría, producido por su compañera de trabajo de grado Franchesca Placeres, la joven directora y guionista dominicana Nicole Melo, con esos ademanes simpáticos de la idiosincrasia dominicana, dijo algo así: Me conté esa historia a mí misma, si a alguien más le sirve pues me alegro.
Un nuevo quehacer cinematográfico abona a la identidad dominicana. Egresados como ellas salen a trabajar a una industria nacional en franco desarrollo. Junto a sus conocimientos y destrezas traen su pensamiento y cultura. Melo y Placeres, forman una dupla cooperativa perteneciente a una nueva generación de cineastas dominicanos en ciernes.
En el mayo en que Leticia Tonos se convierte en la primera cineasta dominicana, reconocida en el Festival de Cannes con el premio Fantastic Latido (Detalles), vale mucho la pena acercarse a encuentros como los organizados semanal y gratuitamente por Cinemaforum o la Cinemateca Dominicana, Ateneos del Séptimo Arte de la ciudad de Santo Domingo.
Franchesca y Nicole realizaron un corto de ficción basado en una experiencia de la directora debutante con su abuela. Vi a muchos otros jóvenes en la sala de cine asentir, reír y llorar al disfrutar de una historia sencilla contada en los quince minutos de su corto Cuando fui grande.
Al contar su experiencia a la audiencia, la directora Melo movía sus brazos como quien entrega algo grande y pesado. Placeres la ayudó a cargar la caja de un gran dolor vivido en el formato de una historia para cine. Sus expresiones corporales en el conversatorio eran una mezcla agradable de descargo, humildad y alivio luego de un gran viaje creativo juntas. El trabajo proyectado contiene ese aspecto de ellas, un lenguaje común con sus realizadoras.
De regreso a casa le pregunté a mi hijo, también profesional de la industria naranja y veinteañero como las cineastas, que era lo que más le había gustado del cortometraje. Respondió que le gustó el conflicto de la protagonista. Al estar residiendo en el extranjero, había experimentado algo que también tú y yo vivimos, me dijo, que la familia sigue avanzando en los procesos sin ti.
“Cuando fui grande” título de la producción universitaria resultó ganador del UFFEST 2023 como mejor reparto, mejor guion y cortometraje. Amén del mencionado reconocimiento, presencié otros en directo. Muchos jóvenes levantaron sus manos para hacerles preguntas a la directora y a la productora. Las personas asentían y una pregunta nueva paría tres más, luego cinco, etc. Conectaron con un sentimiento común.
La ley de incentivo que promueve al cine dominicano ha fomentado además una renovada audiencia. Marc Mejía, Hugo Pagán y Oliver Oller, bajo el nombre Cinemaforum, tienen más de diez años dedicando su tiempo a estos encuentros, por amor al arte.
El martes en la noche en casa, después de llegar de Fine Arts Cinema, recordé una curiosa anécdota. Cuando era recién graduada, mi supervisora laboral tuvo que tomar una licencia para mantener su primer embarazo. Una tarde la fui a visitar a su casa, y lejos de preguntarme en esos años sin celular o internet que cómo me iba con mis tareas haciendo contratos hipotecarios y leasing para compras de vehículos de motor en la oficina de abogados en que trabajábamos, la encontré muy concentrada viendo repeticiones (reruns) de la una serie de televisión de nuestra infancia Perdidos en el espacio (1965-1968).
La aparición de la televisión por cable trajo esta serie de la niñez que tanto adoramos.
Luego de Star Wars, nos daba un poco de vergüenza admitir que la veíamos, por sus anticuados efectos especiales y risible melodrama. Sin embargo, mi jefa, muy seria, analizaba su trama. En Perdidos en el espacio, la incertidumbre reinaba en la vida de la familia Robinson, terrícolas aislados en una nave lejos de casa. Ellos viajan por espacio junto a Dr. Zachary Smith, un personaje antagónico y necio.
La serie tiene, además, a un personaje paradigmático, el Robot, gran amigo de Will Robinson, el niño de la casa. El Robot lo sabe todo, era inteligencia artificial perfecta; en ese prototipo cabía todo el conocimiento y siempre anticipa el peligro. Mi muy embarazada jefa me dijo, esta gente está más perdida que el diache, pero no en el espacio….
Mi jefa estaba clara desde los años ochenta. La inteligencia artificial podrá lograr mucho, pero no podrá contar la historia de Nicole Melo como ella la sintió, porque las máquinas no tienen abuelas. Podrán tener programas compatibles, pero no una amiga como Franchesca.
¿Qué maquina va a reproducir el compromiso desinteresado de Marc, Hugo y Oliver, por más de diez años gestando cultura de cine? Eso no se procesa con las ciencias de la computación. Eso lo aprendieron viendo la labor desinteresada por décadas de Arturo Fernández Rodríguez y Armando Almánzar, sus desaparecidos mentores.
La IA no tiene idiosincrasia, ni mentores o discípulos. Tampoco tiene familias que avanzan en los procesos con o sin ti, ni expresiones corporales. No sienten vergüenza ni se ponen a ver películas viejas, para manejar el stress de un embarazo difícil, porque no gestan a otros seres vivientes.
Y, sobre todo, no tiene la necesidad artística de decirse cosas, de completarse en un diálogo interior, de encontrar empatía al salir a contarla en una obra del espíritu. Las computadoras tampoco se reúnen en ateneos a conversar o ver una película juntas. No forman hermandades, no son solidarias, ni mucho menos se enamoran entre ellas.
La IA no tiene la urgencia de sentirse viva, de amar o ser amada que sentimos nosotros los mortales. Solo computa, como el Robot que solo decía Peligro!, Will Robinson, Peligro!, no porque le importase ese niño, sino porque los cálculos no le daban. Solo dice no es computable.
Ya me lo dijo mi entonces jefa y amiga de larga data Rosy Escoto esa tarde, acostada con un barrigón viendo Perdidos en el Espacio: Esta gente (los Robinson) está más perdida que el diache y el Robot es está más perdido que el hijo de Lindbergh. Nunca supo computar que el Dr. Smith era el villano de la serie.
Las aguas bravas no están en la inteligencia artificial, están en los necios que se oponen a las políticas públicas que protegen la condición humana y sus creaciones del espíritu.