¿Qué nos queda sino seguir convocando sombras?
Pedrito Guzmán acaba de irse. Como quien no quiere las cosas. Si hay fotógrafos que asumen la imagen como una religión en el país dominicano, a Pedrito le ha correspondido uno de esos espacios. Y su alegría a prueba de telones cayendo, de ese tiempo brutal que nos encanece, si es que tenemos suerte. Pedrito: aquella foto tuya de página completa en el periódico El Sol, con un niño semidesnudo mirando un perro muerto y con una cita de la canción “Lobo”, de Silvio Rodríguez. Luego me comentaste que fue en San Cristóbal, una mañana de resaca. Y entonces aquel “momento decisivo” que siempre te pescaba, querido Pedrito. Como en aquellos tres días más que trágicos de abril de 1984. La gente tirada a la calle en las Cinco Esquinas de San Carlos, Colombo al lado tuyo, las balas sonando y tú fotografiando unos policías rellenando las pistolas. Sí: esa foto te valió un gran premio, ninguna en aquellos ocho años del primer perredeísmo para expresar la violencia sempiterna de nuestras autoridades del orden. Aquella foto premiada pegada en tu laboratorio en El Nuevo Diario, el mismo que un día sería arrasado por un huracán y adiós archivo tan preciado. Pedrito detrás de don Rodolfo Coiscou Weber y su sección de literaria también El Nuevo Diario, dándonos luz en aquellos principios ochenteros. Pedrito y su dupla con el periodista Eli Heileger, siempre con Colombo, yendo y viniendo como la más grande de nuestras hormigas o abejas o no sé. Pedrito en alguna guerra centroamericana o disfrutando del verde puntacanero, ya daba igual. Tu obra se nos había metido en el alma para quedarse. Pedrito en el Armagedón del fotoperiodismo, el área del arte de Daguerre que todavía no asalta las paredes de nuestras galerías, aunque ya comience a valorarse la obra de otro grande, Thimo Pimentel. ¡Pedrito, qué tanto quisimos y cuánto lamentaré ya no verte doblando por la Católica o la Meriño, con esa mochila que se fue convirtiendo en parte de tu cuerpo, con esa sonrisa incombustible, que de alguna manera consuela! ¡Pedrito!