Milcíades Mancebo

PEDERNALES, República Dominicana.- Antonio Collado, uno de los tres hijos legítimos de Bienvenida Collado y el segundo teniente del Ejército y juez de paz, Aquilino Collado Gutiérrez, quería ser técnico del Loyola, y falló. Soñaba como cadete y lo mandaron a la  academia, pero se quedó en el camino.

Comoquiera, él regresó a Pedernales exhibiendo el rango de teniente del Ejército. Tendría 18 años. Mismo privilegio que había tenido su hermano Miguel, de 16.

Días después de su llegada, a finales de los cincuenta, el joven oficial –aprendiz de chofer-  se montó en el jeep del Ejército y se fue de parranda para el conocido burdel de Olegario de los Santos, el albañil que trabajaba en la Alcoa Exploration Company y luego fue síndico del municipio (68-70).

Ya ebrio, Antonio regresaba a casa zigzagueando por la hoy calle Socorro Pérez, al norte del pueblo y, poco antes de llegar a la Duarte, remontó la acera donde estaba sentado el colector de Aduana, frente a la casa de la novia, y lo chocó. El hombre murió en el sitio. En la fortaleza simularon el arresto de Antonio; mientras, en el pueblo rumoreaban que no se trató de un accidente porque, supuestamente, él apetecía a la novia. La duda sobre cada muerte seguía viva en el imaginario colectivo. Las versiones oficiales parecían sacadas de un manual para enmascarar asesinatos ejecutados por la tiranía.

A su padre, un cojo bocón y prepotente, lo habían enviado a la comarca del sudoeste de la frontera dominico-haitiana, también como segundo teniente. Y dicen que sin ganarse el rango. La pareja había llegado en 1950 en un buque de la Marina de Guerra por el muelle de Pedernales, y de inmediato se fue a Los Arroyos, en el Baoruco.

Poco tiempo después, bajó y se instaló en la casa de madera de dos niveles montada en pilotillos perteneciente a la administración de la colonia, en la 27 de Febrero esquina Genaro Pérez Rocha. Vivían en el segundo piso. Debajo instalaron una bodega y un hotelito; luego, un bar con una enramada para bailes y la fábrica de hielo, producto que preservaban en pajas de café y lo vendían en bloques de cien libras. Para complementar la oferta, expendían helados en paleta de diferentes sabores, que –según Miguel Pérez, 80 años, “a veces estaban saladitos por la salmuera de la fábrica”.

En cuanto a los cuatro hijos, se sabía que Natalia era de ella, no de Aquilino; pero nadie sabía con precisión quién era el padre. Sobre el progenitor de Bienvenida especulaban con los nombres de dos hermanos del tirano Rafael Leonidas Trujillo Molina reconocidos por su pinta de perversos: Virgilio y José Arismendy (Petán).

Pero Milcíades Mancebo, 87 años, quien conoce al dedillo el Pedernales de la era, es cortante: la mujer mocana no era familia Trujillo. Sostiene que había sido embarazada por Petán y le obligaron a emparejarse con el guardia nativo de Constanza y mudarse al pueblo de la frontera para no enturbiar la imagen de la familia presidencial. Como consolación, le ascendieron a primer teniente.

El doctor Mario Fernández (Marito), primer teniente médico, llevado por el Ejército a Pedernales, “casó” con la hija menor de Aquilino Collado, Luz María, cuando ella cumplía doce años. Y dejaron el pueblo. Luego sería su asistente en el Instituto Dermatológico. Natalia casaría con Cabralito, un oficinista de Alcoa.

PRECIO DE UN RECLUSO

Cresse, presidiario de confianza como Enrique Ferreira, pasaba el día trabajando en los negocios de la familia Collado-Trujillo. Y regresaba en las noches a dormir a la cárcel de la fortaleza, en la Genaro Pérez Rocha, entre la Libertad y la calle Antonio Duvergé.

Miguel Pérez

En esos vaivenes, él tuvo un romance con una vecina de la fábrica, y la había embarazado. Le llamaban Madre, y era hija de Ángel Adelo Heredia (Pupú) y Esperanza.

Cuenta Miguel Pérez que Aquilino acusó a Creese de robarle en el negocio y lo encarceló.

“Eso fue muy cruel y todavía es espeluznante recordarlo. Lo encerraron en una solitaria, sin alimentos, lo torturaron y,  cuando estaba moribundo, el teniente Castrillón lo agarró por el cuello y lo estranguló. Esa fue la versión que circuló en la comunidad. Yo no sé si los Collado tuvieron que ver con esa muerte”.

Al día siguiente, la versión oficial sobre el caso se limitaba a decir que el preso se había ahorcado.

Era el modus operandi del Poder, refiere Tony Bretón, 72 años.

“Pedernales era una cárcel y un patíbulo. Muchos presos fueron ejecutados por los capitanes y mayores, los comandantes de la fortaleza, y luego le ponían letreros diciendo que ellos se habían ahorcado. Allá llevaban muchos presos políticos, el 90%, diría yo, y los desaparecían. Todos los que eran trasladados a Pedernales se veían obligados a decir que la razón era homicidio. Con eso evadían, pues, si decían que era por desafección al régimen, los mataban”.

Recuerda las andanzas de un verdugo del temible Servicio de Inteligencia Militar (SIM) que llegó como supuesto empleado de la Alcoa Exploration Company. Nunca visitaba Cabo Rojo, donde operaba la empresa  estadounidense que explotó durante décadas los yacimientos de bauxita.

“Se supo quién era, en realidad, después del 30 de mayo, cuando la muerte de Trujillo. Ese hombre hizo mucho daño, los ejecutores eran los comandantes militares. Le llamaban Craiclán (Cry Clan). Vino como empleado de la compañía, pero no iba. Ni siquiera cuando inició la exploración de las minas en 1958. Todos temían a los comandantes de la 16 compañía. También temían a Aquilino y a Bienvenida. La expresión ‘él se ahorcó’ era muy común en la época”.

En Pedernales, todo funcionaba en torno al régimen.

Danilo Trujillo fue un ser despreciable, igual que su padre Virgilio. Como “rey” de la zona, se hizo construir una casona de caoba y cedro sobre pilotillos en la colonia agrícola Los Arroyos. Desde allá arriba desparramó maldad por toda la comarca: desde los desalojos de los colonos, en la sierra, hasta violaciones de niñas y desapariciones de presos políticos.

“Él no mató colonos, eso no; pero presos que traían de allá, sí. Poco hombre, abusador… Vino a aserrar aquí y acabó con los presos políticos que mandaba Trujillo para acá para que se desaparecieran. Él se encargaba de eso. Aquí trajeron una colección de hombres preparados, y de una vez los soltaron y andaban de confianza. Canario y esa gente, que eran artistas, comían y venían a bebé café aquí en mi casa… y de repente desaparecieron”.

Aún le eriza la piel el caso de Onésimo Pérez, quien necesitaba agua para evitar que sus vacas murieran de sed y desvió un chorro hacia su rigola desde “el potrero del Gobierno” que administraba el funesto capitán Almánzar, otro azote de la satrapía.

“Por eso lo ajorcó en una mata de mango que era tan frondosa. Tan frondosa que la gente busca y busca y busca… y no lo hallaban. Y allááá, escondido… No sé cómo fue ese hombre llevado ahí. Yo fui a verlo y una patrulla nos decía: ¡Muchacho der diablo, pa dónde van! A Canario, también lo mató. Era un artista, un muchacho blanco de Baní, que hizo el busto de Trujillo que estaba en el parque… Trujillo mandaba para acá, a gente preparada, y los ponía dizque de confianza, y se iban perdiendo uno a uno. Danilo fue un azote. Aquí, Danilo no dejó ningún producto que sirviera. De aquí dizque se fugaron cuatro presos y jamás se supo de ellos”.

Por la frontera se “fugaban” y jamás aparecían. La playa solitaria tenía fama de sitio para tiros de gracia. Estaban en riesgo de muerte permanente los dueños de potreros cercanos a aquel escenario de asesinatos.

Los ahorcamientos estaban de moda, como el de Onésimo, esposo de Polola, hermano de Otilio Pérez y abuelo paterno de Nena Porfirio Danny  Pipín. Unos especulan que fue por un chorro de agua desviado para calmar la sed de sus reses; otros, por su negativa a “vender” una vaca a un capitán Almánzar que siempre codiciaba lo ajeno.

Isla Beata, en los años cincuenta, era centro de torturas a presos políticos traídos de la capital a las que se opuso siempre el marinero Camilo Pérez Cuevas, y por ello se enemistó con el comandante del puesto, El Tremendo.

El pueblo estaba a los pies de los Trujillo.