“Blanco y negro son dos metafísicas”. (Franz Fanon)
La paradoja de la identidad refiere al hecho de que el concepto identitario trae aparejada la idea de lo singular pero, al mismo tiempo, se ha conformado por un largo proceso de hibridación y mezclas. Antonio Gómez, en su libro Sí mismo como nadie, afirma que el sujeto único e irrepetible es el estúpido perfecto. El sujeto para llegar a ser sí mismo debe alejarse del individuo. Esta visión, cercana a la filosofía de Levinas sobre el sí mismo y el otro, permite ver la diferencia donde soy el otro del otro en mi modo de ser sujeto. En cada relación dialógica habrá siempre interinfluencias, trazos de ese decir matizado para la cultura de cada uno. La paradoja de la identidad no solo toca la identidad individual que se forma por el proceso de asimilación del entorno cercano, sino también las identidades colectivas que son dinámicas.
Para dialogar con el otro es necesario discutir la existencia de ese otro como diferencia; por tanto, hay primero que resolver la cuestión de la identidad. Todo diálogo tiene como condición sine qua non el reconocimiento de la existencia de los dialogantes; esto es, para reconocer al otro debo reconocerme. Proponemos una vuelta de tuerca a la aseveración de Émile Benveniste, según la cual el yo existe con relación a un tú, y digo que el yo debe existir para poder relacionarse con un tú, su existencia se reconoce en el acto de relacionarse. No me reconozco sino en mí mismo, para ello necesito al otro como diferencia. Esta afirmación encuentra base en una cierta sociología de la autorreferencialidad (ver Niklas Luhmann), asumida en este contexto como la necesidad de una serie de operaciones sociales e históricas referidas a un sistema social, en este caso el nuestro, necesarios para la construcción de una identidad inexistente.
En debates recientes se habla de etnocentrismo, prejuicios, xenofobia… A mi modo de ver son categorías inaplicables a la realidad de un grupo desidentificado. La formación de las estructuras propias de un sistema social es imprescindible para poder interactuar con otro sistema, aún sea en relación de desigualdad y subordinación. Más acá de la identidad debe operar una unidad del sistema, para hacer posible el sentido de pertenencia, y de allí, la existencia del otro y la existencia en el otro, la existencia contra el otro.
La apuesta lineal del yo en relación al tú se opone a la perspectiva compleja de la limitación inmanente, según la cual, la complejidad interna de los elementos de un sistema no pueden explicarse como consecuencia de su interacción lineal con elementos de otro sistema. Esa linealidad condujo a la publicación de una obra ingenua, cuyo título es ya un absurdo: sin haitianidad no hay dominicanidad. Es decir un sistema histórico-social con un devenir complejo de redes étnicas, sociales, económicas, con bifurcaciones y bucles, productor, como organismo vivo y autopoyético, de sus propias y permanentes emergencias, no es el resultado o consecuencia de un intercontacto. El referido libro tiene una falla matemática, al querer reducir ecuaciones matriciales a simples adiciones. Ningún grupo sale ileso de los intercontactos; en la dinámica del contacto recíproco los sistemas se modifican entre sí.
Todo diálogo implica reciprocidad y respeto de los límites que nos impone la historia de los sujetos dialogantes, en tanto sujetos de un sistema autoorganizado: cultura o estado-nación. La relación, afirma Levinas, no implica la anulación del otro, tampoco la “supresión” de la mismidad. Si ocurriera una de estas dos formas de anulación, el diálogo sería imposible. En ese solipsismo la palabra sería eco inútil de la soledad. Es por ello que resulta un contradictio in adiecto que algunos “expertos” insinúen la posibilidad de diálogo, sin definir identidad y alteridad. ¿Quién soy? ¿Con quién voy a hablar? En tanto que sistema abierto ¿con qué otro sistema social voy a intercambiar? ¿Qué material social intercambiaré?
Exploremos los factores cualitativos de la identidad, averigüemos qué nos hace sujetos y nos habilita para relacionarnos. Se establece como condición para ello la comunicación-relación-existencia, el autorreconocimiento. Propongo el neologismo de auto apropiación, que no tiene ninguna relación con el concepto prestado del mundo sajón de empoderamiento. La auto apropiación sería un saberse: poder identificarte en el imaginario donde te presentas y representas ante los otros. Para presentarme-representarme debo primero haber asumido los elementos imaginarios y simbólicos que me dan sentido. Significa esto una aproximación a un asunto que no comienza en la piel ni el territorio, pero más aún, se expande a los imaginarios individuales y colectivos fundadores del topos para el sujeto (imaginarios individuales), y para los estados naciones (imaginarios colectivos). Pensarnos y representarnos diferente al otro, a eso le llamaríamos identidad.