Se suele tomar en cuenta el año de 1960 como punto de referencia para establecer la división de los escritores dominicanos que surgen en la década de 1980. Como se sabe, este fue un período de apertura en todos los órdenes, pero principalmente debido a la relativa estabilidad que el país había alcanzado hacia el final del gobierno de doce años del Dr. Joaquín Balaguer.

En virtud de esta estabilidad, puede afirmarse en términos generales que a los escritores que surgen en los ochenta no los opuso un conflicto de clase ni se dispersaron en diatribas internas como había acontecido con otras promociones literarias anteriores.

En efecto, una observación atenta del proceso que siguió la sociedad dominicana entre 1980 y 1990 permite considerar a la cohorte de escritores que surge en esa década como el producto de una profunda transformación sociocultural y de un cambio en el sistema educativo dominicano que se había producido escasamente una década antes.

En lo sociocultural, cabe destacar la entrada del país en la economía de mercado capitalista, un proceso principalmente caracterizado por el auge del consumo incentivado por activas campañas publicitarias, el desarrollo de los medios de comunicación y el incremento de la actividad de importación-exportación.

En lo educativo, los escritores de los ochenta componían la primera cohorte enteramente formada en el marco de los nuevos esquemas que impuso el Concilio Vaticano II (1962-1965), cuya vinculación con el Plan de Reforma Educativa iniciado durante el período de 1969-1970 ha sido insuficientemente estudiado entre nosotros.

En términos demográficos, este proceso coincidió con el aumento de la frecuencia de dos movimientos migratorios simultáneos: aquel mediante el cual ingresaban en la capital del país cantidades ingentes de habitantes de las provincias y aquel que expulsaba cantidades parecidas de dominicanos hacia distintos destinos del extranjero.

En virtud de lo anterior, varios fueron los factores que contribuyeron a hacer de los ochenta una “década perdida”.

Por una parte, se notará que la mayoría de los autores que surgen en esta década terminaron cooptados por y asumiendo el discurso, las posturas y muchos de los compromisos éticos y políticos de sus pares pertenecientes a promociones anteriores, lo cual los convirtió en víctimas, más o menos involuntarias según los casos, de lo que podría considerarse como un proceso de fagocitación o castración simbólica. Así, puede decirse que la división que se produce entre los escritores de los 80 es de naturaleza esencialmente sociopolítica, sobre todo si se recuerda que el Estado ha sido la principal plataforma de movilidad socioeconómica de los agentes en nuestro país desde el final de la Era de Trujillo.

En ese sentido, vale la pena señalar una contradicción histórica fundamental que tiene lugar en ese momento en que la política, tanto la del PRD como la del PRSC, iba de la ciudad al campo, mientras que los poetas universitarios de los ochenta preferían apartarse del campo para arraigar o afianzar en la ciudad (ya fuera esta Santo Domingo, New York o cualquier otra urbe), la serie completa de sus proyectos identitarios.

Será esta contradicción la que determinará el hecho de que el espíritu de los 80 no haya sido realmente ni urbano ni provincial, sino que se muestra en todo momento como un híbrido que en su propia época fue identificado como campitaleño (provinciano). De hecho, será precisamente esta indefinición esencial la que determinará su esterotipación como promoción sociocultural y permitirá la desactivación de la mayoría de sus propuestas por parte de los integrantes de la promoción que surgirá en el curso de la década de 1990.

Los años 90 fueron una época de rupturas programadas, entre las cuales vale la pena resaltar aquí las siguientes, en función de su relación con los nuevos proyectos literarios que comienzan a manifestarse en esa década:

  • Cambia el registro expresivo. Se comienza a instalar la “cultura urbana”, la cual impone un nuevo paradigma que tendrá profundas consecuencias sobre la sensibilidad de la nueva promoción de escritores.
  • El cambio del antiguo modelo económico agrícola por el de una sociedad de servicios que se instala a principios de la decada de 1990 se manifestará en la cultura a través de un cambio de ritmo (la bachata remplaza al merengue como ritmo musical “oficial”). Este cambio implicará la creación de nuevos habitus de consumo cultural y la consecuente obliteración o de las otras formas culturales tradicionales.
  • El impacto de las nuevas tecnologías de información y comunicación tendrá profundas consecuencias sobre las relacioens interpersonales de los sujetos y permitirá la creación de nuevas redes de comunicación, producción y consumo de productos culturales.
  • A la par con este desarrollo de la tecnología, la transformación de la insfraestructura urbana requerida para hacer más potable la imagen del país a los ojos del mercado turístico impondrá un nuevo tipo de populismo. El proyecto de cultura se orienta ahora hacia la “inclusión”, lo cual, en la práctica, se convertirá en una nivelación “hacia abajo”, como no tardarán en ponerlo en evidencia los desastrosos resultados que tendrá el país en materia educativa a partir de la puesta en práctica de Plan Decenal de Educación a comienzos de la década de 1990.

Y como había sucedido con la cohorte de los ochenta, será este cambio en la política educativa del país lo que más profundas huellas dejará sobre la cohorte de los noventa, sobre todo debido al desmonte paulatino de la asociación imaginaria entre la literatura y la identidad nacional que se desprende de la Transformación Curricular en el marco de una planificación educativa que, amparada bajo la sombrilla ideológica “globalizadora”, asumirá la tarea de producir nuevos sujetos/ciudadanos

Es en ese sentido que puede afirmarse que el ”canibalismo” que con frecuencia se observa como una característica particular de los escritores surgidos a partir de los 90 es el resultado de una “programación” educativa.

Y en efecto, tanto la perspectiva existencial como las expectativas de los escritores de los 1990 se gestará en alguna parte entre el desencanto de la diáspora y la ilusión de los nuevos engañados.

¿Será esta la verdadera cuna del sentimiento urbano?