Max Nordau, médico y crítico literario, nacido en Budapest en 1849, se dio a conocer en el mundo hispánico con su ensayo Degeneración (1892), en el que atacaba las corrientes estéticas de moda de fin de siglo, desde el punto de vista de la psiquiatría. Nordau asociaba estas tendencias a un momento histórico en el que una élite, en el mundo de la cultura y las artes, imponía un tipo de sensibilidad y unos gustos no compartidos por las clases populares. Criticaba fundamentalmente las corrientes francesas, el Simbolismo y el Decadentismo, de tanta fortuna en Hispanoamérica y España. En la novelística decimonónica europea, tales corrientes, a su juicio, serían  manifestaciones de enfermedades nerviosas, como la neurosis y la histeria.

Sorprende, por tanto, “Panna”, novela que nos instala en el mundo rural y gira alrededor de la extraordinaria personalidad de una mujer. Su protagonista es una joven campesina húngara poseedora de un elevado sentido de la justicia que lleva hasta sus últimas consecuencias. Se sitúa la obra en Kisfalu, pueblo cercano a Budapest, dominado por el señor Abonyi, dueño del único castillo y descendiente de la nobleza de Pest, que hasta 1848 fue dueña de las tierras comunales y ejerció derechos feudales sobre su comarca.

La fecha es importante porque marca el estallido de la Revolución Cívica y de las guerras de independencia en Hungría por la liberación del yugo de los Habsburgo, a las que les sigue un periodo de relativa independencia, siempre bajo el dominio de una nobleza autoritaria, pero con la figura del Rey como más alta representación del Estado. Publicada en edición española por la célebre editorial de Calleja en torno a 1915, probablemente sea ésta la primera edición, ya que por entonces el autor residía en España.

La joven Panna llama la atención por su extraordinaria hermosura y carácter, que conduce a los hombres a asediarla. Ella rechaza los intentos de seducción incluso  con violencia. En defensa propia llega a excederse hasta, sin querer, destrozarle la cara a un pretendiente que la acosa, llevándolo al borde de la muerte. Arrepentida de su extremada reacción, se dedicará a cuidarlo y acabará casándose con él, pese al aspecto monstruoso que ya marca su rostro.

La vida campesina centrada en el trabajo transcurre con relativa calma en la novela, hasta que el marido de Panna tiene un enfrentamiento con el señor del castillo que le cuesta la vida. La familia quiere tomarse la justicia y vengarse del patrón por el asesinato del joven. Aquel huye y, finalmente, es condenado a una pena de seis meses en una cárcel donde disfruta de abundantes privilegios, lo que no satisface a Panna. El cura, aliado de los señores, intenta convencerla de que debe perdonar, ahuyentar cualquier deseo de venganza y aceptar una compensación de Abonyi.

Panna pretende convertirse en acusación y lucha por una justicia superior apelando al Rey. Después de sortear obstáculos, como su analfabetismo, y largas esperas impuestas por la burocracia, solicita una audiencia pública, pues la fuerza de su carácter y su determinación le permiten elevar formalmente la denuncia de los crímenes cometidos por el dueño del castillo. Pero muchos factores intervienen en su contra, como la intervención, que ya he dicho, del cura que hace parte de estructura de poder de los antiguos señores.

Si la naturaleza suele servir en las novelas de escenario a los más bellos sentimientos,  aquí ni inspira ni consuela al mundo campesino al que pertenecen Panna y su padre. La vida de la joven había estado marcada por episodios terribles. A los ya citados, hay que añadir que la ley había ejecutado a su hermano y encadenado durante años al padre. Como ella misma había expiado su falta casándose y cuidando al joven que estuvo a punto de matar, concluye que la justicia es necesaria para el orden del universo. Sin embargo, su dura experiencia de la vida le enseña que esa ley natural no se cumple, en el caso de los poderosos. Panna comprende con dolor que el destino le ha robado impunemente la felicidad, y sólo le deja la opción de la venganza, para luego quitarse la vida, acabando así con su sufrimiento.

Son muchas las novelas en las que las mujeres se suicidan por un desengaño amoroso, pero pocas en las que esto sucede tras comprender que no hay justicia para los pobres, a quienes se les arrebata la felicidad y el consuelo de la justicia. Y esto, no en el otro mundo, como promete el cura, sino en esta vida. Igual que la diosa Némesis, Panna impone con venganza el principio de reciprocidad que sostendría el universo.

 

Consuelo Triviño Anzola en Acento.com.do

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