Un libro es un testimonio desde cualquier otero donde estemos. Si de poesía, surca un rondón, como precioso cofre, donde la intimidad y la realidad logran un tráfago de emoción y de saber. No es el ajeno, sino el íntimo. La atmósfera es sutil e imperceptible como el silencio y la plenitud. Recoge Lisette la experiencia de un tiempo único, donde cambiar, sea en sí, lo que vamos siendo y, a la vez, este tránsito no termina en una estación, sino que es posible en el sentir, aunque imposible de nombrar directamente.
Palabra desnuda, de Lisette Vega de Purcell, nos lleva a pensar en una poesía pura, despojada de toda cualidad superflua, sin embargo, no es así. Desnuda son los reflejos del perímetro de la palabra. Ese límite de la experiencia alude a una plenitud que solo la mansedumbre del otoño otorga. Plenitud y otoño están cargados de la experiencia insustituible del vivir.
Lisette fluye como el agua. La biografía del agua es un quehacer creativo en constante trascendencia. Este desplazamiento no tiene el desborde de las olas contra el arrecife, más bien, el dulce fluir del interior. (Aquellos que han leído la prosa de Lisette han experimentado estas subjetividades.) Las palabras que emergen a la superficie desde el silencio tienen una rara presencia, sobre todo, en un tiempo donde la prisa engulle lo más esencial de nuestro Ser. Obviamente, no será el lector apresurado quien pueda apreciar esta poesía de inusitada belleza. El portal del silencio se ubica en el centro del hombre. El misterio de la vida está en la trascendencia del Amor. Nada es nuestro. El tiempo lo devora todo. Mientras seamos testigos algo nos pertenece en el hemisferio de la Palabra desnuda.