De suerte que Pablo Neruda fue un gran poeta que profesó la poesía ecléctica como arte poética. En efecto, una poesía ecléctica no debía ser, en modo alguno, de la arte poética creacionista, que concebía al poeta como un pequeño dios, donde el poeta no debía cantar a la rosa, sino hacerla florecer en el poema.

Pablo Neruda, en octubre de 1935, en Madrid, nos habla sobre una poesía sin pureza, y nos dice lo siguiente:

“De ello se desprende el contacto del hombre y de la tierra como una lección para el torturado poeta lírico. Las superficies usadas, el gasto que las manos han infligido a las cosas, la atmósfera a menudo trágica y siempre patética de estos objetos, infunden una especie de atracción no despreciable hacia la realidad del mundo.

“La confusa impureza de los seres humanos se percibe en ellos, la agrupación, uso y desuso de los materiales, las huellas del pie y los dedos, la constancia de una atmósfera humana inundando las cosas desde lo interno y lo externo.

“Así sea la poesía que buscamos, gastada como un ácido por los deberes de la mano, penetrada por el sudor y el humo, oliente a orina y a azucena, salpicada por las diversas profesiones que se ejercen dentro y fuera de la ley.

“La sagrada ley del madrigal y los decretos del tacto, -nos termina luego Pablo Neruda,- olfato, gusto, vista, oído, el deseo de justicia, el deseo sexual, el ruido del océano, sin excluir deliberadamente nada, sin aceptar deliberadamente nada, la entrada en la profundidad de las cosas en un acto de arrebatado amor, y el producto poesía manchado de palomas digitales, con huellas de dientes y hielo, rocío tal vez levemente por el sudor y el uso. Hasta alcanzar esa dulce superficie del instrumento tocado sin descanso, esa suavidad durísima de la madera manejada, del orgulloso hierro. La flor, el trigo, el agua tienen también esa consistencia especial, ese recuerdo de un magnífico tacto.

“Y no olvidemos nunca la melancolía, el gastado sentimentalismo, perfectos frutos impuros de maravillosa calidad olvidada, dejados atrás por el frenético libresco: la luz de la luna, el cisne en el anochecer, “corazón mío” son sin duda lo poético elemental e imprescindible. Quien huye del mal gusto cae en el hielo”.

He aquí que Pablo Neruda habla de “el cisne en el anochecer” como ente “poético elemental e imprescindible”; la luz de la luna nos recuerda las leyendas de Bécquer. Así, Pablo Neruda resucita el cisne. Mas aquel principio fundamental de Vicente Huidobro, en el sentido de llamar al poeta: no cantéis la rosa, hacerla florecer en el poema, no es huir del mal gusto, no es caer en el hielo, sino más bien todo lo que encontramos al final de cada poesía escrita por Pablo Neruda, quien convierte en poesía todo lo que toca, los seres vivientes y la materia inorgánica, florecen. No limitarse a cantar la rosa, es un principio con el cual Huidobro aniquiló la teoría del “poema cosa” de Rilke. Como se puede ver, en cierto modo, a pesar de contradecirlo, al no aceptar deliberadamente nada, al no negar deliberadamente nada, en su poética ecléctica, es obvio que Pablo Neruda fue, también, huidobriano, en la misma forma en que fue rubendiariano o becqueriano.

Y es que todo poeta verdadero, a diferencia del filósofo, agoniza después que afirma, como bien enseña Antonio Fernández Spencer, nuestro gran huidobriano; cuando Vicente expresa en su poesía arte poética: el poeta es un pequeño dios, agoniza al final pues se trata de una verdad a priori. Pero cuando Pablo Neruda expresa en su discurso que el poeta no es un pequeño dios, expresa una verdad a posteriori, y constituye una expresión filosófica, donde quien así habla agoniza al principio, no a priori. Yo, como Huidobro, sigo la frase a priori, y agonizo al final, de la misma manera que lo hizo Pablo Neruda en aquella ceremonia ante una calavera de toro muerto mucho ha, sin detenerse a pensar si aquello era o no pertinente, sino que comprendió entonces que se trataba de “una comunicación de desconocido a desconocido”. En conclusión, Pablo Neruda fue un poeta en cierto modo informalista. Fundacional de una nueva visión de la cultura hispanoamericana, donde la revolución comenzó por la palabra, donde era un deber oponerse al esteticismo, para provocar una “revolución interior” pudiera propiciar una “revolución exterior”, antes de que, a falta de aquella, termináramos liquidados por el tsunami de esta última que nos arrastre como una catástrofe de consecuencias apocalípticas impredecibles en el mundo de las abstracciones.

Y es que en Pablo Neruda se operó una profunda “revolución interior”, la cual es la responsable de la grandeza y de la consecución del genio nerudiano, hijo de las grandes multitudes que aún lo sostienen, tal como se demuestra en su poesía titulada El poeta de su obra esencial Canto general, canto VI, 1950, que constituye una sincerísima poética.

El poeta

Antes anduve por la vida, en medio
de un amor doloroso: antes retuve
una pequeña página de cuarzo
clavándome los ojos en la vida.
Compré bondad, estuve en el mercado
de la codicia, respiré las aguas
más sordas de la envidia, la inhumana
hostilidad de máscaras y seres.
Viví un mundo de ciénaga marina
en que la flor, de pronto, la azucena
me devoraba en su temblor de espuma,
y donde puse el pie resbaló mi alma
hacia las dentaduras del abismo.
Así nació mi poesía, apenas
rescatada de ortigas, empuñada
sobre la soledad como un castigo,
o apartó en el jardín de la impudicia
su más secreta flor hasta enterrarla.
Aislado así como el agua sombría
que vive en sus profundos corredores,
corrí de mano en mano, al aislamiento
de cada ser, al odio cotidiano.
Supe que así vivían, escondiendo
la mitad de los seres, como peces
del más extraño mar, y en las fangosas
inmensidades encontré la muerte.
La muerte abriendo puertas y caminos.
La muerte deslizándose en los muros.