Que el profeta Oseas haya, en realidad, contraído matrimonio o no con una mujer que él sabía que era o no una ramera, bien podría resultar, reflexionando sobre el carácter metafórico de las parábolas, en una lección espiritual de la infidelidad de Israel con el Señor, personalizada, alegóricamente, en dicho arúspice, a través de una esposa, o “mujer de fornicaciones”, que le dio la espalda a su fiel marido.  Asimismo, los altibajos en el trato de Dios con sus seguidores quedarían representados, paralelamente, en los vaivenes del divorcio de Oseas con Gomer, y la persistencia de áquel volviéndose a casar con ella.

Lo tratado, bien visto el punto, constituye un ostensible ejemplo de la centralidad de la metáfora como un mecanismo del que depende el entendimiento humano durante el proceso de aprendizaje y aprehensión del mundo. En tal sentido, la  teología metafórica, contexto crucial para el lenguaje religioso, apuntala nuestra propia excepcionalidad más allá de los sentidos. Y ello así, en virtud de que tanto los objetos como los acontecimientos devienen, a diferencia con los animales, en algo más allá de las sensaciones corporales. La manzana cuando cae no solo cae, sino que en su caída, al margen de un significado meramente instintivo, interviene la fuerza de la gravedad como un artilugio abstracto y universal.

Precisamente, como la lengua se interpone entre nosotros y la realidad, el caso Oseas extrae, abstrae, un suceso corpóreo y conocido de la materialidad, un cuerno, para extrapolarlo, mediante un proceso analógico o comparativo, a otro suceso incorpóreo y desconocido, la existencia inmaterial de Jehová y su relación, turbulenta, con un pueblo errante. En otras palabras: la fuerza de la parábola, como dispositivo metafórico, radica en su movimiento desde los objetos o acontecimientos conocidos a los objetos o acontecimientos desconocidos. En este aspecto, ¿aguardaríamos algún tipo de similitud, desde el punto de vista interpretativo, entre la disimilitud de los siguientes objetos?

 

El Mar Caribe

Una prostituta

Una vaca

La nave espacial Mir

Las pulgas

El congreso

Tu nariz

Júpiter

Tus senos

Tus dedos derechos

Este poema.

 

De hecho, en Isaías (46:5) el mismo Dios se preguntaba: “¿A quién me asemejáis, y me igualáis, y me compararais, para que seamos semejantes? Por lo tanto, en la medida que todo, o casi todo el lenguaje bíblico consiste en una entidad metafórica, ¿será la transustanciación un fenómeno igualmente metafórico?

 

Luis Ernesto Mejía en Acento.com.do