Hemos olvidado el amor, la amistad, los sentimientos, el trabajo bien hecho. Lo que se consume, lo que se compra “son solo sedantes morales que tranquilizan tus escrúpulos éticos”. (Zygmunt Bauman, escritor y filósofo polaco)

Había una vez que podías moldear el tiempo a tu gusto. Saboreabas los segundos, uno a uno. Frente al mar, te dabas el lujo de hurgar cada lucecita en las olas y el acero reluciente de sus aguas.  La vida no apuraba nada. Las tardes bastaban para vivir muchas vidas, una detrás de otra.  Cada tarde, una nueva sensación Sin vocación de plagios.

El beso más corto descansaba en nuestros labios sin temores de finitud. Serotonina y luego fluidos.

Clú clú Tómalo despacio, decía mi abuela, la aspirante a astronauta.

Té.

Lo finale

La cosa es que la peste en este nuevo medioevo online se parece al fin del mundo, pero no lo es. En 1970 me asustaron con los finales finales. Ya, se acabó. No vas a llegar a ser adulto. Pero no, seguimos aquí. No se sabe, es lo mejor.

Esta fragilidad de la naturaleza o la sofisticada perversidad de las tecnologías. Como en Homo Sapiens, el homo sapiens inventó el imaginario y las perversidades llegaron solas.

Estas escenas de final de tierra se repiten de siglo en siglo. Nos tocó un virus que no sabes si es de diseño o se escapó de la sopa de un infeliz murciélago. Entonces hace frío en las noches del Caribe, a uno de la por pensar en la madrugada en este futuro que llegó sin darnos cuenta.  Ahora falta que Rusia y Ucrania se caigan a la trompá limpia. Ganas de joder. Y uno aquí trancado, con la espada de Damocles sobre la  cabeza. Un guion perfecto como un diamante.

Atardecer.

 

 

Angus, la Perra  Reina de los Árboles

Topar el cielo cada vez que puedas y rozar las brasas del infierno para no sentirnos infalibles. Ulular de sirenas a las 5 en punto de la tarde. Mañana a las diez llega el boletín de la muerte, de los que se van, de los más cercanos a tu calle, a tu banda sonora. Aquellos que miraste de lejos.

Hoy toca navegar dentro de un vaso gigante de frozen limonada y jengibre para creernos a salvo.

Me acompaño con un trago de Extra Viejo en el sofá donde Angus, la Perra Reina de los Árboles,  sueña que vamos pasear y que nadie todavía le ha quitado el puesto de gran dama canina en el barrio.

Angus, con las ganas de mear árboles y cagar aceras y, claro, auscultar culos ajenos.

Escribo para creerme poeta y no es más que otra manera de evadir la castración permanente. Las dudas, peores que el coronavirus.

Alguien impide que desordene mis miedos y los incinere,  o los lance al fondo del mar.