Pensar y analizar el color
Todas las teorías de los colores y las formas, inducen a múltiples reflexiones dentro de la creación artística. No solo en las artes plásticas, literatura, música, arquitectura, danza; sino, en todas las artes. En los cuadros pictóricos solo hay que aproximarse a sus ventanales y disfrutar de la apacible transfiguración de cada uno de los colores del espectro cromático y de los ausentes en el mismo. En esa misma ventana, ver los vientos borrascosos, las oleadas de pigmentos de lo existente y de los que son productos de las percepciones y las maniobras de nuestro cerebro.
Los colores existen fuera y dentro de las tesis de las percepciones, de las longitudes del efecto producido por la incidencia de los espectros electromagnéticos y el potencial de ondas. También, existen, como se ha entredicho, aparte de la complejidad de las funciones sensoriales y cerebrales, de la teoría de la luz, de lo negro u oscuro, de la física cuántica y más.
El análisis del color permite cuestionar la existencia, reflexionar sobre su identidad y permanencia. En el terreno de la filosofía, hasta Platón presentó sus ideas de los colores como proceso visual que da lugar a la visión cromática. Explica cómo mezclar algunos colores para generar nuevos, (Txapertigi, E. 2008). Estas interpretaciones platónicas sobre el color fueron puestas en juicio en el Timeo: un diálogo escrito en torno al año 360 a.C. y que para algunos carece tanto de interés científico y filosófico, ¿o será que no se alcanza el ideal de Platón sobre los colores como suele pensarse?
Pensar el color es de alto interés epistemológico, lo mismo que las formas. En las artes plásticas, realizar un ejercicio exegético de la obra, no solo implica articular pensamientos y razones sobre el deleite visual del espectador ante la creación artística. No es solo estacionarse en los limbos de la imaginación para sondear la naturaleza y la verdad del objeto o sujeto. Es algo más. Cada detalle en el lienzo es un texto abierto para provocar implosiones y explosiones, semánticas y semióticas de tipo creativo, comparativo e innovador. La sonrisa de la Gioconda ha estremecido a millones de espectadores, la cual la han calificado de indescifrable, enigmática, sugestiva, misteriosa, mítica… La Gioconda, en su totalidad, ha sido catalogada de condesa a vampira, de musa a madre divina del artista. O sea, en una sonrisa o en cada detalle de las cosas, puede esconderse todo lo oculto del Universo.
El artista y su arte
Dicho esto, a lo largo del texto, me referiré a los temas de las formas y los colores con los cuales trabaja el artista plástico dominicano, Ramón Calcaño. Fijaremos la atención en el negro como telón de fondo tendido en sus lienzos. Este pintor ha presentado varias exposiciones de sus obras y ha obtenido múltiples premiaciones, llegando a ser seleccionados sus trabajos en importantes bienales de arte. Es un creador a tiempo completo. Su arte es su pasión y, extensión de su cuerpo y su mente. Solo percibe la completud si tiende sus manos a los trazos y al ejercicio del pincel sobre el lienzo. No tenemos en él a un artista intelectual, donde importen mucho las intrincadas conceptualizaciones, incluso, en su lenguaje verbal se aprecia la inocencia. La catarsis de Calcaño se produce cuando está pintando. Su lenguaje son las formas y los colores. Su intuición revela planos insondables de su rebeldía, expresada en sus vivencias, subido sobre sábanas oscuras, en pleno acto de levitación, en la lobreguez que no permite el acceso a la luz.
La mayoría de las imágenes plasmadas por Calcaño viven más acá de la sombra indescifrable, abierta en el fondo. Llegan al primer plano en el lienzo y a veces existe la sensación de su existencia en el vientre de lo oscuro, unas veces de pie y otras flotando.
Sin ser traicionado por la perspectiva o que las partículas electromagnéticas de mi cerebro me hagan observar otra realidad, distanciada de las emociones proferidas por el autor en sus obras, pienso en la existencia de un antagonismo de luz y sombra. Desde el fondo negro ha habido una reacción contraria por el descubrimiento de la imagen, perpetrado por la luz. Así, lo negro, lo oscuro o la sombra tratan de reafirmarse en búsqueda de su identidad. También lo hacen los colores, agradecidos de existir en luz. En el fondo existen pocas o ningunas degradaciones significativas de lo negro y en las imágenes ninguna duda de ruptura con las sombras.
Lo negro, la sombra y lo oscuro
No es lo mismo lo negro, la sombra y lo oscuro, desde las conceptualizaciones del color, luz, percepción, estética y la filosofía en sentido general. Por eso, la lectura a las obras de Ramón Calcaño soporta miradas plurales a partir del observador, de los fenómenos, ciencias, y ciertos tipos de exegesis. En las obras están expresados lo negro, lo oscuro y las sombras de forma independiente e interpuesta, pero no aparcaremos la atención en las diferencias y semejanzas de sus naturalezas individuales. Esto podría generar análisis filosóficos al cual no aspiramos en el presente artículo. Fijaremos el concepto de lo negro como la ausencia de luz, sin negar la existencia de las cosas.
En primera instancia, el negro se define como la ausencia de color y el blanco como la consumación de todos los colores. Las teorías del color, desde Newton, Goethe, Turner hasta los artistas de hoy, abrieron nuestra comprensión moderna de la luz y percepción de los colores. En el caso de Newton “capturó la imaginación modernista sobre ese tema en el siglo XX”, aunque después Goethe con sus teorías fisiológicas cambió las ideas de cómo vemos el color.
En el círculo cromático no aparecen el negro y el blanco, ni en el arcoíris están presentes sus espectros visibles. No niego tajantemente su inexistencia, por algunas razones que aún no explico. Pero existen pigmentaciones que lo producen.
El color negro, como tal, no existe totalmente puro. Es decir, en las obras objeto de este análisis, tampoco lo encontraremos, son productos de mezclas de pigmentos o sustancias. Por ejemplo, el negro, denominado Ventablack, es la tercera sustancia más oscura, la cual es extraída de nanotubos de carbono. Esta puede absorber el 99.96 % de la luz visible y se procesa sobre una temperatura de 400 °C (757 °F). Fue creado en el Reino Unido en el 2015.
Existen compuestos absorbentes de la luz, en menor porcentaje, dispuestos en el mercado, algunos de ellos utilizados para pinturas en superficies de metal.
Los negros utilizados por Calcaño son profundamente negros, esencialmente oscuros y dan poco espacio para las sombras. No existe una relación en el degradado de plano sobre plano en el lienzo, correspondiente con un tránsito o efecto de la luz. Donde la luz puede llegar, se reflejan los colores, pero inmediatamente hay una ruptura, una caída a lo negro, al vacío, a lo oscuro. Solo las sombras están en las propiedades de las imágenes, después, es viene lo negro, la materia oscura, para ocultarlo todo. Allá en ese espacio se aniquilan las formas, salvo algunos exoplanetas que son visibles. Hace presencia el silencio y el profundo misterio que solo muestran sus buenos ropajes en las imágenes elaboradas por el pintor.
En la profundidad del plano
Sin embargo, en esa profundidad del plano, en esa eternidad oscura, yacen las cosas, las figuras, las formas que en otros cuadros con fondo semejante mostrará el artista. En lo negro, aunque los objetos no emiten ni reflejan ondas electromagnéticas, están allí. Ni siquiera alcanzan la categoría de espectros. Nada, como si no existieran. Pero, repito, están allí, esperando su develación.
De ese fondo negro, viene la creación de Calcaño, allí se criban los sentimientos, hay presencia de todo, solo falta la luz. Pero el artista lo sabe, nos quiere deslumbrar, cuando nos sorprenda como mago con el abracadabra de su pincel.
No es lo mismo pintar sobre un lienzo blanco, donde intrínsecamente están todos los colores. El artista solo debe soplar la lámpara de Aladino de su creación y aflorarán radiantes u opacos. Esto permite realizar actos de proporción de las figuras. Es más difícil venir desde lo negro y, como taumaturgo, sacar por medio de los pinceles los rayos de luz, despertar las entidades de las regiones más inhóspitas que se rebelan en el acto creativo.
En creencias populares, el negro está vinculado con el misterio; pero, al mismo tiempo, con la seriedad, elegancia, nobleza, autonomía, rebeldía y dominancia. En cambio, el blanco es considerado puro, el color de la perfección, la creatividad y la paz.
Entonces, en el imaginario, el arte es visto como fuente de paz y de rebeldía al mismo tiempo. Los artistas prefieren la paz del blanco a la rebeldía del negro para su gran obra. Lo hacen, quizá aquellos, situados en estadios poéticos, próximos a la virtud del equilibrio estético, en la plataforma de lanzamiento de burbujas mágicas o cuasimágicas. Mientras, desde lo negro, lo oscuro, el lanzamiento hacia la magia del arte, sería un acto de rebeldía, tránsito del misterio hacia la luz, de la turbulencia hacia la paz, del acto supremo de superación de la muerte hasta alcanzar los espacios vitales de la emancipación y la eternidad.
Lo antes dicho no es una teoría del arte ni del color; tampoco la construcción de una imagen metafórica del culmen estético, es solo un punto de partida desde la negación, representado por el negro, y la autorrealización, expresado en el color blanco. Si escindimos el doble, fuera de lo mítico, sino desde lo existencial (blanco-negro), encontramos en el arte pictórico la dinámica de las contradicciones, sin tomar en cuenta que lo blanco tiende a lo negro y lo negro tiende a lo blanco. Si se viene de lo negro, si hay una desgarradura del misterio existencial y se sale airoso, lo esperado es el triunfo de la luz y los colores, cosa bien lograda por Ramón Calcaño. En su obra los colores triunfan, irrumpen con una pasmosa identidad. Afloran desde la nulidad rebelde, la protesta, lo negro, hasta la construcción de mapas con posibles idealizaciones de la vida, donde predomine la luz, el amor y la paz. Ese es su mundo, el de una metairrealidad, una subirrealidad.
En Calcaño, los colores rojo, amarillo y azul, en sus amplias formas de la presentación de las imágenes, resultan ser imperativos, decididos y tajantes. No muestran débiles intensidades, ni se esconden tras los planos. Tanto en el primer plano del lienzo como en el segundo o el tercero, lucen desafiantes, por ser (existir), en sus ansias de viaje a la pureza. La luz los enceguece, casi los anula, y salen airosos, transformados.
Algunas veces, parece que en las pinturas, las imágenes están aquí y mucho más allá. Atrás hay algo, que no es cielo, sino materia sideral, cobertor galáctico, misterioso e infinito.
Formas e imágenes
En la propuesta de Ramón Calcaño, los mundos mineral, vegetal y animal desafían la comprensión, no solo por lo vital-humano-surreal, sino por lo vital-vegetal— surreal, y lo mineral. Lo conceptual es propio de paisajes, de su ortogénesis artística y de un pensamiento no estructurado, reflejando complejas preocupaciones existenciales, sin llegar a los estados de angustia, por la existencia de un país poético en sus obras.
Encontramos formas humanas de diferentes tipos —parecidos al Homo sapiens y otros de extraña naturaleza “cuasihumanas”— y plantas coexistiendo en una metairrealidad, con nuevas formas y nuevos lenguajes. Plantas que superaron la prisión y rompieron las cadenas en esos espacios creados por la imaginación del pintor. Son tallos, árboles, pocas hojas, algunos capullos y flores.
Las imágenes de humanos se llevaron a ese mundo todo lo que en su tridimensionalidad les era propio: el amor, los afectos, las luchas, los deseos y su caos. Encontramos en lo negro, otros exoplanetas o quizá una metairrealidad como proyección de un ejercicio fluvial del inconsciente.
Todo artista tiene en sus reservas imaginativas, tesoros creativos; pero esos tesoros no parten de la nada, vienen de la agitación y el flujo de sus habilidades presentes y de sus capacidades intuitivas.
En más de una docena de los cuadros, la luz nace o viene del oeste y se puede calcular que son las cuatro o cinco de la tarde. Es como si el tiempo se hubiera detenido en ese momento. Por eso predominan los amarillos, naranjas y rojos sobre el suelo. El verde funciona como un color que contrasta, localizado sobre estructuras con degradada vocación hacia lo oscuro. Los tallos terminan en ramas estilizadas, con puntas, sin hojas y sin dirección. A veces se entrecruzan en un caos de sentidos y direcciones, de contrariedad y resistencia. Pero lo que más llama la atención es como terminan en forma de punta o garfios afilados con la apariencia de estar a la defensiva en medio del misterio de la materia oscura, infinitamente cósmica, donde habitan exoplanetas como guardianes de la nada y su profundidad espacio-temporal. También, que en la parte media o basal de algunos tallos, estos se abren, dando paso a otros planetas o exoplanetas, como si fueran perlas de su vientre vegetal.
Las torres y los mundos estéticos
También, llama la atención un cuadro en particular: el que figura la destrucción de las Torres gemelas en Manhattan el 11 de septiembre del 2001 por parte de una facción de terroristas de Al-Qaeda. El artista plasma la catástrofe, derrama con sus trazos y colores, el terror en medio del fuego y la herida mortal, a los gigantes del World Trade Center. Sin embargo, convierte en ángeles las víctimas. No van hacia la muerte, los diviniza, quizá como simbolismo religioso, y los hace volar libres, alejados del paisaje dantesco.
Sorprenden en algunas obras del pintor los personajes de inframundos en el vasto imperio de las sombras, de lo oscuro, de lo negro. Son figuras desgarradas, triplicadas en dimensiones confluyentes y en franca descomposición. Seres vivientes impactados por el color y con hábitos comunes, como pasa en el cuadro donde un espectro se comunica por medio de un celular.
Los universos estéticos de Ramón Calcaño representan la idealización de mundos suspendidos en la memoria multidimensional de los sentidos abstractos, en una idealización posapocalítica, que no es producto onírico ni de la realidad. Es resultado de una fuga a la pureza del color y la reformulación de vida para un tránsito. Todas las imágenes están en situación de espera. Los humanos son apacibles, seres y cosas, en rituales idílicos. Pero las plantas son perspicaces, disconformes. Son capaces de horadar el misterio, lo negro, y develar sus entrañas. Su mundo es de mayor pulsión que el de los humanos, simbolizados en las pinturas.
Pero de Ramón Calcaño llama la atención la destreza de sus trazos, la multiplicidad de imágenes y símbolos, los detalles ínfimos y agrandados, la pureza del color como reafirmación de la luz.
Su obra, “Mecanismo perverso para causar sufrimiento”, (Técnica: óleo / lienzo, 200 x 200 Cm.), está dotada de una extraordinaria complejidad en sus engranajes, en la representación de lo caótico de la vida, y el tiempo en que vivimos. Retrata rasgos de la perversidad humana, la destrucción de la vida por medio de las máquinas y las tecnologías de guerras. Es su mejor obra. Para ello ha debido tener paciencia y pulso estético firme.
El artista y su visión
Cada artista tiene su propia versión de sus obras y los motivos que les impulsan a su creación. En Calcaño prevalecen, los tiempos para amar, encarnados en las parejas unidas; la liberación de los prejuicios raciales entre los seres humanos, simbolizado por lo negro y los afectos. Pero ningún arte, con valor estético, flota sin sus voces plurales. Aquí las hay, por eso, las múltiples interpretaciones, independientes de las inspiraciones del autor. En las obras hay un dominio de la estética sobre los mensajes éticos, una predilección por lo negro y luego la luz; una actitud validadora del color. Por eso, en varias obras, lo reitero, la luz solo tiene un foco donde se origina: el oeste, en pleno retiro. No asume otra posición, ilumina porque ilumina, a la hora que ilumina. Las funciones específicas de la luz, en estos casos, son desentrañar los colores, dejando en el telón de fondo al “no color”: el negro. También, provocar un acto taumatúrgico, capaz de permitir la develación de la esencia de los colores hasta alcanzar el éxtasis, los vínculos secretos donde va el alma de la luz.
Difícilmente existan propuestas artísticas perfectas, aunque emanen de grandes maestros. Para mí no existen. Siempre encontraremos influencias de otros creadores. Ramón Calcaño no es la excepción. Enmarcado en algunos rasgos del surrealismo de Salvador Dalí y quizá de Joan Miró, apuesta a la construcción de una especie de surrealismo posterrenal, refinado y sensible. Toma respiraciones estéticas de sus maestros en las artes plásticas. Ellos están representados en los trazos y colores concurrentes.
Sin ninguna duda, dentro de ellos, el excelente pintor Iván Tovar, ha dejado en algunas obras de este artista, escaleras por donde subir a la residencia de lo estético. Lo importante siempre será el distanciamiento de Tovar, la afinación de otras sensibilidades capaces de plasmar diferentes improntas.
Las artes visuales en República Dominicana tienen en las obras de Ramón Calcaño a un artista que debe ser acogido y promovido por su talento.
Domingo 2 de junio de 2024
En Acento: publicación No. 107
Virgilio López Azuán en Acento.com.do