No son pocas las novelas históricas escritas en América, pero raramente se atreven a superar hechos concretos y están muy centrados en una época, por eso deseo destacar Abuelo Macedonio, primera novela del artista plástico y profesor Fabio Rodríguez Amaya, publicada este mismo año en Bogotá por la editorial Tusquets, que irrumpe en el panorama de nuestras letras como una reveladora diatriba contra las falsedades y distorsiones con las que se construyen los relatos fundacionales. Abuelo Macedonio desenmascara a los héroes con sus sueños de gloria, sus desatadas pasiones, su avaricia y convencimientos redentoristas; hijos de libertadores, apellídense Mosquera, Melo, Obando, Caro, Cuervo o Núñez; sean liberales radicales, utópicos, conservadores católicos, o regeneradores traidores. Todos ellos son llevados ante el tribunal de la historia por sus ansias de poder, por el saqueo de nuestros recursos y los abusos cometidos contra la población más vulnerable, los excluidos, indios, negros o mestizos. Despojados de sus territorios, de sus creencias y de la dignidad, en las pesadillas, estos desde la difusa y muda otredad reclaman un lugar, interrogan, exigen, reprochan. Y, aunque limitada argumentalmente en la historia de Colombia, lo esencial de esta novela puede proyectarse sobre los avatares de la construcción de las patrias latinoamericanas.

Muchos años profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad italiana de Bérgamo, Rodríguez Amaya (Bogotá, 1950) ha sedimentado en la distancia unos conocimientos históricos que construyeron académicamente su personalidad pero que, con la madurez, no ha podido sino reconsiderar críticamente, no con la sequedad del erudito, sino con el apasionamiento del escritor. Por ello puede ofrecer un ambicioso relato que cuestiona los discursos hegemónicos colonialistas en un viaje a lo largo de los siglos, desde que el Almirante encalló en las costas de la isla bautizada por él como La Española, donde se instaló con la espada y la cruz. Inevitable recordar obras de largo aliento, como Terra nostra (1975) del mexicano Carlos Fuentes, quien conduce al lector por distintos periodos de la historia en un juego textual donde el mito y la ficción, el Viejo y el Nuevo Mundo se funden para dar cuenta del drama humano, desde Lepanto a Veracruz, en busca de ese espejo donde mirarnos como ciudadanos.

Abuelo Macedonio, primera novela del artista plástico y profesor Fabio Rodríguez Amaya.

Abuelo Macedonio da cuenta de los distintos momentos de la vida del héroe, pasa por su etapa formativa en las célebres instituciones coloniales, como el Colegio Mayor Real de San Bartolomé, hornada de conspiradores; refiere sus batallas, su vida amorosa, sus viajes de ida y vuelta, sus preocupaciones científicas, intelectuales y políticas, sus aficiones, las bellas damas que pasan por su vida, la gastronomía, el ajedrez, una constelación de creencias, preceptos, ideas, conceptos, juicios, prejuicios, consignas.

Así, vislumbramos aquella nebulosa realidad que se esconde tras la palabra “Patria”, y que atormenta a quien alguna vez creyó posible vivir bajo el signo de la libertad. Tras alcanzar la independencia de la Nueva Granada, pesan sobre su conciencia cinco siglos de retórica, de improvisación, de conflictos zanjados a machete, palo y fuego. Esperanza fallida aquella de implantar la más romántica de las constituciones, la gloriosa de Rionegro, que elogiara el maestro Víctor Hugo, hasta que a los pocos años se rompió este sueño de alucinados radicales. Sin embargo, sugiere el autor que, sean afectos o desafectos, todos aquellos bustos visibles en el panteón patrio representan el engaño. Cada estatua ecuestre parece haber conspirado contra un proyecto de nación llamado Colombia, nombre que honra al primer colonizador, aquel que “sin ser invitado” tomó posesión de estas tierras gracias a un borrador de requerimiento, según recuerda abuelo Macedonio con amarga ironía.

Con un lenguaje tenso y sostenido a lo largo de casi seiscientas páginas, la palabra reverbera, interpela, escudriña, rescata de la memoria la expresión más afilada, la más dolorida, fruto del resentimiento por siglos de exclusión. Esta novela es la conciencia del fracaso de la nación, es aquella pedrada que se lanza desde las profundidades del idioma, que se arroja desde las insondables brumas del recuerdo. Es un reclamo contra aquellas mentes que proyectaron sus mitologías en lo que antes, según los indios cuna, pudiera ser Abya Yala y acabaría siendo América.

Abuelo Macedonio figura ser uno más entre aquellos héroes que siguieron al Libertador, Simón Bolívar y que, tras su muerte, ensayaron distintas fórmulas de gobierno en tierras feraces e indómitas. Marcados por la tragedia y apaleados por la nostalgia. Desde la entraña misma de la historia explota este torrente de reclamos cargados de ironía, dolorosos reproches que nos llevan de la tragedia a la comedia, y que constituye una experiencia de lenguaje.

Hay que decir, Rodríguez Amaya rinde homenaje a su maestro, el singular novelista y ensayista argentino Macedonio Fernández, y a obras como No toda es vigilia la de los ojos abiertos a quien dedicó una impactante serie pictórica. Sin duda, comparte con él su acercamiento a la historia a través de los sentidos, para dar cuenta de la totalidad del ser. En sus exploraciones de la conciencia el autor, al igual que Macedonio Fernández, profundiza en ideas como la inexistencia del tiempo y el espacio, bajo el principio de que nada es inaccesible para los seres humanos pero, sobre todo, insiste en la débil frontera que separa la vigilia del ensueño. Este relato, cuestiona así las filosofías hegemónicas idealistas o racionalistas, niega las leyes de causa y efecto, con amarga ironía, pero también con un gran sentido del humor. He aquí una de las claves de esta “novela total”, tal y como fue concebido el género por los más ambiciosos narradores, como el ya mencionado Carlos Fuentes, o Alejo Carpentier, para quienes la construcción del Nuevo Mundo constituyó siempre una de sus mayores preocupaciones estéticas.

Consuelo Triviño Anzola en Acento.com.do

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