Libros son compañía.

Quién de nosotros no evoca de cuando en cuando a aquella profesora o profesor que, aparte de lecturas obligadas por el programa, se ocupó en despertarnos el interés por la lectura, el amor a los libros, y lo lograba porque ella o él leían poesía, novelas, cuentos. Su mérito es alto.

Llevo en mi corazón a personas como esas, pues los libros habrían de enhebrar todos los ciclos de mi vida. La lectura no me dejaría perder pie. De ahí mi interés por la existencia de bibliotecas públicas en barrios y municipios. Crear nuevas o fortalecer las contadas que hay. Formar bibliotecarios, mujeres y hombres que sean, antes que nada, animadores de la lectura.

Hablo de pequeñas y activas bibliotecas, bien abastecidas con criterio de calidad, atentas a los requerimientos de los usuarios, que prestan libros para llevar al hogar, tejen firmes vínculos con los centros de enseñanza y la comunidad, crean lectoras y lectores, ofrecen el espacio idóneo para talleres literarios y círculos de lectura, llevan a cabo programas regulares de actividades; en suma, encarnan el corazón de la vida cultural comunitaria. Y, desde luego, son factor clave en la calidad de la educación, en tanto esta conlleva aprender a leer de verdad, aprender a buscar la verdad, aprender a pensar. Todo municipio, todo barrio, toda escuela ha de ostentar con orgullo su biblioteca.

Lectura es placer

Podría afirmarse, sin exagerar, que el número y calidad de las bibliotecas de un país componen uno de los principales indicadores de su adelanto o atraso.

¿Qué significan las bibliotecas para la humanidad? Carl Sagan, el astrofísico creador de la inolvidable serie Cosmos, en su ensayo titulado La biblioteca de Alejandría, lo resume de la siguiente manera: “Cuando nuestros genes no pudieron almacenar toda la información necesaria para la supervivencia, inventamos lentamente el cerebro. Pero luego llegó el momento, hace quizás unos diez mil años, en que necesitamos saber más de lo que podía contener adecuadamente el cerebro. De esto modo aprendimos a acumular enormes cantidades de información fuera de nuestros cuerpos. Según creemos somos la única especie del planeta que ha inventado una memoria comunal que no está almacenada ni en nuestros genes ni en nuestros cerebros. El almacén de esta memoria se llama biblioteca”.

De su importancia, Ray Bradbury, autor de Fahrenheit 451, escribió en 1993: “No todo está perdido. Todavía estamos a tiempo si hacemos [de la educación] una responsabilidad compartida; si nos aseguramos de que cualquier niño en cualquier país pueda disponer de una biblioteca y aprender casi por ósmosis. Entonces las cifras de drogadictos, bandas callejeras, violaciones y asesinatos se reducirán casi a cero”. Palabras que hoy día ostentan la misma vigencia.

Siempre oiremos decir que hay otras prioridades en el país. O la socorrida frase: “Primero hay que comer para después pensar”. Lo cierto es que estos argumentos denotan ignorancia o una visión en exceso parcial sobre las necesidades de los seres humanos. (Martín Barbero, un comunicador colombiano, ha señalado que, tal como está constituido el mundo en el presente, el “no pensar” puede llevar al “no comer”).

Quiero hacer mías las palabras pronunciadas por Federico García Lorca en 1931, en la inauguración de una biblioteca en su pueblo natal: “Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos”.

Una biblioteca pública es ámbito de conocimiento, de formación, de singulares vivencias. Se aloja en un edificio y contiene principalmente libros, pero no es un edificio ni un montón cualquiera de libros. No es un depósito a merced del polvo y el olvido. Es la encarnación del esfuerzo de innumerables generaciones. Su formidable ofrecimiento para las presentes y futuras generaciones. Síntesis del intelecto, la experiencia y las sensaciones, cristalizada en una forma universal de viveza y amor. ¿Es que acaso no nos sentimos acariciados en lo profundo del alma, reivindicados y conmovidos, cuando leemos una obra con la que nos identificamos, aun si su escritura data de dos mil años?

En la biblioteca pública los ciudadanos ejercen el derecho innegociable al conocimiento, al pensamiento. Es un espacio de verdadero equilibrio, de verdadera democracia, que ofrece sus servicios sin importar la raza, sexo, edad, religión, nacionalidad o condición social de las personas. Está abierto a todas. Convoca, suscita interés, anima la lectura. Inventa formas de atraer. Se actualiza, se renueva con colecciones valiosas. Es viva como viva es la lengua.

 

En República Dominicana se lee poco. Hay unos pocos que leen mucho. Los estudiantes leen poco y mal. Estas cosas se suelen machacar por todos lados. El discurso en torno a esas aseveraciones suele ser tan rotundo como superficial. Hay que ampliar la perspectiva. Ahondar en la historia, en la manera en que nos arropan los cambios. Antes era mejor, se dice, sí, pero para cuántos.  Un punto crítico es el acceso a los libros. Las bibliotecas. ¿Cuántas hay funcionando? ¿Cuántas prestan libros? ¿Cuáles se abastecen de modo regular? ¿Qué ocurrió con los bibliobuses? ¿Por qué las bibliotecas municipales desaparecen o se deterioran entre las polillas y la apatía general? ¿Qué resonancia ha tenido la Ley del Libro y Bibliotecas?

Nos preguntamos: ¿a qué se debe la débil o nula atención a la creación y mantenimiento de bibliotecas públicas y barriales? ¿A las imponentes tecnologías comunicacionales? ¿A la primacía de la imagen? ¿Al libro electrónico? ¿A la afición al teléfono inteligente y a la tableta? No lo creo. Tampoco tengo suficientes respuestas. Lo que sí atisbo con obstinación es un claro oscurecimiento, suerte de vértigo y barullo que aumentan en proporción al cúmulo de informaciones de todo tipo, a resultado de las cuales vivimos una ilusión de saberlo todo, de tener al alcance todo lo por saber. En este contexto, subestimamos nuestros límites y cobra forma la falsa idea de que las bibliotecas digitales y el libro electrónico desplazan las bibliotecas convencionales y el libro físico. Fácil y barato, como el oropel vendido por oro. La realidad es que la facultad de discernimiento se está tornando temblona, fragmentaria. La verdad es que para la mayoría de la población el acceso a las obras literarias sigue siendo pobre. (¿Cuántas familias pueden destinar algo de su presupuesto a la adquisición de libros —con excepción de los obligatorios escolares—?).

Bibliotecas e índices de lectura están relacionados como las ramas de un árbol. Ninguna campaña para promover la lectura se corona con éxito si no se facilita el acceso a los libros, si no hay bibliotecas.

De muchos países América Latina se ha criticado el poseer impresionantes bibliotecas públicas nacionales mientras millares de comunidades están desprovistas de servicios de bibliotecas públicas. Con todo, abundan en algunos lugares fabulosas iniciativas para llevar los libros hasta lugares remotos.

El problema en nuestro país no reside en la apatía de la gente sino en la ausencia de centros bibliotecarios dinámicos, vivos, dotados con el presupuesto necesario, conectados con la comunidad. La multiplicación de tertulias y clubes de lectura —algunos de ellos con un formidable activismo cultural—, integrados principalmente por mujeres, da una pista del interés de la población.

Un propósito de la Dirección del Libro y la Lectura del Ministerio de Cultura es mejorar el panorama sobre lo antes expuesto. En el horizonte, dos objetivos enramados: 1ro. acceso público, gratuito y fácil a los libros, a los conocimientos; 2do. generar encantamiento, interés, atracción por la lectura. Dos objetivos que comparten miles, a lo mejor millones, de dominicanos y que entrañan investigación, labor participativa, concertación intersectorial, ardua labor del Ministerio de Cultura y el Ministerio de Educación. Y, lo más importante, que el pueblo, la ciudadanía, los haga suyos, porque esa es la garantía de éxito.

Confío en los sueños compartidos. Hay mucha gente dispuesta a trabajar. Hay muchas ya trabajando, que me superan en entusiasmo, energía y persistencia. Gente de buena voluntad, amante de la vida, sus misterios y desafíos. Están en todas partes. Gente que propone y construye.

Los frutos son la elocuencia de la tierra. Apuesto al modo cotidiano de la utopía.

La participación constructiva y la consolidación de la democracia dependen de una buena educación y de un acceso libre e ilimitado al conocimiento, el pensamiento, la cultura y la información.

UNESCO Manifiesto 1994