Portada primera edición de Negro eterno

Escribí mi libro Negro Eterno (Editora Taller, Santo Domingo, 1997; accésit del Premio Casa de Teatro 1996) viviendo en Sunset Park y en la secuencia de las estaciones, acaso más marcadas en aquel tiempo, más diferenciadas que en este de megaincendios, inundaciones y sequías, olas de frío y de calor, en la caldera del calentamiento. Faltaba mucho para que Paul Auster popularizara (“volver tendencia” se dice ahora) el barrio de Brooklyn en el que yo vivía desde hacía una década: su novela Sunset Park (2010), la cual cuenta la historia del regreso a Nueva York del veinteañero –como yo entonces– Miles Heller, quien se convierte en okupa (ocupante de casas deshabitadas) en Sunset Park, en plena crisis financiera por la burbuja inmobiliaria de 2008.

En alguna que otra entrevista respondí que considero Negro Eterno mi publicación más entrañable, por razones varias. La primera: lo creo el verdadero salto hacia una voz particular, después de 8 años borroneando inéditos a partir de mi primer atrevimiento (El oscuro semejante, Colección Egro de Poesía, 1989). En sus renglones me vi, y supe que ese de ahí era yo, sin eco, o quizás con poco eco de otros estilos poéticos.

Además de recibir el inestimable espaldarazo de un jurado inobjetable (Jeannette Miller, Soledad Álvarez y José Mármol), implantaba un hito: hasta ese año el de Casa de Teatro había sido un premio único, antes obtenido por Odalís Pérez (Habitácula, 1986), Adrián Javier (El oscuro rito de la luz, 1988), Alexis Gómez Rosa (New York City en tránsito de pie quebrado, 1990), Fernando Cabrera (El árbol, 1992) y José Mármol (Deus ex machina,1994). En la convocatoria de 1996 ocurrió un temible cisma: el premio fue para Alexis Gómez Rosa por Self Service Poems, tras infinitas discusiones para elegir entre este y Negro Eterno. Contra todo pronóstico, el jurado decidió otorgarme un accésit, no consignado en las Bases. Y aunque aquello daría paso a un cambio estructural (en lo adelante se siguieron otorgando), también fue origen de un engorroso rifirrafe: Alexis lo consideró una maniobra que tendería a reducir la brillantez del galardón, ganado por él en buena lid, y se fue en tromba de contrariedades, en bumerán de incordios.

José Mármol, editor de los volúmenes premiados, hubo de hacer malabares por convencer a los auspiciadores (Industrias de Tabaco León Jimenes) de que era necesario costear ambas ediciones. Yo, por mi parte, aprendí con ese libro y su casi premio (proviene del latín accessit, que significa “se acercó”) que el éxito, real o no, es un trago muy ríspido de hiel. Aunque el premio principal me fue otorgado: la impresión del poemario y el reconocimiento a su valor. He agradecido a mi amigo Mármol varias veces aquel gesto, y aquí lo vuelvo a hacer: he aquí que él continuaba ligado a mi escritura, puesto que fue editor de mi primer libro también.

Negro Eterno generó reseñas y comentarios múltiples: Plinio Chahín, Fernando Cabrera, José Alejandro Peña (dominicanos), el uruguayo Víctor Sosa, el peruano Enrique Verástegui, el argentino Omar Chauvié… Y aunque luego vinieron tomos que reclaman mis lectores –Pseudolibro (Premio de Poesía UCE 2006, 2008) por su complejidad; Música ósea (Cascahuesos, Arequipa, 2014) como el más conocido en toda Latinoamérica; Delirium semen (Aldus, México, 2010) como un libro parteaguas–, yo me quedo en el momento sentimental de Negro Eterno, en lo que significó para aquel joven de 31, que respiraba libros y acumulaba insomnios en las infinitas noches asmáticas de invierno.

Hay anécdotas graciosas en torno a él. Por ejemplo –me lo contaron en Buenos Aires–, el empeño que puso el poeta argentino Washington Cucurto (Santiago Vega, de sobrenombre El Negro) por conocer mi libro, pues tal vez aludiría a los avatares de quienes somos de piel oscura, como él y yo. Nada que ver. Y otra más: hace muy poco fui contactado por una joven estudiante que, en el Departamento de Estudios Hispánicos de una universidad norteamericana, se propone realizar su tesis doctoral sobre poetas “afrohispanos”. Ya que escribí Negro Eterno, bien cabría imaginarme escritor afrodominicano, identificarme como poeta afrocaribeño, y tal. Lo cierto es que, a pesar de tener claros mis dos veneros (la trágica experiencia de las diásporas negras y la cultura hispánica), mi poesía corta por aristas y tangentes que no se hunden en este nuevo campo de estudios ni en el concepto de lo decolonial. Conscientemente, al menos.

Pero esta historia viene a cuento por otra melodía, que no anecdótica. Escribí cada poema tomando versos de canciones que ambientaran un entorno pasional, sentimental o erótico en el que mi hablante lírico se cortase las venas con papel y se desangrase en tinta, se ahogase en mares de mal de amor y “amargue”. Consistía en mi propio hit parade, era mi cancionero personal, de naturaleza mixta porque soy parte de una generación doblemente transitoria: del bolero a la balada, de lo análogo a lo digital. El poemario está subtitulado así: “historia inverosímil del bolero y la balada”, lo que debería bastar (según creía yo) para explicar mi tentativa de escritura bajo ese raro título. No ha sido el caso: pasados ya 26 años de su publicación, he tenido que aclarar frecuentemente –sobre todo ante lectores extranjeros– por qué se llama así. Ahora voy a colocarlo por escrito. Y esta enésima vez es la vencida.

Sucede que el “Negro eterno” era la marca de un tinte barato para el cabello, popularísimo durante mi infancia en los 60, y hasta entrados los 70. Sucede también que los históricamente tristísimos (pero inventivos) suicidas por amor, descubrieron que aquel producto para teñir el pelo era además un potentísimo veneno. Recuerdo bien noticias reales y comentarios domésticos de hombres y mujeres que, despechados por desgarrados desamores, ingerían una cápsula de Negro eterno mientras ponían en la victrola –palabra más hermosa que “tocadiscos”– cualquier long play (LP) del baladista de turno o de boleros rancios: 12 canciones, un millón de recuerdos, y como sombra vagarás. Así, a 33 revoluciones por minuto de un vinilo, la pócima les iba matando la pena y saturando las arterias, mientras Gatica, Valadés o Manzanero les susurraban que, por una pasión y un cuerpo, vale la pena morir.

Por eso titulé mi libro así, Negro Eterno; por nada más. Libro que ahora, en internet, es la primera o segunda acepción de un término (ver el acápite dominicano del diccionario Jergozo, “el diccionario más completo de Jergas Hispanas”, o el sitio web del Diccionario Libre).

(En memoria de mi tía-abuela Ydalia, usuaria eterna de Negro eterno)

Índice de Negro Eterno

 

El sabor de un cigarrillo en la tarde que moría

Los anhelos que no han sido y el vestido de percal

Cuando se cure bien mi herida

Una tarde me fui hacia extraña nación

Cara tan bonita la de mi tormento

Ahora ya camina lerdo

Unforgettable: that’s what you are

Conversación en tiempo de bolero

Mientras fumo mi vida no consumo

Para quitarme del pecho esto que me va oprimiendo

Cómo gasto papeles recordándote

Imagino que te has ido para ver la reacción

Es la última farra de mi vida

No llames corazón lo que tú tienes

Fuiste mía un verano

Porque yo seguiré siendo el cautivo

Virgen de medianoche, cubre tu desnudez

No es necesario que, cuando tú pases, me digas adiós

Como un lobo en celo desde mi hogar

Porque sé que de este golpe ya no voy a levantarme

Volaron las palomas del milagro

Cómo si tu risa ya no se oye en el jardín

Parece que fue ayer

Put your head on my shoulder

Que le dio luz a mi vida, apagándola después

En cofre de vulgar hipocresía

Estoy ligado a ti más fuerte que la hiedra

You’re my only fascination

Cuando enredabas mi cabello con cariño

Con traje de can-can posabas para mí

Y al mar, espejo de mi corazón

Comprenda de una vez: usted me desespera

Luna: dime tú si ella me quiere

Lonely table just for one

Misty watercolor memories

Por eso envidio al mar, que tiene agua

Mala, por dios que tú eres mala

Llévame, si quieres, hasta el fondo del dolor

Dos corales hermanos

Se rompió en un abrazo que me diera la verdad

Como sombra vagarás

Yo siempre te pregunto que cuándo, cómo y dónde

It’s up to you, New York, New York

Esta tarde vi llover

Porque tu barca tiene que partir

Regálame esta noche, retrásame la muerte

Hoy tengo ante mis ojos una foto donde estás

Es la cosa más triste de este mundo

Aún puedo ver el tren partir

La tarde está llorando y es por ti

Qué dilema tan grande se presenta en mi vida

Ese bolero es mío

Llevarás sabor a mí

Su doctrina fue mi herencia

Please: release me, let me go

Que padezcas lentamente, poco a poco y con dolor

Qué dulce encanto tienen tus recuerdos, Merceditas

Pregúntale al manzano si yo te quise

Amor de pobre, solamente, puedo darte

Esa cosa que se llama casa

There will be an answer, let it be

Si yo te quiero, si tú me quieres, ¿cómo de que no?

En vez de maldecirla yo la amo

Esa mirada extraña que me turbaba

Qué me importa haber sufrido, si ya tengo lo más bello

Es verdad que tu nombre no lo digo desde niño

Tu nombre me sabe a yerba

Con mi corazón en bandolera

Noche de ronda: qué triste pasa

Se aleja y nos deja llorando quimeras

Cierra los ojos y juntitos recordemos

El diluvio puede volver

Postrado en mi lecho abyecto

Aunque me cueste la vida

Más que las novias que tuvo Gardel