Esa escasísima cercanía con la que nos manejamos los dominicanos, a flor de piel, la mayoría de las veces más allá de lo que la respiración alcanza, es una de nuestras facturas identitarias.

Nos acercamos tanto al otro que con frecuencia dificultamos hasta el más mínimo aliento.

Voy a eso que trasciende nuestros hábitos de entendernos y apunto lo que sonaría como renuncia o derrota: la capacidad de oír al otro, de dialogar, de entender que puede haber bondad y deseos de ser y hacer cosas mejores.

¿Somos capaces los dominicanos de transformarnos?
Diría que muy poco. Diría que muy escasamente. Y lo digo a partir de una práctica de toda mi vida tratando de expresarme, remarcando siempre que diré cosas relativas, temporales, pero al final, cosas mías, con todo y el peso posible de mis errores.

He tenido la extrañísima voluntad de no dejarme atosigar con las palabras. A mí la indignación me causa insomnio. No muy lejos, también voy con problemas respiratorios. Hace tiempo que estoy tratando de hacer el ejercicio de dejar pasar, de concentrarme en los grandes temas, y dejar esa vocación de "conciencia" o "consejero" o "crítico", porque al final sé que andaré con la soga al cuello.

Sé que en algún caso El Super se cansará de recordarme que tengo que dejar eso y que "nothing is nothing".

En nuestro país hay un ejército de infelices profesionales que se mantienen en la palestra por su capacidad de soplarle las velitas al candidato político. En nuestro país quien no se arrime a partido alguno, fracasa. Ese es mi caso.

En una época mi insistencia en los pantalones cortos y en no peinarme transmitían la sensación de personaje caótico, díscolo, medalaganario, informal, y por lo general, me regodeaba en el sarcasmo, cultivando la ironía como Aureliano Buendía sus pececitos. No era que tuviese un uniforme, pero me cansaba muy pronto de los papeles de "triunfo" que debía representar, como buen intelectual dominicano. Y si a eso le agrego mi condición de peatón eterno, con pánico ante mis propias imágenes en la prensa -siempre salgo asustado-, entonces mejor no invitarme a su cena. ¿Verdad, mi querida….?

Hay funcionarios con deseos de hacer buenas cosas, que han demostrado capacidades y voluntad para ello. Hay dos en especial con nombres shakespeareano, que no los nombro para no calentarlos ante el resto.

Un día me puse un poco más serio y presenté las "Obras completas" de Pedro Henríquez Ureña. A partir de entonces me comenzaron a tomar en serio. También, mis antiguos "despotricadores" formalizaron sus frentes de guerra, tratando de ignorarme, creando una montaña de chismes que al final acabaron aburriéndome. En Santo Domingo y fuera del país uno siempre se entera de cosas, de cosas al final… simpatiquísimas. Mi participación en el jurado de los premios Pedro Henríquez Ureña atizó todo ese bloque de magros cuestionadores de mi trabajo. Los francotiradores estaban dentro del mismo Ministerio de Cultura, haciéndome la vida imposible, apostando al fracaso, y casi lográndolo o al menos tratando eso. Por suerte que conté con un ángel: el doctor Luis O. Brea Franco, que en paz descanse. También estaban los "pedristas" tradicionales, aquellos que se consideraban como dueños de la marca y que me vieron como un intruso.

La cuestión es que en Santo Domingo todavía NADIE ha citado aquella edición de las obras de Henríquez Ureña, a pesar de que las mismas cumplieron ya un decenio de edición. El único que ha escrito a mi favor ha sido el antiguo ministro José Rafael Lantigua, a quien siempre le agradeceré el apoyo. Pero ese, naturalmente, no es mi problema. ¡Que lean a PHU cuando puedan! Tampoco tengo urgencia en eso.
He descubierto que la fórmula de tanta adversidad se debe a dos actitudes mías: trabajar todos los días, ser productivo, creativo y abierto, a mirar de frente y decir lo que pienso, gestos muy poco usuales entre nosotros.

No me considero dentro de apostolado alguno, sino motivado por un deseo extraño: compartir, devolver lo que recibo, entenderme dentro de una comunidad de gente muy simple que entiende la creatividad como una extensión de la amistad. Así se ha ido levantando una sábana de seres aladínicos, amigos y amigas que han llegado al mismo centro del alma y que siempre, pero siempre están ahí. Dentro de ese grupo menciono solo a los que contra viento y marea siempre me acompañan en la Fiesta del Libro: Maurice Sánchez, Jaime Guerra, Oscar Chabebe y Diego Infante.
Fuera de ese círculo local, también se han ido creando anillos luminosos, en Milán, Nueva York, la Pampa, Zürich.

Creo en la importancia de celebrar la creatividad, de apoyarla.

A Wady Jaquez lo tengo en grandísima estima: por sus encantos como persona, la fuerza de su hacer dramatúrgico, y porque no se merece más que cariño y apoyo. Pero otra cosa es que el Estado se encargue de ese embarque que será una ópera como "Mariposas de acero", con toda su carga, mientras el mismo Estado, o léase, el Ministerio de Educación, no dispone ni de una página web donde ofrecer una consistente biblioteca digital para sus estudiantes. ¿Es que el Estado (léase M.de.E.) quiere ponerse el moño muy alto? Seguramente. ¿Es que los funcionarios del Ministerio de Cultura no pueden lograr más dignidad dentro del aparato estatal, reclamando mayores asignaciones, distribuyendo a sus vez las mismas en un sentido correcto? Las porquerías que hasta ahora han sistematizado los incumbentes de ese ministerio deja poco que desear.

Hay funcionarios con deseos de hacer buenas cosas, que han demostrado capacidades y voluntad para ello. Hay dos en especial con nombres shakespeareano, que no los nombro para no calentarlos ante el resto. También hay una corriente ministerial y vice-ministerial más que soberbia, que está ahí por favoritismos regionales y que al final hará quedar mal al mismísimo Gobierno de Luis Abinader, porque, señoras y señores, Cultura es el ministerio de menos respeto dentro de la comunidad cultural dominicana.

¿Cómo es posible que se haya abandonado el Museo del Hombre, el Museo de Historia y Geografía, y que a nadie le haya dolido la desaparición de la librería y que el mismísimo libro sea el patico feo dentro del Ministerio? ¿Hasta cuándo el libro seguirá muriendo en Santo Domingo y en el mismo país? ¿A cuántos funcionarios de Cultura has visto comprando algún libro en Librería Cuesta?

Y sí, como diría el filósofo boricua Ismael Miranda con el otro Willie Colón al fondo, "no me digan que es muy tarde ya".

Tengo la soga tan apegada al cuello que ya parece un cuello de camisa.
Y dentro de esta esquizofrenia colectiva en la que vivimos, como si estuviese en una "sopa de ganso", con hermanos Marx y todo, solo gritaría: "¡fueeeego!"