La escritora surcoreana Han Kang ha ganado el máximo galardón de las letras universales correspondiente al año 2024 y, como es costumbre cada año después del veredicto, la comidilla del momento en los ambientes culturales y artísticos es hablar durante tres o cuatro semanas sobre el ganador de tan prestigioso y controversial premio. Como no conozco la obra de la autora ni sé absolutamente nada sobre ella, no puedo comentarla y, por ende, en su lugar he optado por hablar de Franz Kafka y su relación con el connotado premio (autor al que sí he leído y del cual puedo argumentar un poco).
En los últimos tiempos, con frecuencia he escuchado y leído que la Academia Sueca erró y cometió una injusticia al no galardonar con el Premio Nobel de Literatura a escritores como Tolstói, Proust, Joyce, Kafka o Borges. Sin duda merecían el galardón y, en consecuencia, fue injusto dejarlos fuera del premio. La excepción la constituye Franz Kafka, pues, a mi entender, la Academia Sueca ni erró ni cometió injusticia dejándolo sin el premio. Al contrario: sería una blasfemia y una calumnia acusar a la Academia Sueca de injusta por esa omisión, puesto que lo realmente injusto y erróneo es el decir que ésta se equivocó en no galardonarlo.
No puedo decir lo mismo de Tolstói porque, por ejemplo, era el escritor vivo más influyente y universal cuando se habilitó el premio en 1901 y lo fue hasta que murió en 1910. Se ha dicho que Proust —aunque para entonces su obra cumbre estaba inconclusa— fue candidato en 1920 y 1921 con los dos primeros volúmenes de los siete de En busca del tiempo perdido. Joyce, que murió en 1941, era casi mundialmente conocido desde la publicación de Ulises en 1922. Borges, que murió en la vejez, sonó varias veces como candidato al premio. Es decir, estos autores no estaban ignorados por el comité evaluador de la ilustre institución.
El caso de Kafka no es igual al de los autores anteriormente mencionados. Es cierto que publicó libros como, por ejemplo, Contemplación, La trasformación y Un artista del hambre, los cuales son de una calidad literaria fuera de lo ordinario, sobre todo esa obra maestra absoluta que es La transformación, más conocida en español como La metamorfosis. Publicó además algunos relatos sueltos en periódicos y revistas; mas vivió en el anonimato y, como tal, esos escritos eran conocidos únicamente por un reducido grupo de lectores. Alcanzó celebridad después de muerto y la mayor parte de su obra fue publicada de forma póstuma. Las traducciones también vinieron después de su muerte (la primera fue al español en 1925). La Academia Sueca no tenía, pues, conocimiento de la existencia de Kafka y, por lo tanto, insisto en que no cometió error ni injusticia al no otorgarle el Premio Nobel de Literatura. Era lógico y completamente natural que no premiaran a un escritor que para ellos no existía.
Sea como fuere, importa poco que Kafka no recibiera el Premio Nobel de Literatura, puesto que es un escritor cuya obra posee una calidad artística incuestionable y que, hoy por hoy, está por encima de los grandes premios y los grandes galardones. Además, la calidad artística de una obra literaria no puede ser evaluada o juzgada en virtud de galardones y premios literarios; que una obra gane un buen concurso literario o que un escritor sea galardonado con un gran premio, no tiene, por lo general, nada de malsano, pero, en sentido estricto, ello no garantiza el valor artístico de la obra ni la consagración del autor; ganar un premio u obtener un galardón es sólo la elección de los gustos de unos pocos jurados. El arte —el verdadero arte— va más allá de estas concesiones, las cuales, después de todo, son indispensables para festejar, engrandecer, motivar y enriquecer la cultura; pero, por supuesto, nunca para medir la grandiosidad artística de un autor o de una obra literaria.