(El limbo y otros poemas: saltos en el discurso)

Hasta aquí el poeta ha proclamado el renacimiento del ser y con “Alétheia” nos lo muestra, ya no está escondido, ya es ser de luz, es verdad; nada ni nadie lo supera porque es el fin de la penumbra: “Toda penumbra se agota / Nada supera a la luz” (pág. 137). El poema siguiente es el “Último limbo” y presenta un salto hacia atrás en el discurso aducido anteriormente. Después de la plenitud, el ser cae en el “limbo”, el cual es explicado por el catolicismo como un estado o lugar temporal donde están las almas de personas creyentes en el cristianismo, de aquellas personas muertas antes de la resurrección de Jesús. No imagino cuales motivos condujeron al autor a dar este salto. Reflexiono: quizá el ser hecho luz domina todos los estadios o lugares temporales e intemporales. Este puede saltar del limbo al infierno, del purgatorio al paraíso, cosa que no lo hubiera podido hacer antes de la autorrealización. Ascender al paraíso debiera hacerse de forma gradual, quizá como lo explican los metafísicos o la simbología de Dante de Alighieri en la Divina Comedia.

Pero, ¿qué es el limbo? Y ¿Por qué el último limbo? El poeta ya había proclamado: “Resucitar, más que levantarse es perderse” (pág. 134) y en el primer verso de “Último limbo” dice: “Me levanté desenredando la madrugada sin encontrarme…” (pág. 141). Obviamente no se trata de una resurrección, porque para resucitar hay que perderse, sin dejar rastro ni en los confines de la memoria. Ahora se está en un lugar tántrico, era un lugar solitario, “donde habita el olvido”. Su nombre era el mantra para conocer su identidad, a pesar de sus invocaciones no pudo encontrarse, nadie lo conocía: “Pregunté por mí, más nadie me conocía / ni siquiera yo mismo me conocía. / Era muy grande el olvido” (pág. 140). Y aquí me detengo para volver atrás.

Ser olvidado era una condición para la resurrección según el poeta. Retomo el verso: “No se resucita sin antes ser profundamente olvidado / sin haberse perdido en el laberinto de la memoria…” (pág. 134). Donde se produce el olvido, es en el limbo, al borde del infierno, desde allí se salta al infierno mismo o asciende a la verdad como simbología del paraíso, según lo plantea el poeta. Precisamente, el poema siguiente está intitulado como: “Ascensión a la verdad”. No encontramos en ese poema la ruta de esa ascensión, como hemos referido, solo afirma que en algún momento esa verdad será contada. Tampoco se concluye por qué el autor ha intitulado el poema como “Último Limbo”, en el libro no aparece el estado de limbo más de una vez, no menciona otros limbos.

Los poemas siguientes como “Carta a los ególatras”, “Volver” y “Misterio”, se salen de la estructura matricial seguida por el autor. En un bloque cada poema parece ser la continuación del anterior, llenando las preguntas ontológicas, filosóficas y estéticas de los lectores. Al menos los tres poemas nombrados anteriormente hacen referencia al tema en cuestión desarrollado por el poeta a lo largo de la obra, pero no en orden. Por ejemplo “Volver”, como es el caso del retorno al origen, pero aquí el morir del todo no es necesario para resucitar, con apenas un poco es suficiente. Mientras que en el poema “Misterio” nos encontramos con la representación del tránsito por los infiernos: “He cruzado el último pantano, / saltando como mago sobre cabezas de fieras” (pág. 144) o “Me hice al camino de las flores para pronto descubrirme ahogado en laberintos, / huérfano de cielos” (pág. 144). ¡Claro está, el ser no fue al cielo, al paraíso! Y el poeta afirma que está en ese lugar después de haber sido sentenciado en el juicio divino: “Solo me quedaba la sombra / el celaje del último juicio” (pág. 144). O sea, el juicio final.

Para salir del infierno debió pasar por un arrebato. Se apareció Ella, (la amada) su Isis, su guía espiritual, Dios, o cualquier ente. Lo miró hasta salvarlo y le ordenó ¡levántate y bésame! Aquí les muestro: “Me miraste hasta salvarme, / y en un solo acto me arrebataste al polvo. / Lo supe cuando tomé tus manos, / mientras silenciosa me ordenabas: levántate y bésame” (pág. 145).

Retomaremos esta frase de los versos anteriores: “me arrebataste al polvo”. Supone que el ser vino del polvo, cuando ya pensábamos que el mismo ser habría peregrinado, habría adquirido el lenguaje y no volvería jamás al polvo. Este poema da un giro a la temática, cambiando argumentos. Por otro lado, en el último verso de la estrofa anteriormente presentada dice: “… mientras silenciosa me ordenabas: / levántate y bésame”, aparecen estas dos palabras: “levántate” y “bésame”, las cuales valdría bien la pena analizar. Observemos: El poeta había afirmado anteriormente que “Resucitar, más que levantarse es perderse” (pág. 134). Quien salva al ser del infierno es, reiteramos, Ella (la amada), su Isis, su guía espiritual, Dios, o cualquier ente. Es como una resurrección, un nacimiento, o un arrebato al polvo. El poeta se aleja de su propuesta anterior, de “perderse”, ahora asume la resurrección o la salvación del infierno a la manera de la practicada por Jesucristo: “¡Levántate! ¡Ven, fuera!”.

La fiesta del ser y la liberación

Después de salvado, el ser se levante y anda: viene la fiesta de consagración. El poeta lo presenta en “Ágape” y lo hace de fabulosa manera. Es recibido por un anacoreta: “Si nos arrimamos alguna vez a una puerta que nos quiera / seremos abrazados; algún anacoreta nos hará pasar de prisa / y nos servirá agua fresca” (pág. 146). Ese es el maestro interior, explicado por algunos metafísicos. Es el anacoreta contemplativo. Ya consagrado el ser tendrá dominio sobre los elementos, sobre las cosas: “Caminaremos sin temor a ser diezmados por fieras y forajidos…” (pág. 146). Es el tiempo de la libertad, reconociendo la felicidad que yace en su interior: “Vamos libres. / Somos templos que se mueven / convencidos de que lo mejor de la vida lo llevamos dentro” (pág. 147).

Después del poema “Ágape” le sigue “Edén”. Observemos: ya consagrado y libre el ser asiste al Edén, pero no a ese Edén primigenio relatado en el texto bíblico, es el Edén conquistado después de la ascensión del ser. Aquí no aparece el simbolismo de Adán y Eva. Aquí se habla de la presencia de un maestro, para traspasar esa experiencia a otros: “Peregrinarán a nuestra casa los amantes, / vendrán a buscar manuales que les hable de exorcismos para vencer los fantasmas, / para burlar miedos, laberintos, o simplemente para conocer la ruta del paraíso encontrado” (pág. 148).

El ser ha alcanzado la liberación. Y sin perder el rumbo, el poeta nos presenta después del poema “Edén”, el titulado “Sin equipaje”, donde el ser hace su presentación formal, viene “desnudo como adularia, flotando en una alfombra de sal” (pág. 149).  Es más, ahora viene a negar al paraíso edénico: “Jamás moré en paraíso alguno; / no he tenido tiempo para asociarme al árbol errado, / ni a serpientes edénicas” (pág. 149). Me parece que es un ser rebelado: “Mi ser no recibe aliento de carne / no es un expulso del pecado que maquinara la libido” (pág. 149). Es un mago, es un dios creador. ¿Un practicante de la magia blanca? ¿El ser se ha convertido en Dios?: “Vengo a entregarte mi último acto de magia: / un pájaro que se desviste para darte sus alas. / Vengo a encontrarte más allá de la fronda vital / a abrazarse hasta volvernos muchedumbre” (pág. 149).

Ante lo dicho, algunos podrían enjuiciar al poeta. Vicente Huidobro lo sentenció: “el poeta es un pequeño dios”.  Esta sentencia, en su sentido más próximo, no la comparto ni como metáfora. Pero el poeta suele ser taumaturgo, valerse del arte para asistir a los ritos ancestrales de la magia por medio del lenguaje. Pero, ¿Cómo juzgar al poeta, al ser que busca sus formas de expresión? Y aunque haya una línea muy delgada entre el poeta y el autor, sería más riesgoso enjuiciar al autor desde cualquier dimensión, filosófica, teosófica o religiosa. Sin dudas, estamos ante una magnífica producción literaria, donde la palabra se transmuta en arte y rezuma la vida por medio de un poeta cosmogónico.

En su tránsito el poeta no solo nos describe al ser vital, sino que pasa por el Apearon, el infierno, el purgatorio y el paraíso, hasta convertirse en un ser de luz en un ciclo recursivo, y lo presenta como algo posible para la autorrealización de los otros. El símbolo de la maestra Lourdes, de la Dolores (quien puede ser su madre o maestra), Iría, Daniel, Dalia, Gabriela y Jimena; esta última le dio la facultad de volar, le provocó el despegue iniciático: “Hasta entonces a mi corazón no le habían salido alas / no le había dado por volar al infinito” (pág. 78) es un “…regalo que llega cada mil años” (pág. 78). Cada uno de los maestros o guías encarnados en los nombres presentados anteriormente cumplieron con su función. Estuvieron en el momento indicado, todos fueron parte de un engranaje donde no podrían ser sustituible, no podrían ser otros.

El autor es escritor y educador.
Domingo 18 de septiembre de 2022

Virgilio López Azuán en Acento.com.do