(El recorrido)
Siempre he pensado que un buen arte literario está vinculado con un viaje, con un tránsito; con una especie de espacio-tiempo que nos prolonga, nos dispersa y luego nos reintegra. Por eso, no es de dudar que grandes novelas son narraciones de viajes, de travesías; principalmente las de aventuras. Porque no hay un retrato más bien hecho para definir la vida que el de una aventura. Aunque no es único este concepto le doy cierto crédito. Así es que cuando leo poesía pienso en el tránsito, en el viaje que realiza el poeta para consumar su expresión. Así lo hice con el libro No es un soplo la vida de Daniel Beltré. Pensé, ¿a dónde me conducirá la lectura de este poeta?, ¿cuáles regiones ignotas del arte y de la vida me presenta en su peregrinaje? Como había mencionado anteriormente, el libro inicia con el poema “La vida”. Al leer el título puse en alto mis antenas y declaré: “este poeta me pondrá a viajar por la vida misma”. El segundo poema es “Génesis” y no tuve reparo en decir: “Ese poemario iniciará su viaje desde el principio”.
¡Claro! Confieso que hasta ese momento solo estaba jugando con los títulos, que era una interesante coincidencia, lo de la vida, y lo del Génesis con el principio. Pero el tercer poema se titula “Peregrinaje del ser”. Entonces, no me quedó remedio que tomar las cosas en serio: primero, un viaje por la vida; segundo, lo haremos por el principio de las cosas; y tercero, nos introduciremos a una dimensión ontológica de la vida o del poeta que es el tratamiento del ser. Cuando leí el título del cuarto poema pensé que se perdió la magia y la linealidad temática-temporal. En realidad no era así como luego veremos: “Si vienes a mi corazón pregunta por la dolores”. Pensé en una mujer llamada Dolores, pero desistí por la ortografía. La palabra dolores estaba escrito con minúscula, por lo que no debía ser el nombre de una mujer. También confundí la palabra con la citada en la ópera La Dolores de Tomás Bretón, la cual rescata la copla popular: “Si vas a Calatayud, / pregunta por la Dolores, / que es una chica muy guapa, / y amiga de hacer favores”.
Del poema citado me llamaron la atención los tres primeros versos. Al terminar el libro expresé que esos eran los versos más hermosos de toda la obra: “Fue en sus ojos que conocí el infinito / el último refugio de las luciérnagas / el alba acurrucada como proyecto de mariposa” (pág. 25). Indiscutiblemente, mis pensamientos volaron a una mujer, aunque bien puede ser solo un simbolismo maternal. Entonces asocié los cuatro poemas con: la vida, la génesis, el peregrinaje del ser y la mujer. Concluí: ella simbolizaba a Eva y el poeta a Adán. Estaba reflexionando sobre un paralelismo de personajes, tratando de buscar aquella bondad que habría en el camino, como se pregunta el poeta en el poema “Peregrinaje del ser”, “¿Qué bondad habrá en el camino?”. En ese poema está el descubrimiento del amor, la comunión de los seres: “Son sus ojos mis ojos / son sus ojos la vida” (pág. 25).
El quinto poema, “Veneración”, encaja perfectamente en la línea del pensamiento temático que analizamos. Después de descubrir a la mujer y establecer la relación de amor pasa el poeta a un estado de veneración. Se puede diagramar así: vida-génesis-el ser-amor-veneración. Existe un hilo conductor temático entre estos poemas donde el poeta viaja sobre una línea cuasi paralela al relato bíblico. No puedo afirmar que Daniel Beltré lo hiciera conscientemente; si lo hizo así, solo hay que pensar que estamos frente a un poeta que ha madurado por mucho tiempo el oficio de pensar para mostrar esta analogía. Si no fue así pues demuestra que posee esa garra natural de poner en orden su cosmos poético, a menos en estos poemas, porque como veremos más adelante, existen saltos sin altas consecuencias para ser ponderados en la matriz del análisis temático, cosa esta que en nada afecta su discurso.
A continuación del poema “Veneración” está “Jardincito” (pág. 28). Observen bien, sigue la línea de pensamiento coherente, el jardincito podría simbolizar el jardín del Edén. Después de Vida-Génesis-El ser-Amor-Veneración, sería “Jardincito”. En ese orden, se hizo la vida, se dio el principio de las cosas, se reconoció la primera pareja: Adán y Eva. Siguió la consumación del amor o del pecado al comer del fruto prohibido y luego la veneración entre esos seres. Lo más lógico era que apareciera el lugar donde se desarrollara el drama: el “Jardincito”. Por analogía ese sería el Jardín del Edén.
Desde el primer verso el poeta nos habla del destierro de ese jardín: “Debió ser un duro golpe apartarte de las flores, / desprenderte del polen que montaba tu nariz de muchacha / cobijada por la fronda” (pág. 28). Obviamente le habla a Eva interpretada simbólicamente o que bien podría ser a la amada la cual inspirara los versos. ¡Ella está fuera del paraíso! Él la cuestiona como si se colocara en un espacio exterior donde se desarrolla el drama. Del jardincito nos menciona los pájaros, la fronda, la leña, la cera, el higüero, los geranios, los gladiolos, las begonias, los alelíes y el bosque en sentido general.
Ahora sigue el poema “Es plena la vida cuando tú llegas” (pág. 30). Nos asalta una pregunta, ¿quién es que llega?: La mujer que exorciza con sus aromas. Se describe mediante un fabuloso simbolismo ese encuentro de dos, capaz de producir estallidos, donde se consuma el acto de entrega, donde todo desaparece: “los espectros que inundan el espejo”, “los espectros que blanden nuestros propios cuchillos hasta atarnos con las lianas del miedo” (pág. 30). Llega como si fuera un ángel de los imaginarios transmitidos por los Evangelios: “Tú llegas poblada de trompetas”, y en un acto onírico le entrega la gloria, el sueño, el alma y el juego. Es así que llegan al puerto de donde salen liberados: “para probar que un hombre / si libre, no conoce la muerte”. Es aquí la consumación del ser, en este caso de los seres: “Es así como nos sobran manos, / alas y soles / es así como nos sobran las noches / y el ronco lenguaje del puerto” (pág. 31).
Ya liberados de fantasmas y ataduras, ya exorcizados, les sobran las noches. Lo que hace falta ahora es sentar casa. Según el orden del poemario nos encontramos con el poema “Nuestra casa” donde no es más que una descripción de ajuares y el símbolo es un beso. Un beso que resiste el olvido, a la ira del tiempo y unge la magia de lo posible. Así y nada más: “Esta casa fue un beso que resistió al olvido / a la ira del tiempo, / un beso que nos ungió con la magia de lo posible” (pág. 33).
Ya descrito el simbolismo de la casa, le sigue el poema “Lourdes”, al cual creo que le faltó un verso clave, para que además de evocar a la maestra Lourdes, nos ofreciera una apertura simbólica al maestro interior, al guía espiritual en el drama de la vida del poeta. (Continuará).
El autor es escritor y educador.
Domingo 21 de agosto de 2022.