Ha provocado una conmoción nacional el alevoso asesinato en su despacho del ministro de Medio Ambiente, Orlando Jorge Mera. Bajo ningún concepto es justificable este procedimiento criminal. La víctima pese a su condición de dirigente político que generalmente es una posición polémica, no era una personalidad conflictiva. No obstante, en medio de la aflicción nacional, quienes promueven con un objetivo concreto resaltar lo “bueno” de la “Era de Trujillo” a través de las famosas redes han dejado caer la “chinita”, como decimos en el barrio, que esos crímenes no ocurrían en los tiempos del “Jefe” pretendiendo soslayar la verdad histórica, que nos dice ese tipo de procedimientos macabros es una de las herencias patógenas de la tristemente célebre “Era de Trujillo”. En diversas ocasiones el trujillato promovió este expediente irracional para asesinar a funcionarios que de acuerdo a sus criterios les provocaban inconvenientes, a continuación presentaremos algunos casos célebres sobre el particular.
El secuestro y ejecución del intelectual vasco Jesús de Galíndez, ordenado por Trujillo resultó una bomba de tiempo, el inflexible mandamás jamás pensó estaba eliminando un agente del FBI, organismo que desarrolló una exhaustiva investigación que llevó la responsabilidad del crimen hasta las puertas del propio despacho del gran patrono criollo. Este ordenó un agresivo operativo para tratar de borrar evidencias que llegó a costarle hasta su propia vida.
En ese sombrío trabajo de extirpar pruebas fueron asesinados varios ciudadanos, entre ellos el jefe de Inteligencia Militar, coronel Salvador Cobián Parra. Este oficial de origen cubano, fue encargado de contratar al piloto norteamericano Gerald Murphy, quien condujo el avión que trasladó a Dominicana al secuestrado. Murphy se quedó a vivir en el país, pero cometió indiscreciones que Trujillo decidió fuese ejecutado y luego se trató de implicar injustamente en su muerte al capitán piloto Octavio de la Maza, promoviendo la versión que fue un pleito entre ambos.
Manuel de Dios Unanue fenecido investigador colombiano especializado en el caso Galíndez, describió que John Joseph Frank, agente de Trujillo, se había reunido con Murphy y este de modo ingenuo le entregó documentos sobre el caso Galíndez por si le ocurría algo, indicándole que se aprestaba a abandonar Dominicana. Murphy no se imaginaba que hablaba con un agente incondicional de Trujillo, quien lo informó al general Arturo Espaillat, este último se trasladó de urgencia al país e informó lo que sucedía. Se ordenó al jefe de inteligencia militar coronel Salvador Cobián que eliminara a Murphy, la drástica decisión no fue del agrado de Cobián, un militar de carrera graduado en la Academia Militar Culver de Estados Unidos. El coronel le tenía apreció a Murphy. (Manuel de Dios Unanue. El caso Galíndez. Los vascos en los servicios de inteligencia de EEUU. Editorial Cupre. New York. 1988. p. 84).
Stuart A. Mckeever también investigador norteamericano del secuestro de Galíndez, anotó en sus investigaciones que Balaguer afirmaba Parra Pagán fue que contrató a Murphy para volar a cargo del servicio de inteligencia. (Stuart A. Mckeever. El rapto de Galíndez y su importancia en las relaciones entre Washington y Trujillo. Academia Dominicana de la Historia. Santo Domingo, 2016. p. 250).
De manera definitiva en aquellos momentos delicados también se decidió la suerte del coronel Cobián, que se resistía a cooperar en el caso. Manuel de Dios Unanue describió el lúgubre escenario:
“Escasamente había transcurrido una hora desde la reunión de Trujillo y Espaillat cuando Avelino Tejada, un agente civil de los Servicios de Inteligencia Militar, se encaminó hacia la oficina de Cobián. Al llegar al despacho del coronel y jefe del SIM, sacó su arma. Abrió la puerta, Cobián, sorprendido, trató de tomar su revólver. Se escucharon varios disparos. Los miembros del temido cuerpo represivo corrieron hacia la oficina. En el suelo encontraron dos cuerpos. Cobián y Tejada murieron instantáneamente. El coronel, a causa de los disparos de su agresor. El asesino, a consecuencia de las balas de uno de los centinelas. “El Jefe” recibió la noticia con rostro compungido. En su interior, admiraba la eficiencia de Espaillat”. (Manuel de Dios Unanue. El caso Galíndez. Los vascos en los servicios de inteligencia de EEUU. Editorial Cupre. New York. 1988. p. 84).
Arturo Espaillat en sus libros Trujillo el último de los cesares y Trujillo anatomía de un dictador, no se refirió a este caso, que la historia lo ha comprometido tanto.
Mckeever describe el tema de modo más escueto: “El 25 de octubre de 1956, le dispararon en su oficina al coronel Salvador Cobián Parra, jefe de Inteligencia Militar dominicana. Murió por sus heridas al día siguiente”, (Stuart A. Mckeever. Obra citada. p. 249). La versión más socorrida es que Cobián murió de inmediato.
El coronel Emilio Ludovino Fernández aportó un testimonio diferente, dejando entrever que fue un problema personal entre el coronel Cobián y el teniente Avelino Tejada. Pero las investigaciones de Stuart A. Mckeever y Manuel de Dios Unanue, están fundamentadas en la amplia indagación desarrollada por el FBI. (Emilio Ludovino Fernández. Ya es hora de hablar. Editora de Colores, S. A. Santo Domingo, 1997. pp. 268-270).
Trujillo inauguraba una nueva modalidad criminal que parecía casi perfecta. El siguiente caso correspondería al general Ludovino Fernández. Ripley y Ludovino se hicieron famosos desde los tiempos de Horacio en la persecución de los ladrones comunes. Tanto que el eximio intelectual Alvaro Arvelo, con cierta frecuencia ante la impotencia frente a los delitos lo invoca con elegante dramatismo. Ludovino como era de esperarse generalmente se excedía en sus funciones.
Trujillo en 1957 ordenó degradar a varios oficiales entre ellos el coronel Luis Ney Lluberes, cuyo rango fue disminuido a mayor, y reemplazado como jefe de la dotación militar de San Juan, asignándolo como ayudante del nuevo incumbente de la Brigada. Su sustituto fue el general Ludovino Fernández. Siempre se ha señalado que ambos oficiales eran enemigos, aunque Emilio Ludovino Fernández en un libro sobre su padre insiste que eran amigos.
Refiere Emilio Ludovino Fernández que su padre había viajado a la Capital a conversar con Trujillo sobre la situación del entonces mayor Luis Ney Lluberes, y que al regresar a San Juan el 13 de abril de 1958 le enseñó las insignias de coronel que Trujillo le entregó para reponer su rango a Lluberes. Inmediatamente arribó el general Ludovino a San Juan, de acuerdo a la versión de su hijo Emilio Ludovino:
“Tan pronto llegó a la Fortaleza el mayor Ney Lluberes subió sigilosamente al segundo piso donde estaba la Oficina del Comandante, le quitó el seguro a su pistola previamente sobada, y le hizo seis disparos al que creía su enemigo. Las balas atravesaron el diario El Caribe que confiadamente Ludovino se encontraba leyendo. Al oír los disparos, el Oficial del día, Capitán Héctor García Tejada subió las escaleras y a su vez acabó con la vida del mayor Lluberes. Este había simulado suicidarse disparándose a flor de piel en la sien derecha”.
“Para proteger a ese Oficial, Trujillo dispuso que se atribuyera la muerte del mayor Lluberes al chofer de mi padre que de sargento fue ascendido a oficial. Un dato final me parece oportuno aportar: mientras Trujillo asistió en Santiago al entierro y ordenó que se rindieran honores militares en honor de su amigo Ludovino Fernández, ni asistió ni permitió que se le hicieran al mayor Lluberes”. (Emilio Ludovino Fernández. Ludovino Fernández. Editora Corripio, C. por A. Santo Domingo, 1999. pp. 353-354).
La versión más socorrida es que Trujillo conocía de la enemistad entre Ney Lluberes y Ludovino Fernández, se estima que expresamente ordenó Ludovino reemplazara al degradado Lluberes para provocar el aciago incidente, que discurrió como un problema personal.
Debo señalar que conocí en el Archivo General de la Nación al coronel Emilio Ludovino Fernández, quien se puso a mi disposición para ofrecerme todas las informaciones histórica que yo necesitará de su parte en los diversos aspectos históricos militares que había participado, lamentablemente varios meses después se enfermó y murió. El Caribe, entonces periódico oficial el 14 de abril informaba sobre el suceso:
“Noticias llegada a la redacción de este diario, dan cuenta de que el General de Brigada Ludovino Fernández, Comandante de la Brigada del Ejército Nacional en San Juan de la Maguana, fue muerto a balazos ayer tarde en dicha ciudad por su ayudante, el mayor Luis Ney Lluberes, E. N. Inmediatamente después de cometer el hecho, el mayor Lluberes se suicidó”. (Emilio Ludovino Fernández. Obra citada. p. 355).
La versión oficial nos deja entrever fue un problema personal y se maquilla al decir que Lluberes se suicidó. Era sensato que aunque no se consideraran enemigos, dejar al degradado como asistente del nuevo comandante de San Juan pudo ser una imprudencia, pero en esos tiempos fue una imprudencia adrede. La mente macabra de Trujillo preparó el escenario del crimen en el propio despacho del comandante militar de la zona.
En otro episodio no menos grave, el estelar periodista Tac Szulc, del New York Times, publicó el 12 de julio de 1959 un reportaje criticando la tiranía de Trujillo. Dos días antes Ramón Marrero Aristy y Tac Szulc habían viajado juntos en avión desde Ciudad Trujillo a Miami. Estos eran amigos y se entendió que la fuente de Szulc había sido Marrero, quien luego trató que Szulc y el New York Times hicieran una aclaración para no tener problemas, solicitud que fue acogida de acuerdo a la versión de Robert D. Crassweller. En realidad el asunto desagradó totalmente a Trujillo. (Robert D. Crassweller. Trujillo la trágica aventura del poder personal. Editorial Bruguera, S. A. Barcelona, 1968. p. 408).
Marrero Aristy regresó y asistió al Palacio Nacional donde laboraba como secretario de Estado. Virgilio Díaz Grullón antiguo opositor al régimen que ocupaba el cargo de subsecretario de la presidencia, en su muy importante obra Antinostalgia de una Era, señalaba que en aquellos días de manera intempestiva Trujillo con notable disgusto entró a su despacho y se puso frente a su escritorio sin pronunciar palabras, mientras a su lado se colocaba Marrero Aristy diciéndole algo de modo desesperado al oído. Díaz Grullón describió la delicada circunstancia:
“No sé cuánto tiempo duro aquella escena porque el desconcierto que me produjo atrofió mis facultades para comprender el sentido de lo que sucedía y así, luego de un lapso indefinido Trujillo, en la misma forma abrupta como entró, levantó los puños de mi escritorio, dio media vuelta y salió de la estancia agrandes zancadas sin mirar ni una sola vez a Marrero mientras este lo seguía apresuradamente y continuaba murmurándole al oído palabras entrecortadas y ansiosas”. (Virgilio Díaz Grullón. Antinostalgia de una Era. Fundación Cultural Dominicana. Tercera edición. Santo Domingo, 1992. pp. 127-128).
Díaz Grullón pensó «Que imprudencia la de Marrero al insistir en decirle a ese hombre algo que obviamente no quiere oír». Indicando que dos días después apareció su cadáver víctima de un “accidente” en la carretera de Constanza. Como era costumbre no hubo testigos de lo sucedido en el despacho de Trujillo con Marrero Aristy, pero todos los indicios señalan que este fue asesinado en ese lugar y luego trasladado a la carretera de Casabito en Constanza para fingir el accidente por una loma. Se especula que uno de los ayudantes militares de Trujillo le disparó en el propio despacho.
Héctor Pérez Reyes que laboró en el Palacio Nacional con Peña Batlle, y conoció a Marrero Aristy, al comentar su muerte externó las siguientes interrogantes:
“¿Lo mató Trujillo? ¿Fue un accidente acaecido en el propio despacho al cual entraba “como Pedro por su casa?” ¿Salió de allí vivo y fue después asesinado? Lo que sucedió en realidad no lo sé. Solo puedo asegurar que Ramón Marrero Aristy estaba diseñado para la libertad, tenía madera de líder, […] (Héctor Pérez Reyes. Mis dominicanos. Editora Taller. Santo Domingo, 1995. T. II p. 53).
Joaquín Balaguer encargado de atenuar los crímenes de Trujillo, aunque admite el asesinato lo imputa a Johnny Abbes, comentando sobre el particular:
“Marrero Aristy, secretario de Estado del Trabajo, fue asesinado por los esbirros de Johnny Abbes García horas después de que Trujillo lo recibiera en su despacho del Palacio Nacional para ratificarle su confianza. En la tarde del crimen, a una hora en que ya Marrero había sido seguramente arrojado por el precipicio en que su cadáver fue hallado junto al de su chofer, Trujillo entró a mi despacho para preguntarme por la víctima. Luego hizo la misma pregunta al periodista colombiano Osorio Lizarazo, quien trabajaba en una habitación inmediata a la mía en la segunda planta del Palacio Nacional. En ambas ocasiones se mostro sorprendido de que el secretario Marrero, quien despachaba sobre materias publicitarias durante las horas de la tarde en una oficina situada en la misma ala del Palacio no hubiera asistido a sus labores ni hubiera llamado para excusar su ausencia”. (Joaquín Balaguer. La palabra encadenada. Fuentes Impresores, S. A. México, 1975. pp. 239-240).
Todo giraba en torno al sacrificio de Marrero Aristy en pleno despacho de Rafael Trujillo. La declaración de Virgilio Díaz Grullón, afirmando que vio la desesperada escena donde Marrero Aristy le rogaba a Trujillo previo a su muerte, fue publicada trece años después de la emitida por Balaguer, quien no se atrevió a desmentir a Díaz Grullón. El propio Balaguer en ese libro destaca la teatralidad de Trujillo al fingir que desconocía crímenes que ordenaba. Además, la versión de Díaz Grullón refuta el concepto que pretendía presentar a Trujillo ratificándole la confianza a Marrero Aristy previo a su ejecución. Abbes García por más poder que concentrara, no podía de motu proprio tomar esa decisión contra un secretario de Estado de la intimidad de Trujillo.
En otro caso notable, el tirano cubano Fulgencio Batista tras ser derrocado por la revolución liderada por Fidel Castro, se refugió en Dominicana a principios de 1960. Cometió el error de depositar cerca de 4 millones de dólares en el Banco de Reservas. El “Generalísimo” no ofrecía albergue a sus colegas tiranos de modo gratuito, le encantaron los millones depositados por Batista en el Reservas. Este se enteró de la mala fe de Trujillo, solicito el retiro de su dinero y el administrador Juancho A. Morales (Juancho), accedió a entregárselo, como debía de ser. El “Jefe” se enojó porque aspiraba quedarse con una buena tajada de la fortuna entregada, empezó sus represalias ordenando trancar a Fulgencio Batista en La Victoria, quien pasó un día preso.
Hans Paul Wiese Delgado encargado de los asuntos azucareros de Trujillo, destacó que Juan A. Morales(Juancho) tenía 39 años al servicio en la banca nacional, calificándolo de ejemplar, trabajador, honesto y cumplidor. Confirmó que Batista retiro del banco una cuantiosa suma de dinero que tenía depositada, motivo de la desgracia del banquero. (Hans Paul Wiese Delgado. Trujillo amado por muchos, odiado por otros, temido por todos. Letra Gráfica. Tercera edición. Santo Domingo, 2001. p. 346).
Se llamó desde el Palacio a Juan A. Morales. Díaz Grullón anotó que a su oficina de subsecretario de la Presidencia se presentó Morales a esperar el “Jefe” lo recibiera, luego pasó a la oficina del dueño del país. Estableció Díaz Grullón más tarde se trasladó al despacho de Héctor Trujillo, entonces presidente títere, y que este le dijo:
“¿Supo la noticia, doctor?” me preguntó el presidente sin otro preámbulo. “No, señor, ¿de qué se trata?”, respondía acercándome a su escritorio. “Mataron a Morales”, me contestó. “¿Cuál Morales?”. Pregunté extrañado. “El administrador del Banco de Reservas”, me informó el presidente. “Lo mató el cubano exiliado Policarpo Soler”. “No puede ser”, riposté incrédulo, “acabo de ver hace un rato aquí en Palacio a ese Morales…”. (Virgilio Diaz Grullón. Obra citada p. 122).
Díaz Grullón en medio de su sorpresa inicial rápidamente entendió lo que ocurría y se dio cuenta que había «cometido una imprudencia peligrosísima», yo diría como dicen en el barrio “había metido la pata”. En esos momentos entró al despacho de Héctor el secretario de las Fuerzas Armadas, José García Trujillo y este le trasmitió lo dicho por Díaz Grullón, pero no tuvieron tiempo a reaccionar porque irrumpió en el lugar Trujillo, exclamando con encono: “¡Qué barbaridad!”. Díaz Grullón al describir la peligrosa situación anotó que el presidente títere Héctor (Negro) Trujillo:
[…] se puso en pie diciendo: “¡Sí hombre, pobre Morales…!”. Pero Trujillo lo interrumpió haciendo un brusco ademán con la mano, como si tratase de borrar las palabras de su hermano. “¡Qué Morales ni que carajo!… Estoy hablando del piloto Vicioso… el muy cabrón se quedó en Puerto Rico…” Y luego de una breve pausa añadió, recriminándose a sí mismo: “Y yo lo sabía, yo lo sabía…”, mientras se golpeaba una y otra vez con el puño derecho la palma de su mano izquierda”. (Virgilio Díaz Grullón. Obra citada. pp. 123-124).
Todos pensaban Trujillo· estaba molestó por el asesinato de Juancho Morales, él mandó al carajo a su hermano cuando consideró se trataba de ese asunto que no le preocupaba. En realidad estaba indignado con el teniente piloto Vinicio Vicioso, que lo había enviado a Puerto Rico a que tratara de que regresara su hermano Abelardo, que había renunciado al cargo de vicecónsul en Curazao y se declaró exiliado. Abelardo Vicioso uno de nuestros mejores poetas. De modo claro el “Jefe” evidenció que no le interesaba el asesinato de Morales.
Policarpo Soler era un matón de los que llegaron con Batista, estaba al servicio de Trujillo, fue el sujeto que ese mismo día llevó presó a Batista a la cárcel de La Victoria. Alicinio Peña Rivera jefe del servicio de inteligencia en la zona Norte, en uno de sus libros se refiere al caso acomodándolo a sus intereses, reduce el incidente a un problema entre Juancho Morales y Policarpo Soler, que Trujillo ordenó resolver y los envió a ambos juntos en el vehículo de Morales al banco con el supuesto propósito de solucionar un asunto de la entrega de dinero a Soler y en estos instantes este asesinó a Morales en su propio vehículo. (Víctor A. Peña Rivera. Historia oculta de un dictador. Trujillo. Publicaciones Amèrica. Santo Domingo, 1996. p. 204).
Lo cierto es que Virgilio Díaz Grullón vio a Juancho Morales cuando se dirigía al despacho de Trujillo y al poco tiempo le informaban que había muerto, todo indica que el “Jefe” lo reprendió severamente por su actitud de devolverle el dinero a Batista, y en el despacho de Trujillo se decidió la suerte de Morales. Se ordena a Policarpo Soler “trasladarse” al banco con el administrador y en el trayecto ejecuta a Morales. Sin dudas un teatro criminal. Si aceptamos que en el despacho de Trujillo Morales y Soler presentaron diferencias, no era lógico enviarlos a ambos en el mismo vehículo al banco.
No queda indemne la tiranía de Trujillo de cualquier modelo de crimen. No solo se asesinaban funcionarios civiles y militares en sus despachos, sino que en la propia oficina de Trujillo en el Palacio Nacional se sentenciaba y posiblemente se ejecutaba a funcionarios. Durante este lapso de oscurantismo social y político se recurrió a todas las modalidades de asesinato.