En su obra La Fiesta del Chivo, Mario Vargas Llosa, describe un momento de Urania, personaje clave de esta obra, en la que ésta se siente perturbada por el ambiente ruidoso del lugar donde se encuentra: “Toma un segundo vaso de agua y sale. Son las siete de la mañana. En la planta baja del Jaragua la asalta el ruido, esa atmósfera ya familiar de voces, motores, radios a todo volumen, merengues, salsas, danzones y boleros, o rock y rap, mezclados, agrediéndose y agrediéndola con su chillería. Caos animado, necesidad profunda de aturdirse para no pensar y acaso ni siquiera sentir, del que fue tu pueblo, Urania. También, explosión de vida salvaje, indemne a las oleadas de modernización. Algo en los dominicanos se aferra a esa forma prerracional, mágica: ese apetito por el ruido. («Por el ruido, no por la música.»)”.
Recientemente fui invitado al programa nocturno de televisión “Esta Noche Mariasela”, para participar en la sesión LA MESA en la que compartiría una perspectiva antropológica sobre “LA CULTURA DEL RUIDO EN LA REPÚBLICA DOMINICANA”. Cuando Mariasela me llamó, ella usaba casi exactamente las palabras de Vargas Llosa: irracional, mágico, caos, agresión, daño, aturdimiento, no se piensa ni se siente. Por la relevancia del tema y las recomendaciones de algunos amigos comparto y amplío los principales elementos de este fenómeno que agreden la vida cotidiana de nuestra sociedad.
Conforme a datos antropológicos, el homo sapiens empieza a experimentar el ruido con la implementación de técnicas para el procesamiento y transformación de los metales (metalurgia). El imperio romano era un dinámico productor de ruidos porque gran parte de sus actividades estaban dedicadas a procesar metales para el diseño de armas de guerra. Sin embargo, el ruido como lo experimentamos hoy es la expresión de la cultura urbana y de masa, configurada en el proceso de industrialización y el crecimiento sociodemográfico de las sociedades modernas. Esto hace que entendamos el ruido como un hecho social inevitable propio de la vida urbana, pero sí prevenible y controlable en sus daños y efectos a la salud.
Al hablar de ruido se entiende como sonido no agradable al oído. El ruido es un tipo de sonido que perturba, molesta, irrita, interfiere la comunicación y si sobrepasa los decibeles mínimos establecidos por la Organización Mundial de la Salud resultaría dañino y perjudicial al ser humano. La OMS considera que el sonido se convierte en ruido cuando es superior a 65 decibelios (dB). Se vuelve dañino si supera los 75 dB y doloroso a partir de los 120 db.
Las sociedades capitalistas son asombrosamente una intensa y extensa fuente de producción de riquezas, pero a su vez son creadoras de frustraciones, miedos, estilos de vida irracionales e injustos. El ruido es una de esas manifestaciones demenciales a través del cual se canalizan muchos de esos miedos, las exclusiones e invisibilizaciones de muchos seres humanos lanzados a la orilla del camino en las sociedades modernas.
En nuestra sociedad existe la percepción de que somos uno de los países más ruidosos del mundo. Las estadísticas contradicen esa percepción. Son precisamente consideradas las sociedades más ruidosas del mundo aquellas con mayores concentraciones poblacionales o intensas actividades industriales y urbanas, tales como La India, China, Egipto, Brasil, México, Barcelona (España), entre otras. Lo que sí es muy característico, no exclusivo, de la República Dominicana es la música ruidosa.
El problema es que la mayoría de la gente que gusta del ruido a través de la música subestima o niega el riesgo de sufrir daños irreversibles para la salud y violenta o agrede el espacio familiar, comunitario e individual.
Mimi Hearing Technologies GmbH, llamado The Worldwide Hearing Index (el índice mundial de audición), considera que hay una relación de 64% entre pérdida de la capacidad auditiva con la contaminación acústica o sónica. Sin embargo, los daños que produce el ruido no sólo son de audición, sino en el sistema nervioso vegetativo, la psiquis, la comunicación oral, el sueño, generación de estrés, enfermedades cardiovasculares, disminución del rendimiento y la productividad.
La Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA) confirma esta relación del ruido y el daño a la salud cuando asegura que en la Unión Europea (UE) el ruido causa al menos 10.000 muertes prematuras anuales. La AEMA indica que alrededor de 22 millones de personas sufren molestias de salud por la contaminación sónica en la UE. También está confirmado por diferentes estudios que hay una estrecha relación entre la edad real y la edad auditiva. En Zurich, Suiza, por ejemplo, esta relación es de aproximadamente 10 años de pérdida de la edad auditiva. Es decir que, en esta ciudad suiza, un joven de 20 años es probable que su edad auditiva equivalga a la de alguien de 30 años.
En RD la contaminación acústica ha inundado todos los puntos de nuestra geografía. Este hecho social y cultural comienza a tomar cuerpo a partir de los años ochenta con el fenómeno cultural de los dominicanyork y las actividades proselitistas del candidato del Partido Reformista Socialcristiano Jacinto Penaydo con las bocinas llamadas peynadoras, las cuales tenían como única función generar muchos ruidos en todas las calles del país.
El emigrante dominicano, en su mayoría, responde a un perfil social característico de personas que viven en condiciones de pobreza y son invisibilizadas en la sociedad. Irrumpir en el escenario público con un carro o jepeta, exhibiendo en el cuello cadenas de tamaños enormes, combinado con una bocina de música a alto volumen era la manera mediante la cual, en la década de los ochenta, una parte de nuestros emigrantes hacía sentir su presencia y visibilización social.
La carencia de contenido en los partidos políticos, de propuestas ideológicas y la lógica mercantil, han hecho del ruido la principal herramienta para las organizaciones políticas llegar a las masas. Ruido y vacío de contenido son dos variables que caminan juntas en el proselitismo electoral en la República Dominicana.
En la medida que la sociedad dominicana se ha ido complejizando en su composición social y cultural, sus principales núcleos urbanos creciendo aceleradamente, profundizándose la influencia cultural norteamericana, expandiéndose el mundo de las drogas, disolviéndose la política como vía de transformación social y seducidos por el espejismo de la modernidad, hemos entrado al reinado del individualismo, del vacío, el agotamiento y derrumbe del sentido de lo colectivo o comunitario. Es la época donde predomina la indiferencia, el narcisismo, la disolución o cualquierización de lo político, el disentimiento es sinónimo de “hacer lo que nos dé la gana” sin establecer límites y fronteras (La era del vacío y El imperio de lo efímero, Gilles Lipovetsky).
Los ruidos de la música en los centros urbanos y comunidades semiurbanas de la República Dominicana son la búsqueda desesperada de los excluidos por la visibilización social, es la combinación paradójica o contradictoria de la soledad y el ruido. Es el escape de las frustraciones, las opresiones y el miedo. El problema es que la mayoría de la gente que gusta del ruido a través de la música subestima o niega el riesgo de sufrir daños irreversibles para la salud y violenta o agrede el espacio familiar, comunitario e individual.
Este fenómeno sociocultural no sólo desborda a los responsables públicos de la prevención y control de la contaminación sódica; sino que, en muchos casos, como los ayuntamientos y los partidos políticos, son promotores o patrocinadores de esta contaminación ambiental, violando las propias leyes del Estado.
Se requiere mayor coordinación interinstitucional, el despliegue de estrategias preventivas, aplicación de las regulaciones y controles establecidos en las leyes y mucha educación ciudadana para enfrentar la contaminación acústica en nuestro país.