He ahí un conjunto de murales fuera de serie, compuestos de letras, de mensajes, de alegorías.
Los ha realizado una mujer, una artista, que a lo mejor ignora que es artista.
Ha creado incluso, un estilo, inentendible, de escritura usando pintura de uñas, donde informa, además, que no es una delincuente, que no usa estupefacientes, donde declara conocer el nombre de todos los médicos de la clínica cercana a uno de sus murales.
Es una creadora original que vive rodando en las aceras, que no riñe con nadie y que vive en un diálogo perenne consigo misma.
Ahí duerme, se baña, en ocasiones, y asimismo recibe visitantes nocturnos inesperados, espantados luego por la Policía.
Manos misteriosas le traen comida a veces oportunamente pero ella no pide nada tampoco, ocupada siempre en escribir y en describir su realidad de mujer solitaria.
Necesita el auxilio de los demás para salir de ese túnel de inconsciencia y de desdén social.
Ha habido esfuerzos para trasladarla hasta una unidad mental pero ella se resiste (aunque muy bien pudieran sedarla y se hace más fácil el esfuerzo).
Mientras, su trabajo es apreciable, osado, desmitificador y en cierta forma, enfrenta el muralismo inexpresivo en ocasiones, que invade a Santiago de figuras que no dicen gran cosa sobre su realidad histórica, sobre su devenir, su riqueza espiritual verdadera, por ejemplo.