Bastaría con leer sobre los acontecimientos más importantes del S.XX para darse cuenta de que los avances en ciencias, medicina y tecnología fueron enormes, lo que convivió a la par con el sufrimiento humanos, en especial el de las mujeres; la historia así lo testifica.  Pilar Sánchez Vicente en su novela Mujeres errantes (EGESA 2018) pone el dedo en la llaga sirviéndose del personaje de Greta Meir, quien funge como protagonista y narradora de varias historias contadas de forma simultánea y paralelas, pero en lugares y tiempos distintos.

Mujeres errantes contiene en su trama un argumento que de forma superficial parecería una historia común de una escritora suiza en busca de su identidad, sin embargo, a medida que se desarrolla devela la vida dura de las mujeres de ese entonces, tanto en Europa como en América. Cada personaje desentraña una existencia marcada por la realidad social imperante de su tiempo y su país, pero que no fue privativo de ellos, sino, que traspasa sus contextos.

Greta Meier luego de experimentar la fama como escritora en Londres y curada de los efectos de las drogas, una relación sentimental desenfrenada y abusiva, decide reencontrarse con su madre y hacer las paces, ya que habían estado distanciadas, fruto de los conflictos originados por la relación con su supuesto padre y su experiencia en un internado suizo de chicas ricas y presumidas.  Al llegar encuentra a la madre en estado crítico de salud, quien en su lecho de muerte le confiesa que no es su madre biológica sin tiempo para los detalles. Es entonces, cuando emprende la búsqueda de información sobre sus orígenes al tiempo que entran en escena las demás historias que conforman el todo. Criada en la exquisita suiza, Greta, no imagina, ni por asomo, que el mundo es diverso y que detrás de la estabilidad económica y el prestigio social puede haber una historia llena de limitaciones económicas y sufrimiento, de todo tipo y por diferentes causas, muy distinto al originado por sus caprichos y excentricidades. Tuvo que valerse de una treta para descubrirse junto al mundo real y finalmente valorar la vida no como un cerco de sí misma, sino, como ser gregario, social, la minúscula parte de un todo, que con la suya puede impactar a muchos y encontrar el bienestar en el de los demás.

Descubrió que formaba parte de una familia de mujeres que vivieron en la pobreza extrema, pescaderas y vendedoras ambulantes, que de niñas vivieron el horror de la guerra y fueron trasladadas junto a otros niños de su misero pueblo de España a Francia en campamentos de refugiados, y que en ese campamento lejos de su familia tuvieron mejores condiciones de vida, al menos saciaban el hambre. Se enteró de que esas mujeres trabajaban hasta extenuarse por miseras ganancias, eran explotadas y abusadas por los maridos. Al igual supo que muchas de ellas parían una gran cantidad de hijos, aunque no quisieran, ni supieran como los alimentarían, que sufrieron muchos duelos por la pérdida de estos a causa del hambre, la tuberculosis y otras enfermedades que hoy parecen sencillas, que era normal que el marido las golpeara y que tenían que soportarlo de por vida, que muchas murieron por abortos hechos en condiciones de insalubridad, que para salir del país necesitaban un permiso firmado por sus maridos. También se dio cuenta de que mientras ella se daba el lujo de desertar del más caros de los colegios suizos las mujeres de su pasado fueron analfabetas.

Durante su investigación pudo comparar el orden público de Suiza y otros países europeos con alguno como Nicaragua, por ejemplo.  Mientras ella pretendía cambiarlo por medio de expresiones artísticas como los Punk Nicaragua padecía la dictadura de Somoza. Que allí se usaba el poder para cometer todo tipo de abuso. Las niñas de origen indígenas eran abusadas por hombres mayores con poder, la pobreza era espantosa, los curas dedicados a ejercer un cristianismo de corte social, dentro de los que figuraba quien resultó ser su padre biológico, eran perseguidos y maltratados; muchos murieron por la obra.  También vio que hasta la pura y blanca Suiza se sustentaba del oscuro dinero.

Conocer sus orígenes fue conocer el mundo, entender que la vida no está hecha a la medida, que ni las huidas, ni las drogas alejan al hombre de lo que es, al contrario, lo pueden acercar a lo que no es. Entendió que el mundo es un sistema de opuestos, egoísmo y altruismo, indiferencia y empatía, tolerancia e intolerancia. En el ser humano convive la imperfección, tomar decisiones depende, en mucho, de las circunstancias.

En fin, Mujeres errantes es una novela que resiste muchas miradas, desde distintas posturas y perspectivas.  Dentro de las que figuran la familiar, psicológicas, entre otras. Esta pretendió ver en ella el curso del mundo en el S.XX,  y llega a la conclusión que tuvo un saldo  de  avances científicos y tecnológicos,  así como, de guerras y violencia de derechos, y que la mayor crueldad de sus hechos históricos y políticos repercutió sobre las mujeres.

Andrea Teanni Cuesta Ramón en Acento.com.do