Marginación y exclusión

Tal como hemos visto hasta ahora, en el mundo del arte la mujer ha desempeñado un papel significativo y de continua evolución en la búsqueda de su propio espacio.

En un principio quedaban relegadas a ocupar los roles pasivos de musas o modelos. En cambio, otras lucharon como artistas, con decisión, desafío y esmero.

Sin embargo, más allá de las contiendas memorables protagonizadas por la mujer, perdura ese sentimiento de marginación y exclusión, tan vivo en las sociedades tercermundistas. Todavía hoy, aunque haya muchas mujeres que descuellen en las distintas expresiones artísticas, los primeros lugares suelen ser ocupados por hombres.

El afán de superación de la mujer  es cada vez más evidente. Es su lucha de vida, es su lucha de siempre. Recuerdo haber leído en algún tratado que fue en el Renacimiento cuando por primera vez en la historia occidental varias mujeres artistas seglares ganaron reputación internacional y que el aumento de las mujeres artistas durante este período se puede atribuir a importantes cambios culturales. Uno de esos cambios surgió a causa de la contrarreforma contra el protestantismo y en favor del humanismo: una filosofía que declara la dignidad de todas las personas, que es clave para el pensamiento del Renacimiento y ayudó a elevar el estatus de las mujeres ( sus precursores anteriores fueron, entre otros: Dante Alighieri, Francesco Petrarca y Giovanni Boccaccio).

En el Barroco (movimiento cultural y artístico que se desarrolló en Europa y sus colonias americanas entre finales del siglo XVI y principios del XVIII,  como una reacción a las estrictas normas clásicas del Renacimiento), las artistas empezaron a cambiar cómo la mujer era representada en el arte. Recordemos que muchas de ellas no podían practicar con modelos desnudos, pues siempre eran hombres, pero estaban muy familiarizadas con el cuerpo femenino, lo cual les daba cierta ventaja.

La destacada pintora barroca boloñesa, Elisabetta Sirani, que dirigió el primer taller para mujeres, contraviniendo todas las costumbres de la época de que la pintura era un oficio reservado para los hombres, creó imágenes de mujeres como seres conscientes en vez de como musas desinteresadas. Uno de los mejores ejemplos de esta nueva expresión es la obra Judith con la cabeza de Holofernes, de Artemisia Gentileschi (nació en Roma, el 8 de julio de 1593, y fue la hija mayor del pintor Orazio Gentileschi), en la cual Judith es representada como una mujer fuerte que determina y forja su propio destino.

Nunca se ha valorado cuánto ha contribuido esta obra a la lucha reivindicativa de la mujer, que ha sido larga, trágica y tesonera. Me viene a la memoria  la comedia griega Lisistrata, de Aristófanes (siglo V a.n.e.), y veo a esta extraordinaria mujer propiciando, según el relato, una huelga sexual para protestar contra  los hombres que habían declarado una guerra.  Y cómo no recordar  a la maestra neoplatónica, astrónoma y matemática, Hipatia de Alejandría (370-415), asesinada de manera horrenda por defender sus ideas. Oigamos qué nos dice uno de los relatos contados por el historiador Sócrates Escolástico, coetáneo de Hipatia:

“Y vigilándola mientras regresaba a casa en su carro, la bajaron de él, la arrastraron y se la llevaron a la iglesia llamada Cesáreo, donde la desnudaron completamente y la asesinaron [golpeándola o cortándola] con tejas [o conchas]. Después de despedazarla, se llevaron sus miembros destrozados a un lugar llamado Cinarón y los quemaron” .

Hipatia murió en marzo del año 415 d.n.e. Desde entonces, ella representa el icono de autonomía, pensamiento y libertad.

Haffe Serulle en Acento.com.do