La poesía, la cultura y la sociedad dominicana, tienen en el continente creador que representa Mateo Morrison uno de los más grandes poetas e intelectuales a los que hay podido dedicársele la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo. Parafraseando a Lope de Vega hemos de decir: “Quién lo leyó, lo sabe”.
La primera vez que escuché su nombre fue durante mi visita a República Dominicana en el año 2016. Había sido invitado por Valentín Amaro, noble amigo, poeta entrañable y promotor incansable, para ofrecer algunas charlas sobre mi experiencia como miembro de los talleres literario y presentar, ante los bardos y narradores de Santo Domingo, la revista cultural El Caimán Barbudo, para la cual trabajaba yo entonces en La Habana. Las actividades se habían coordinado en el marco de la Feria Internacional del Libro precisamente por el Taller Literario César Vallejo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Por esas providencias de la vida también me formé como poeta y promotor cultural en el Taller Literario que lleva el nombre del autor de Los heraldos negros, fundado en mi pueblo natal por la dirección de cultura a mediado de los años ´70.
Fue Rodolfo Báez quien me comentó, ante mi curiosidad, que el taller literario de la UASD lo había fundado un poeta llamado Mateo Morrison, también por la misma fecha aproximadamente. Luego de esa feliz coincidencia (extra)literaria, lo que más me llamó la atención fue la singular combinación de aquellas dos palabras, Mateo, de origen hebreo, tamizado más tarde por el inglés y el francés, y un Morrison que baja desde Escocia, Reino Unido y Estados Unidos hasta la isla de Jamaica. Ineludiblemente una confluencia de culturas vasta.
Dos años más tarde estamos de regreso en República Dominicana, esta vez invitados al Festival de Poesía en la Montaña, gracias a la generosidad de su gestora y fundadora Taty Hernández. Por los pasillos del Centro Salesiano de Pinar Quemado, donde tiene lugar este singular y único encuentro con la poesía, me encontraba absorbiendo rumor y vientecillos invernales. Anticipado en la mañana, con el claror avivando el día, se pasea también por sus portales un moreno alto, robusto como un roble, imponente su personalidad, meditabundo. Camina sereno. Las manos recogidas a la espalda. La mirada en lontananza, mas la vista, precavida, en el próximo paso a seguir. Pasa por delante de mí. Inmutable el don. Imperturbable su pensamiento. Yo, ni idea de aquel señor. Su personalidad solemne me hace preguntar por él. Mateo Morrison Fortunato, me dice Rosa Santos y sentencia “el padre de los poetas dominicanos”. Me admiro. ¡Albricias!
Horas más tarde, al abrigo y el entusiasmo del Festival de Poesía en la Montaña, ya nos habían presentado. Admiramos mutuamente nuestras lecturas de poemas. Su conocimiento colosal sobre la poesía y los poetas cubanos me avergonzaron. Lo retraté hasta sentirme impertinente. Luego, durante las charlas informales intercambiamos impresiones de sus viajes a Cuba. Anécdotas fueron y vinieron de un lado y otro de nuestras costas. Su memoria parecía inconmensurable. Su interés por ponerse al día sobre la vida de algunos contemporáneos suyos era de una hermandad casi paternal. Su sed sobre el estado de la poesía cubana actual insaciable. Entre sorbos de vino y poemas, sin que él lo supiera me iba bautizando, es decir, cautivando. ¡Qué mejor manera aquella de disfrutar sus versos y su voz de trueno! ¡Qué manera tan democrática la suya de carcajear! Nicolás Guillén, Nancy Morejón, Jesús Cos Causse, y tres puntos suspensivos, no se le escapaban de entre una historia y un poema con ellos relacionados.
Había conocido al poeta gestor y fundador del grupo La Antorcha, que reunió a creadores de la talla de Enrique Eusebio, Alexis Gómez, Rafael Abreu Mejía y Soledad Álvarez. Estaba frente al precursor del Taller Literario César Vallejo de la UASD, del cual emergieron figuras como José Mármol, Basilio Belliard, el propio Valentín Amaro, Tomás Castro y otros destacados escritores que, por más de 45 años, han aportado renglones meritorios de notoriedad a la historia de la literatura nacional de la (media) isla. Dialogaba con el presidente Fundador de Espacios Culturales y fundador también de la Unión de Escritores Dominicanos; estaba pues, delante de un intelectual que funda y forja a partir de la palabra, por la palabra y para que la palabra edifique al hombre.
Creador y director general del Festival Internacional Semana de la Poesía de Santo Domingo, y presidente de la Fundación Espacios Culturales. Un Premio Nacional de Literatura (2010) todo verbo, acción, creación. Dominicana tiene en Mateo Morrison un ser plural a quien las generaciones actuales y futuras han de acercarse no solo a su obra poética, y su literatura sino a su magnitud intelectual.
De momento, amantísimos lectores, sirva este primer acercamiento a su poesía para presentar y proponerles algunos de los poemas de su libro Espasmos de la noche, un poemario breve y orgánico, rotundo y voraz. Mateo Morrison es de esos poetas que al leerlo nos crea espacio para la exaltación, tiempo para el delirio, abriéndonos un caudal de símbolos para adueñarnos de toda aquella realidad que habita en su (nuestra) imaginación. Con la poesía escrita por Mateo Morrison en este libro sentí en más de una lectura la impresión de que había vivido previamente esos mismos espasmos, suerte de déjà vu encontrados en algunas de las páginas que ojalá les suceda a ustedes. Es una vivencia magnífica para experimentar mientras leemos un libro de poesía. Sí, porque he podido constatar que de sus páginas emana creación genuina, tradición acendrada, conocimiento secular, y una ontología natural, popular diría, abroquelada por abriles de observación vivencial. Mateo Morrison es un poeta de la experiencia forjada en versos.
En la obra lírica de Mateo Morrison hay una avenencia entre lo físico y lo espiritual. El poeta conoce que cuando la conexión emocional y el entendimiento mutuo se desvanecen, la palabra poética accede a su (nuestro) mundo íntimo. Su poética se asume cual esencia que brinda consuelo, discernimiento. Sus versos son una realidad íntima, personal y fugaz, pero haciendo sinapsis al contacto con la percepción de nuestros deseos y emociones, a veces reprimidas por la ausencia de esa voz interior, dilatada, que vive experiencias oníricas donde se mesen la esperanza y la (des)fragmentación del yo como presencia tangible del amor y la pasión. Su poesía de amor, -sí, no hay que temerle al término en absoluto- es consciente de la “humedad” y del “temblor” no solo en términos simbólicos, sino como esa esencia de los sueños que soñamos, permítanme el pleonasmo.
Sus versos evocan la presencia de elementos en la vida que muchas veces escapan a nuestra comprensión o interés. Él ha sabido verlos. Y la huella que despiertan sus metáforas obedecen a una respuesta emocional que sugiere una conexión con ciertos aspectos de la realidad, imágenes que simbolizan fisonomías de la existencia que, aunque presentes, no logramos traspasar nuestro propio umbral de lo que nos debería parecer significativo. Él vive atento, con su poesía, a esos depósitos de la memoria, y lo consigue a partir de esa materia inasible que no alcanza para dejar marcas en la vida de muchos lectores. Entonces su poesía es descubrimiento, deslumbramiento, ese ¡albricias! que provoca admiración. Puedo jurar que en sus libros a que he tenido acceso existe ese lugar inalcanzable que simbolizan aquellas experiencias, momentos y parajes del alma que, aunque constituyen parte de nosotros, nos resultan inmutables. Con su poesía se convierten en un terreno posible de (re)visitar.
Mientras que la realidad de la temporalidad impone límites. La memoria, por otro lado, desea (re)construir una narrativa continua y coherente, imperecedera. Una constante que, en la obra de don Mateo se vivencia como leiv motiv. El propio Mr Morrison lo define en este verso: “Hay recuerdos intentando convencerme / de que existe un lugar de eternidades.” Versos que capturan la nostalgia humana por la permanencia de la memoria y la renovación del alma, al tiempo que confrontan realidad vs fugacidad. ¿No les parece trascendental?
Su poesía pues, estimula a reflexionar en torno a las limitaciones de la percepción humana y sobre cómo nuestra (consumada) comprensión del mundo está condicionada por la avidez de conocimientos que cada uno posea. La obra poética de Morrison enfatiza en que existen formas de percibir, experimentar y manifestar la vida que trascienden aquello que la sociedad define como normal, por inadvertido. He sentido esa fidelidad en cada uno de sus versos. He preferido entenderlos como una impugnación a la insensibilidad con que nuestra cultura, y la sociedad muchas veces establecen empobrecidos parámetros para el discernimiento. El poeta viaja a través de esos escoyos, invitándonos -desde la palabra poética- a explorar en nuestro fuero interior esas anchuras ocultas de buen actuar, buen decir, buen existir. Alternativas de la experiencia humana, permanencia y cambio tirando de nuestra sensibilidad.
Mateo persiste así en subrayar una visión holística, en la que el ciclo de transformación entre lo vivo y lo inerte desafía nuestras concepciones tradicionales. Pareciera una poesía subversiva, desde el punto de vista estético. Claro, lo es, no tengo dudas. Se podría antojar una obra de permanente jovialidad, rejuvenecida lírica personal, de carácter inquieto y palpitante. Tampoco me atañen dudas. Asuntos estos que deberían ser la responsabilidad de cada poeta, cada ser humano sobre su propio recorrido atravesando estos vientos y apotegmas morales, mortales, (a)normales que baten hoy sobre la existencia.
Así fue mi primer encuentro con esta poesía. No será el último. Estoy a la espera de próximas lecturas, “cargada de latidos cotidianos”, para animarlos a un encuentro con un hombre nacido en Santo Domingo un 14 de abril 1946, hijo del profesor Egbert Morrison, jamaiquino, y de la señora Efigenia Fortunato, dominicana, es decir, un tipo normal que viene con su lírica “a restaurar el equilibrio de una nueva utopía”. Un poeta de los llamados de la posguerra que ha transitado “un camino de escombros donde cada letra / reclama su lugar exacto”; como a mí el punto final este viaje hacia el encuentro con Mr. Morrison.
¡Dios los bendiga absolutamente a todos!
“La poesía nació con la humanidad y con la humanidad continuará siempre”
Mateo Morrison
Espasmos en la noche
1
La almohada que me cuida
el lado izquierdo de la cabeza
no sabe de mis sueños.
Se van construyendo en su presencia
y no lo sabe.
Sueños terribles, tontos, tenues;
sueños tenues, sueños de amores
que se evaporan si despierto.
En cambio, a mi lado, qué soñará
la mujer que hace tantos años
usa la otra almohada.
Seguro tampoco sabe
de sus sueños, aunque sienta
sudores en una madrugada
donde colapsa la energía.
Pero el sudor no tiene nada
que ver con los sueños
porque éstos no transpiran
no generan nada materialmente visible.
2
A lo mejor
se van a otra dimensión
donde la mujer que se supone me ama,
se conecta con los sueños
míos que la amo.
Sueños particulares, incomunicables,
dispersos en sus fragmentos de sombra:
vidas en los escenarios de muerte.
La sábana sabe aún menos de ellos.
Trata de comunicarse con
la almohada. Que, como dijimos,
no sabe nada de sueños
o por lo menos da a entender eso
por la indiferencia exhibida cuando
la sacudimos y no reacciona.
Como si el privilegio de resguardar
nuestras cabezas
no le importara nada.
La sábana sabe de otras cosas
pero eso es más fácil porque uno
ya está despierto:
sabe de cuerpos diluidos,
de movimientos tenues
y movimientos bruscos;
de humedades que hacen temblar
cuando ella aún no duerme,
hasta no saciar la pasión
en caída vertiginosa hacia el silencio.
Decálogo reflexivo
Hay un sonido irreconocible para mí.
Hay tina huella que me es indiferente.
Hay un lugar imposible de regresar.
Hay instantes en que desaparecen todos los sentidos.
Hay recuerdos intentando convencerme
de que existe un lugar de eternidades.
Hay sentidos diferentes a los cinco impuestos
por el sistema.
Hay árboles muertos transformándose en piedras,
y hay piedras que adquieren existencia vital.
Hay estrellas que desaparecieron hace millones de años
y aún alumbran a los poetas en las noches silentes.
Hay seres naciendo y ellos mismos diseñan su tumba.
Hay amores nunca consumados y es mejor.
Ecología
Las piedras que tomen su papel de piedras
y no nos confundan con las formas
humanas.
Los humanos que asuman su papel
y no confundirnos con su conducta
de piedras.
Que los animales continúen en su
reino sin destruirlo;
los árboles asuman su rol
y continúen dándonos la vida
los humanos abracen a los animales,
los árboles, a las piedras y comencemos
a restaurar el equilibrio de una nueva utopía.
Búsqueda
A
Mueble distante
sobre tu placidez
viene el recuerdo
de noches buscando
una mano más suave
para cubrir la mía.
B
Hierba extinguida donde
dos cuerpos se incendiaron
para formar una efigie
de cenizas.
C
Calles pasadas
donde una pareja se abrazó
hasta hacerse sombra.
Nada más
Has decidido borrar cada uno de nuestros recuerdos.
He decidido aceptar mi nueva condición de calavera
porque no hay viento que pueda recuperar
para nosotros los lugares recorridos
las palabras pronunciadas y sobre todo
los prolongados silencios
que dieron paso
al lenguaje de los cuerpos.
Primer sueño
¡Que memoria más densa!
Recuerdo en la infancia mi primer sueño
acerca de una niña
a mi lado gritando
inconsolable.
La abracé y comenzamos
a llorar a dúo.
Con las lágrimas
construimos un río
y no nos ahogamos.
Este sueño es tan cierto
que respira.
La música en tu cuerpo
He sembrado tu vientre
de guitarras que confirman
la noche.
He llenado de flautas
tus mañanas más tiernas.
La música en tu cuerpo
ha sustituido mis palabras.
Otro homenaje
Enmarañadas en un bosque
de silencio
mis preguntas una a una
habitan el vacío.
Nadie puede contra
la tumba que creaste
entre nosotros.
De todos modos, polvo serás,
en mis recuerdos, y de seguro,
polvo enamorado.
Cuando nací
Cuando nací
me recibió el guayabo sonriendo
y mi padre no me envió a recorrer
los caminos de la vida.
Prefirió protegerme en su entorno
los primeros años
para que el viento
no se llevara mi delgadez extrema.
Mi madre se encargó
de que mi crecimiento
fuera agradable:
construyó en nuestro patio un jardín
y me enseñó el nombre exacto de las flores.
Aprendí a deletrear las madrugadas
y a levantarme temprano a saludar el día
con un respiro al aire fresco;
recorría el patio hablando en solitario.
Se cruzaron en mí los caballitos
de madera y las estrellas,
las hamacas y las campanas de la iglesia.
Con la muerte de mis padres me llegó
la adultez.
Tuve que arar mi nuevo territorio
y ahí se inició la nueva historia.
Un deseo infinito de escribir
y una palabra difícil de encontrar.
Un camino de escombros donde cada letra
reclama su lugar exacto
y cada frase se me escurre por los dedos
formando su propio espacio
para ser habitado con humildad
hasta que otro árbol del patio me despida.